Trnava o Tirnavia es una ciudad de unos 65.000 habitantes, ubicada actualmente en
Eslovaquia, en la zona occidental del país, capital del kraj homónimo,
conocida como la Roma eslovaca y situada a 50 km al noreste de Bratislava.
Está situada en la llanura que se extiende a los pies de los Male Karpaty (Pequeños
Cárpatos) y es una de las ciudades más antiguas de Eslovaquia. Tuvo su reconocimiento oficial en 1238 y, cuando en 1541 el territorio de Hungría y la misma Budapest
fueron ocupados por los turcos, los arzobispos primados de Esztergom
eligieron Trnava para instalar allí su sede, convirtiéndose así en la
capital religiosa del reino de Hungría.
Lo primero que haces cuando llegas a esta ciudad, es buscar un aparcamiento público que, como casi todos en Eslovaquia, tienen un tiempo de gracia y la mayoría, al final, son gratis. Éste, en concreto, estaba justo al lado del campo de fútbol del equipo local (el City Arena) y tenía una salida a un centro comercial realmente impresionante.
Una vez que ya has resuelto el problema del parking, vas caminando hacia el centro de la ciudad, en la que, como parece ser habitual, a pesar del número de habitantes, no hay muchos en la calle. Finalmente, acabas frente a la Iglesia de San Nicolás, una catedral gótica, precedida por una plaza y un monumento que no tengo ni idea de a quién está dedicado.
Afortunadamente, pudimos visitarla por dentro y es realmente bella por su riqueza hornamental, su diseño y el contraste de influencias que tiene.
Para los aficionados a la fotografía, diré que las fotos del interior, están hechas sin flash.
Caminar por sus calles desiertas, escuchar el sonido de tus propios pasos, disfrutar de la belleza de sus edificios y sentir el frescor de la mañana, resultan una fórmula casi mágica para apaciguar el alma.
Aunque lo más curioso es que en nuestro camino, nos encontramos con algo que nos confundió. En un principio pensamos que se trataba de algo obvio, tal y como reza el letrero. Pero resulta que es un centro educativo perteneciente al programa ERASMUS.
Aunque lo más curioso es que en nuestro camino, nos encontramos con algo que nos confundió. En un principio pensamos que se trataba de algo obvio, tal y como reza el letrero. Pero resulta que es un centro educativo perteneciente al programa ERASMUS.
Por supuesto, después del paseo y del baño cultural, nos detuvimos en una cafetería a tomar nuestro consabido cafetito y un trozo de tarta (por si nos sentaba mal la cafeína).