Nuestros amigos quisieron que nuestro último día en Eslovaquia fuera especial. Y a fe mía que lo fue.
La idea era subir a lo alto de una montaña, porque desde allí se disfrutaba de unas magníficas vistas. Pero tal y como reza mi frase favorita: "me encanta hacer planes para saber exactamente lo que NO va a pasar", fue exactamente lo que sucedió. Mientras íbamos de camino, descubrimos sorpresivamente que en la cima de esa montaña, había nevado. En pleno mes de mayo no era muy normal. De hecho, nuestros amigos nos dijeron que el año pasado estuvieron en pantalón corto y de verano, desde mediados de marzo. Pues este año nos hemos lucido porque de 17 grados no hemos pasado y el sol lo hemos visto un día o dos.
Finalmente, llegamos al lugar deseado y a medida que íbamos ascendiendo con el coche, la nieve era cada vez más abundante. Al menos, nuestros amigos nos habían prestado algo de ropa de abrigo para la ocasión. El caso es que al bajarnos del coche, empezamos a notar lo que en términos vulgares se denomina "una rasca de mil pares". La única que parecía que todo le daba igual era la perra.
Intentamos caminar, con sumo cuidado de no resbalar por la nieve y el hielo que se estaba formando, hasta donde se ubica una antena que al parecer, era desde allí desde donde se disfrutaba de una panorámica muy hermosa. Pero era tal el viento, el frío y lo resbaladizo del terreno que ni siquiera llegamos a lo alto y dimos media vuelta. Lo único que nos faltaba era tener una caída, rompernos algo y destrozar las vacaciones.
Una de las cosas que más me han llamado la atención de nuestro viaje a Eslovaquia, ha sido comprobar que a lo largo de todos los pueblos, aldeas y ciudades por los que hemos pasado, los cementerios estaban especialmente cuidados. Por eso, le pedí a nuestra amiga Anna, que si era posible visitar uno, me gustaría hacer algunas fotos. Y a la vuelta de nuestro frustrado viaje a la cima de la montaña heladora, fuimos a visitar el pueblo donde nació, la casa en la que vivió y la tumba donde descansan sus padres.
Aunque las flores no sean naturales, me sigue llamando la atención ver tantas en todos los cementerios.
Esta última foto también tiene su pequeña historia.
En su momento, cuando la entonces Checoslovaquia formaba parte de la URSS, este edificio que ahora se ve en ruinas, era una fábrica de zapatos y el 100% de su producción, se enviaba a Rusia. El director de esta fábrica, era el padre de nuestra amiga Anna.
Aquí termina nuestro recorrido por Eslovaquia. Un país lleno de contrastes que me recuerda mucho a la España que se acababa de incorporar a la UE, allá por 1986 y que hoy pocos reconocerían.
Al día siguiente iniciábamos nuestro viaje de regreso a España, haciendo escala de 24 horas en Viena.