De mi vocabulario, con el tiempo, voy
eliminando términos con los que, o no estoy de acuerdo porque les falta o le
sobra carga emocional, o simplemente, me parecen inapropiados.
Fracaso, por ejemplo, es uno de esos términos
que jamás utilizo ni contemplo siquiera desde un punto de vista metafísico. Decía
Churchill: “El éxito consiste en peregrinar de fracaso en fracaso, sin perder
el ánimo”. El verbo arrepentirse, no lo conjugo jamás porque me parece absurdo
juzgar a toro pasado las decisiones que se tomaron en un momento del pasado
cuando las circunstancias eran las que eran. Por eso, en lugar de utilizar
expresiones vulgares como “hacerse viejo” o “hacerse mayor”, que tienden a
infundir lástima, yo prefiero utilizar “adquirir experiencia”. Y un servidor,
después de las experiencias acumuladas - algunas de las cuales están negro
sobre blanco - creía haber conocido a todo tipo de personajes, de todo tipo de
colores y pelajes. Uno, pensaba, que ya pocos o casi nadie, podían llamarle la
atención. Pero eso cambió ayer cuando conocí a Domingo.
Domingo es un nombre ficticio, porque es mi
obligación moral mantener en el anonimato a un ser humano al que considero un
héroe. Héroe anónimo, pero héroe al fin y al cabo. A pesar de producirse la
enorme contradicción de que ha salido en los medios escritos de medio mundo.
Domingo es un hombre que ronda los 60 años.
Delgado hasta el extremo de pensar que sufre algún tipo de enfermedad, pero que
después de charlar con él, caes en la cuenta que puede que se deba a la
conjunción de una complexión delgada y una pasión por el ejercicio.
De su boca salen las palabras a borbotones,
enlazando un tema con el siguiente y obligándote a prestar mucha atención porque como parpadees, te lo
pierdes. Con su característico acento que no ha perdido a pesar de llevar toda
la vida viviendo fuera de su tierra, te van desgranando - casi apabullando -
con todos los recuerdos que se le vienen a la mente. Domingo necesita
comunicarse con otros seres humanos, aunque sea para hablar de sí mismo.
Así, en los apenas 20 minutos que compartes
con él, descubres que la enorme cicatriz que le cubre gran parte del lado
derecho de la cabeza, - donde apenas le crece pelo - se debe a un atentado de
ETA, del que pudo salir vivo y con más suerte que alguno de sus compañeros. Y
te cuenta Domingo, que con 18 años y en la época de plomo de la banda
terrorista, se alistó voluntario para ir a luchar al País Vasco, sin que sus
padres lo supieran. Y entonces su gesto se tuerce y su voz se torna en un tono
triste. Rememora aquellos años, sus amigos asesinados, en la calle, sus
compañeros de armas, y lo que sucedía dentro de los cuarteles con los detenidos.
Estaba horrorizado sólo de recordarlo.
Sin ninguna razón aparente que lo justifique,
de pronto salta y con la misma ametralladora de palabras que brotan de su boca,
te cuenta que dio la vuelta al mundo en bicicleta. Que lo hizo por razones
humanitarias y que allí por donde pasó, fue creando organizaciones benéficas,
de ayuda a los niños, a las personas pobres, a los más necesitados. Te cuenta,
orgulloso, cómo en cierta ocasión evitó que a una joven le fueran a amputar una
pierna por una herida que tenía. Y como demostración de que todo lo que dice es
cierto, abre la maleta - no sin antes tener que hacer un esfuerzo por recordar
cuál es el código de 4 cifras para hacerlo - y entre la ropa interior y debajo
de la escritura de su casa - que se ha traído consigo porque no se fía mucho de
dejarla allí - te enseña multitud de recortes de periódicos, principalmente de Latinoamérica,
en los que se habla de su hazaña, con fotos, en las que a duras penas,
consigues identificarle, debido al enorme cambio físico experimentado.
Y así, asaeteado por su impresionante
verborrea y asombrado de que personas así existan y den su vida por otros, te
va contando, como la cosa más natural del mundo, que en su deambular por el
globo terráqueo, le han atracado un sinfín de veces, que le han dado palizas
que le dejaron medio muerto, que le han amenazado con cuchillos, navajas,
machetes y pistolas. Que ha estado a punto de morir en muchas ocasiones. Que le
han robado y le han dejado sin nada en mitad de un país extranjero. Que le
robaron su bicicleta, mientras daba la vuelta al mundo y que tuvo que solicitar
otra a su proveedor oficial. Y que desde hace unos años, comparte su vida con
una chica mucho más joven que él. Una chica nacida en Guinea y modelo de profesión,
con la que espera un niño para el próximo mes de enero.
Y tú sabes que si te quedas charlando con él,
podrías estar días y días escuchando y tomando notas para escribir varios
libros. Pero eres consciente de que son las cuatro de la tarde, que tienes que
llegar a casa y que tienes que comer.
Y en el viaje de regreso a tu casa, te das
cuenta de que a tu alrededor y sin que te lo esperes, hay personas que son
capaces de arriesgar su propia vida para mejorar o salvar la de otros. Como la
de ese bombero de Málaga que murió en las últimas inundaciones, por mala
suerte. Domingo, ha recorrido el mundo entero, haciendo el bien a todo el que
pudo. Nadie lo sabe, nadie le conoce y él, se limita a confesarte, cuando ya
estás en el pasillo: “Me gustaría volver a encontrarme con todas esas personas.
Me gustaría ver a la chica a la que le salvé la pierna. Me gustaría saber qué
ha sido de ellos, cómo les va ahora.” Y lo dice emocionado, entusiasmado de
haber podido ayudar a alguien. Su respeto por los seres vivos llega al extremo
de que tanto él como su pareja, son veganos. Ni comen ni utilizan nada que
tenga que ver con animales. Otra de las razones por las que su aspecto físico,
parece la de un enfermo.
Por todo ello, cuando regreso a casa, intento
asimilar el tsunami de información que he recibido y me asombra haber podido
encontrar a un ser humano como Domingo. Militar retirado, creador de
innumerables ONG’s a favor de los más necesitados, por todo el mundo. Antiguo
componente de un grupo musical. Superviviente de un atentado terrorista.
Como dijo el poeta: en el mejor sentido de la
palabra, un hombre bueno.