Desde el momento que la vio por
primera vez, él siempre supo que aquello era un flechazo. Al principio pensó
que esa sensación era sólo suya, pero pronto empezó a comprobar que ella
también sentía lo mismo. En cuanto llegaron a un acuerdo económico, comenzaron
su relación.
Al principio, como es lógico, no
fue demasiado intensa, aunque entre ellos flotaba una extraña sensación de
mutuo deseo y de proximidad constante. Poco a poco, fueron tomando confianza el
uno en el otro y eso hacía que él, se sintiera cada vez más atraído, más
implicado emocionalmente, incluso restando tiempo y dinero, a su propia
familia. Ella empezó a acaparar gran parte de su tiempo y él se entregaba
gustoso. Ella, le hacía sentir diferente. Incluso en ocasiones le hizo creer
que era único, que no había conocido a nadie como él y que difícilmente podría
seguir viviendo sin él. Él, se sentía, por primera vez en mucho tiempo,
comprendido y sus palabras, le llenaban de orgullo. De verdad él se sentía
diferente, mucho más que cualquiera de los mindundis que le rodeaban.
Su mujer, sin embargo, empezó a
notar que algo no iba bien. Que no iba bien entre ellos, pero que tampoco le
parecía que le fuera bien a su marido. Le veía en bastantes ocasiones absorto
en sus pensamientos, distraído, como pensando en otras cosas. Al principio ella
no le dio demasiada importancia, pero cuando vio que esa actitud se perpetuaba
en el tiempo, comenzó a preocuparse de veras. Él siempre le decía que era una
exagerada, que no le pasaba nada, que simplemente estaba pensando en otras
cosas, pero su mujer, empezó a sospechar que había algo más; mucho más detrás
de aquellas escuetas palabras.
Ya llevaba algunos años en
aquella situación cuando un día, la relación que tenía con ella, de pronto, sin
saber muy bien por qué razón, comenzó a deteriorarse. Ya no se veían con tanta
frecuencia, ya no hablaban tanto, ya no hacían planes juntos ni tampoco le
decía las mismas cosas que en su momento le hicieron sentir tan diferente a
todos los demás. Su relación se fue enfriando poco a poco y no sabía muy por
qué razón ni cuándo comenzó exactamente.
Finalmente, un día, por sorpresa,
ella le llamó a su despacho.
-
Lo siento Ramón, pero tengo malas noticias para ti.
La Dirección de esta empresa ha decidido prescindir de tus servicios y como directora
de RHH me veo en la triste obligación de informarte.
-
¿Pero qué ha pasado? ¿He hecho algo mal, he
cometido algún error?
-
No, en absoluto. Simplemente se debe a que la
compañía se ve en la necesidad de realizar unos recortes y dado el alto salario
del que disfrutas, pues es uno de los motivos de tan triste decisión.
-
Ya, pero a cambio de ese salario alto, a esta
empresa le he dado montones de horas extras que no he cobrado, restando tiempo
a mi familia. Incluso ha habido fines de semana enteros que se los he dedicado
a mejorar ciertos procesos de esta compañía. Me habéis estado asaeteando con
emails en mi tiempo libre y en vacaciones, me tenía que conectar casi
permanentemente para atender a los clientes y a los que ahora dicen que cobro
mucho. No me puedes decir ahora que el salario es demasiado alto como para que
la compañía no pueda pagarlo.
-
Lo sé Ramón, lo sé. Conozco perfectamente cómo
te has involucrado con esta casa y la dirección te lo agradece, pero
lamentablemente, esto es lo que hay. Espero que esta separación sea amistosa.
Por nuestra parte, siempre obtendrás las mejores referencias de cara a otras
compañías y seguro que no habrá ningún problema en llegar a un acuerdo
económico, sin necesidad de llegar al acto de conciliación. Tan solo me resta
darte las gracias por tu esfuerzo y desearte lo mejor.
-
Pero ¿y todas esas frases que me has estado
diciendo a lo largo de este tiempo? ¿todos esos piropos acerca de lo estupendo
de mi trabajo? ¿Eso no se valora, no sirve de nada, era simplemente un truco?
-
Lo siento, Ramón. Ahora si me disculpas, estoy
muy ocupada.
Y Ramón, con cara de
incredulidad, salió del despacho de la que hasta hacía 5 minutos había
considerado incluso amiga, pero que estaba claro que sólo era directora de RRHH
de la empresa y que SIEMPRE, había actuado como tal. Recalcando en el término “actuar”,
como sinónimo de falsedad y de truco.
Al llegar a casa, su mujer se lo
encontró sentado en el sofá del salón, con la tele apagada y con una cara que
jamás le había visto. Estaba pálido, como si acabara de dejarle un platillo
volante después de haberle abducido. Lo primero que sintió su mujer, era que
algo grave había pasado. No era normal ni su cara ni las horas a las que había
llegado a casa.
Cuando Ramón le contó a su esposa
lo ocurrido, ella tuvo una doble sensación. Por un lado, de preocupación por el
marrón que se les venía encima. Estaba la hipoteca, el coche, los colegios de
los niños, las vacaciones y demás. Pero, por otro lado, casi se sintió aliviada
de que por fin su marido dejara aquella empresa en la que le estaban chupando
la sangre, poco a poco y encima colaboraba graciosamente.