A raíz de la tan
cacareada huelga de taxistas, también conocidos antaño con el despectivo apodo
de “pesetas”, me han venido a la memoria un par de casos que voy a contar. Uno
de ellos, fue personal y el otro fui testigo directo de primera mano.
Fue en 1980, al
regreso de un viaje a Canarias. Como es normal, tuvimos que dejar el hotel a
mediodía y a hora muy temprana, comenzamos en autobús el recorrido por los
distintos hoteles para recoger al resto de turistas con destino a Madrid.
Una vez llegamos
al aeropuerto de Tenerife, ya no recuerdo cuál fue el motivo, pero lo cierto es
que el vuelo se retrasó varias horas. Horas, en las que evidentemente no podías
hacer otra cosa que esperar con toda la paciencia de la que fueras capaz, en
las instalaciones del aeropuerto. Finalmente, el vuelo salió casi a medianoche
con destino a Madrid.
Recuerdo que al
llegar a la capital, debían ser las dos o las tres de la madrugada. A esas
horas, evidentemente, no había mucha afluencia de gente y me dirigí como una
bala a la parada de taxis. Como era el primero en salir por la puerta, fui a
por el primero que había en la cola.
Antes de colocar
las maletas y de entrar en el coche, me pregunta el taxista el destino. Y al
decirle la calle Corazón de María, me pide que vaya al siguiente taxi. Para el
que no conozca Madrid, la calle Corazón de María, está a la entrada de Madrid
viniendo desde el aeropuerto. O sea, unos 15 minutos de trayecto y de
madrugada. O sea, sin tráfico.
Como no quería
discutir a esas horas con un taxista, me fui a por el segundo taxi.
Visto lo visto,
me metí directamente en el segundo taxi y le dejé las maletas al taxista. Y
cuando se mete el conductor y me pregunta el destino, resulta que me responde
con las mismas que el anterior: “no le importa coger el siguiente?”. Y
entonces, sí. Entonces salté directamente a la yugular del taxista y me acordé
de todos sus muertos y le dije que o empezaba a mover el coche o le iba a
denunciar. Que desde cuándo eran los taxistas los que elegían clientes en función
del destino. El hombre, me vio tan alterado, que creo que llegó a acojonarse.
Después de más de doce horas de viaje desde que había salido del hotel, no
estaba el horno para bollos.
La segunda
anécdota, fui como he dicho, testigo directo.
Un día, en una
empresa en la que trabajaba y cuyas oficinas estaban en Alcobendas, en Madrid,
esperábamos a una persona que venía desde Reino Unido. Más o menos a la hora
esperada, aparece el hombre en las oficinas todo azorado. Resulta que el
taxista pretendía cobrarle 4.000 pesetas, por el trayecto desde el aeropuerto a
Alcobendas. O sea, 10 minutos en coche y unos 10 kms.
Todos los que
estábamos allí, bajamos indignados a por el taxista, pero nos encontramos con
que había huido. Eso sí, con el abrigo de nuestro colega, la maleta con toda su
ropa y su ordenador portátil.
Sólo son dos
ejemplos, sí. A los que hay que unir todos esos que se han dedicado a amenazar
a los otros conductores de VTC, los que se han dedicado a agredirles física y
verbalmente y a destrozar sus coches.
Por sus obras
les conoceréis.