Era un día soleado y algo caluroso a pesar de
tratarse de un mes de enero. En los alrededores del estadio, se agolpaba una
masa ingente de personas, de coches y de puestos de venta con toda clase de
productos: camisetas, bufandas, unos gorros muy raros, y cómo no, puestos de
venta de perritos calientes, hamburguesas y todo tipo de bebidas.
Muchas de las personas que acudían al
estadio, llevaban puestas las camisetas de sus respectivos equipos, que
confundían aún más a los no iniciados, debido a su similitud. Ambas aficiones
parecían congeniar, a pesar de la supuesta rivalidad. También abundaban camisetas
de color amarillo que sorprendían a los locales, porque no eran capaces de
identificar a ninguno de los equipos con esa indumentaria. Lo mismo cabe decir
de la cantidad de lazos amarillos que portaban unos y otros y que la inmensa
mayoría de los allí congregados no sabía explicar, al igual que sucedía con el
mar de banderas que portaban muchos de los asistentes: no sabían interpretar su
significado, porque estaba claro que no llevaban el escudo de ninguno de los
contendientes.
A pesar de no ser un deporte mayoritario en el
país, lo inusual del evento había arrastrado a muchos al campo a asistir como
espectadores, movidos, sobre todo, por la curiosidad. Desde hacía semanas, los
periódicos deportivos y los medios de comunicación locales, tanto en español
como en inglés, incluyendo varias emisoras de radio, habían estado anunciando
el encuentro como algo histórico. Era tal la expectación creada, que muchos se
llegaron a creer que asistirían a un encuentro que quedaría para la historia.
De ahí que prácticamente, no quedaran entradas a la venta, aunque más de la
mitad de los asistentes, no sabían muy bien qué hacían allí. De hecho, ni
siquiera les gustaba el fútbol, pero el nombre de uno de los equipos les sonaba:
Barcelona.
En la entrada principal del estadio, se
organizó una bienvenida protocolaria a unas personas que nadie conocía, pero
que parecían muy importantes. Uno era un señor casi calvo, con gafas y
regordete, que hablaba un idioma raro. Éste, se fundió en un efusivo abrazo, muy
emocionado, con otro individuo que salió de un coche que parecía un tanque blindado
y sólo después de que sus numerosos escoltas de seguridad, dieran el visto
bueno de abandonar el vehículo. Era un señor con un peinado muy raro, que
parecía una fregona y también llevaba gafas y hablaba el mismo y extraño idioma
que el otro. Ambos fueron acompañados por el dueño del estadio - y otros
dirigentes del club propietario -, un individuo de origen cubano pero afincado
en ese país desde hacía años, que había hecho una fortuna vendiendo carne en
lata. Todos se encaminaron al palco de honor del estadio, un espacio que
disfrutaba de una visión espectacular de todo el campo y protegido por un
cristal anti balas capaz de detener un cañonazo.
Al hacer su entrada en el palco, se produjo
un estruendo ensordecedor, motivado por los gritos y vítores de los miles de asistentes
que portaban unas banderas con unas barras y una estrella, que hicieron pensar
a muchos que se trataba de puertorriqueños o cubanos. También proliferaban
miles de camisetas amarillas al viento, festejando la llegada del individuo de
la fregona en la cabeza, como si fuera un Mesías.
Toda esta parafernalia, desconcertó a Michael
Anderson, un espectador local que había acudido con su nieto a ver el partido.
El nieto sabía quién era Messi y quería verlo jugar. El hombre, aunque era
mayor, se consideraba al tanto de lo que sucedía en el mundo y no entendía
nada. Eso hizo que le preguntara a un individuo que tenía justo al lado y que
entre sollozos de alegría, agitaba como un poseso una de esas banderas tan
peculiares.
- Disculpe ¿Quién es ese señor al que todos
aplauden y dan vítores?
El otro, un payés del Bajo Ampurdán, que se
había gastado la mitad de sus ahorros en ese viaje, se mostró un tanto ofendido
al principio, pero al fin comprendió que el pobre americano inculto, no tenía
la culpa de vivir en un país desinformado de la realidad.
- Es el Honorable President de mi Nación,
respondió orgulloso y algo altanero.
- ¿Su nación?- insistió Mr. Anderson. Pero su
Presidente ¿no es un señor que ahora está a punto de entrar en la cárcel porque
mintió con algo de la Universidad?
Definitivamente, el payés, se mostró
claramente ofendido y además de dejar con la palabra en la boca al pobre
abuelo, se levantó para escuchar el himno que iban a tocar.
El abuelo americano, que podría ser mayor,
pero de tonto no tenía un pelo, se dio cuenta enseguida de que aquello no era
el himno de España. Él sabía bien identificarlo, por las veces que había visto
a Rafa Nadal ganarlo casi todo en tenis y porque su nieto, seguía de cerca el
fútbol español desde que en 2010 ganó el Mundial.
A pesar de lo desabrida de la actitud de su
vecino, volvió a dirigirse a él para preguntar una última duda.
- Oiga, ¿y este himno, cuál es? No es el de
España.
- Pues clá que no! Es “Els Segadors”. El
himno de mi nación.
- Perdone, pero ¿ustedes de dónde son?
- De la República Independiente de Cataluña
Sur, respondió el payés hinchando el pecho.
Debido al tonito impertinente con que le
había respondido, que rayaba el insulto, el americano dejó de interrogarle, a
pesar de que se quedó con las ganas de saber cuándo se habían inventado ese
país, del que la CBS ni la NBC habían dicho nada.
Después de terminado el acto protocolario, el
partido iba a dar comienzo. El árbitro se llevó el silbato a los labios.
Fue entonces cuando sonó el despertador. Me
desperté empapado en sudor, con una taquicardia importante, pero algo aliviado.
Sólo había sido una pesadilla.