Enrique y Rafa, con sus respectivas mujeres,
decidieron ir a visitar Sigüenza
y su Parador. Al llegar, se encontraron con que en los salones de dicho Parador,
se estaba celebrando una convención
de la Congregación para la Custodia
de la Santa Fe, nombre con el que se conoce desde
hace tiempo a la tradicional Santa Inquisición. Bien, la verdad es que los comensales que poblaban las mesas de alrededor en el comedor, eran
cuando menos originales. El hecho, suscitó una muy interesante conversación, a media voz por supuesto, con la intención de ilustrar mejor en
los datos históricos a Tracy,
que aunque había
oído hablar de ella, obviamente, sólo tenía referencias muy vagas.
Acababan de pedir los postres, cuando
justo al lado de su mesa, en el pasillo,
se saludaron dos personas que aparentemente se conocían. Se mantuvieron así, de pie y charlando
unos breves instantes
y de pronto, uno de ellos cayó fulminado
al suelo, en lo que
parecía
ser una pérdida
de conocimiento o
lipotimia o algo parecido. La disposición de las personas
era tal, que la cara del que había desfallecido, estaba justo a los pies de la mesa que compartían Enrique y sus amigos y por tanto pudieron comprobar
el grado extremo de palidez de su rostro.
Inmediatamente, se congregaron a su alrededor
un número enorme de sacerdotes, cuando
uno de ellos gritaba “¡un médico, un médico!”,
mientras
otro, procedía
a darle
sus últimos sacramentos, en inglés, lo que confería
a la escena un dramatismo mayor.
- Pero vosotros
creéis que está muerto? - preguntaba ingenuamente Tracy con una cara entre aterrorizada y con asco.
- Sí, desde luego
- respondió convencido Rafa.
- Y ahora qué vamos
a hacer? Nos tomamos los
postres o nos vamos? -
preguntaba Tracy, con sus esquemas británicos completamente descolocados.
- Yo, desde luego, me lo pienso
tomar aquí. Total,
no es ningún familiar mío -
decía Rafa.
- Además, - apuntaba Enrique- , como es de la Inquisición,
seguro que ya está en El Cielo.
Mientras se desarrollaba esta
escena
Berlanguiana, un camarero con
su correspondiente bandeja,
se hacía paso entre la multitud de testigos que rodeaban al que estaba en el suelo y ni corto ni perezoso,
pasaba por encima “del cadáver”,
para seguir cumpliendo con su obligación, lo que terminó por descolocar definitivamente los estrictos
esquemas mentales de Tracy.
Finalmente, después de terminar con
los postres y pagar la cuenta, los cuatro se levantaron y se fueron a
la puerta de salida del comedor, eso sí, con sumo cuidado de no pasar por encima del “muerto”, no fuera que ello les provocara
una especie
de maldición. Al llegar a la puerta, también
allí se habían
arremolinado un montón de curiosos que
deseaban conocer
cuál era el motivo de que tanta gente estuviera
alrededor de una persona
tirada en el suelo, y porqué ese señor tan mayor estaba tirado en el suelo. De pronto y para asombro de todos, el señor que estaba en el suelo, se
levantó, muy pálido eso sí, y comenzó a excusarse con todos los presentes y a dar las gracias a todos los que le habían atendido.
- Es
un milagro! - exclamó en voz baja un imbécil que estaba junto a la puerta del comedor.
- No, señor, - respondió
un camarero, que también asistía
como espectador a la función-. Es que Sigüenza está a una altura considerable y estos señores,
que ya son muy mayores, vienen
aquí, comen y beben en exceso y luego pasa lo que pasa. Esto no se crea que es la primera vez que lo veo. Aquí pasa a menudo.
Y así, dieron por terminada su ilustrativa visita a
Sigüenza.