Estoy seguro que muchos perciben el respeto
como un comportamiento específico en un momento determinado. Algo muy concreto
y mucho más relacionado con el protocolo que con el respeto a los otros seres
humanos. Esto último, es un concepto mucho más amplio y abarca cualquier
momento y cualquier actividad. Es una filosofía de vida y la vida misma, nos
muestra cada día miles de ejemplos de personas que no tienen respeto por sus
semejantes, pero lo exigen para ellos mismos.
El respeto no es solamente realizar las genuflexiones
protocolarias delante de un Rey, un Papa o alguna autoridad. No es solamente,
no hurgarse la nariz (al menos en público), no escupir (yo he visto esos
carteles en el Metro de Madrid en los años 70) y no dar voces en público. El
respeto es mucho más que todo eso.
Hace ya algún tiempo, en este mismo blog,
hablaba de la diferencia que he podido comprobar entre el comportamiento de los
extranjeros (ingleses aparte) y los españoles. Contaba en aquella ocasión cómo
una persona que abandonaba su plaza de estacionamiento en una zona azul, se
bajó del coche y me entregó su ticket, simplemente porque ella ya no lo
necesitaba y había tiempo disponible que yo podría usar. Nunca jamás me había
ocurrido antes algo así y nunca me ha vuelto a suceder. Pero hay más ejemplos.
He verificado científicamente que cuando los
españoles divisan un paso de cebra, realizan una finta a modo de Garrincha y se
abalanzan sobre las líneas blancas, asumiendo, por supuesto, que tus reflejos
te van a permitir frenar con la suficiente antelación como para no llevarte por
delante al aprendiz de suicida frustrado. ¡Y pobre de ti como esa respuesta sea
superior a 0,5 nanosegundos! Porque las miradas furibundas como si tuvieran
rayos X en los ojos, te taladran el cerebro cual rayo láser.
Los extranjeros, sin embargo, suelen esperar
educadamente en el borde de la acera, y cuando les cedes el paso, que para eso
está el paso de cebra, sistemáticamente te dan las gracias con un simple gesto
de cortesía. Es entonces cuando confirmas que, además de ser rubios, altos como
castillos y vestir de riguroso agosto aunque tú lleves una cazadora, son
extranjeros porque son educados. Reconocen que tú podías haber pasado por
encima de su cadáver, incluso aunque estuvieran pasando por el paso de cebra.
De hecho, a los repartidores de pizzas, les suda la pechera las reglas de
circulación, los pasos de cebra, los extranjeros, los españoles y la madre que
nos parió a todos.
También confirmas que son extranjeros porque
cuando vas al supermercado o a cualquier parking público, el coche con
matrícula extranjera, ocupa sólo una plaza. Por muy grande, voluminoso y tanque
que sea el coche, el extranjero ocupa sólo una plaza. El español, no. El español
llega, deja el coche como le sale del ciruelo, ocupando dos plazas, y ahí se
queda hasta que decide marcharse.
Los hay que van más allá. Responden al perfil
de jovencito agresivo y con súper coche Mercedes que directamente, aparca el
coche no solamente ocupando dos plazas, sino que incluso ninguna de esas dos es
suya. Es más, una es la mía. Lo cual me lleva a sopesar la idea de sacar la
navaja que llevo en la mariconera y obligarle a cambiar los 4 neumáticos de
golpe. Es lo que tiene haber nacido en un barrio humilde. La educación sólo me
ha proporcionado un ligero barniz.
Otros, y siguiendo con el tema coches, se
arrogan el derecho de utilizar las plazas destinadas a los discapacitados,
simplemente porque son “más listos”. Así por ejemplo, en el centro de salud al
que voy, que está relativamente cerca de la playa, en verano es frecuente que
las plazas de aparcamiento disponibles, sean escasas porque muchos de esos
vehículos pertenecen a personas que están en la playa y no en el centro de
salud. Pero el colmo fue el verano pasado, que fui testigo de cómo llegaba un
coche y aparcaba en la plaza destinada a personas discapacitadas. Después,
salieron todos del coche (más gente que en la guerra), sacaron el cochecito del
bebé del maletero, organizaron el safari a la playa y se quedaron tan a gusto,
dejando el coche en un sitio reservado a personas discapacitadas para que
tengan un mejor acceso al centro de salud.
Y lo mismo cabe decir de las plazas
destinadas a esas mismas personas en el Mercadona, por ejemplo, que suelen ser
ocupadas, casualmente, por las mismas matrículas casi siempre.
La falta de respeto no sólo se circunscribe
al uso del automóvil, pero sí que es cierto que al ser una herramienta que está
regida por unas normas de circulación, es evidente que nos afecta a todos, la
mayor parte del tiempo.
Falta de respeto es no respetar tu turno en
cualquier fila, sea del tipo que sea. Falta de respeto es considerar que por el
mero hecho de haber nacido hombre, debes tirar los tejos a toda mujer que se te
antoje y que por eso, además, debería sentirse halagada. Falta de respeto es no
apagar el móvil cuando estás en un lugar público y cerrado y hablar, además,
como si no hiciera falta el teléfono, porque es posible que tu interlocutor te
oiga, aunque esté situado al otro extremo del mundo. O lo mismo cabe decir de
los avisos de whatsap recibidos. O de la musiquita machacona de los cojones, de
los juegos.
Otros ejemplos de falta de respeto: la falta
de puntualidad, hacer perder el tiempo a alguien o tratar de manera incorrecta
a los camareros o dependientes de una tienda.
Hay personas que están convencidas de que
merecen más respeto, en función de la importancia del trabajo que desarrollan.
Establecen una escala de importancia subjetiva, entre ellos y su interlocutor.
Y si consideran, según esa escala personal, que el otro les debe más respeto,
harán lo imposible para conseguirlo y además, hacérselo ver.