Asaltaron los cielos y se plantaron en las calles y plazas de España bajo la autodenominación de “los indignados”. El mundo había nacido en ese momento y nada de lo hecho hasta entonces tenía valor alguno. Aposentaron sus reales con sus ropas – la mayoría – andrajos – algunos – sacos de dormir y tiendas de campaña con mejor o peor aspecto. Al poco tiempo, ya tenían cartelería y pancartas que alguien debió abonar. Gritaron al mundo consignas nuevas con sabor a rancio.
Proclamaron que el bipartidismo era criminal y deleznable. Que era casi corrupción. Ellos, aunque sucios por fuera, se presentaron limpios y honestos. Todos los demás, estaban contaminados. Ellos, venía de un mundo paralelo e impoluto. Eran casi vírgenes en todos los sentidos menos en el carnal. No tenían más experiencia que la que dan los libros y las pizarras de la universidad. Eso les hacía atractivos. A algunos, claro.
Consiguieron formar un partido político que se fue esparciendo como las esporas en el viento, mimetizándose en cada C.A. y adoptando diferentes collares para un mismo perro. Hubo quien creyó en sus supuestos principios. Principios que, como decía Groucho Marx, “estos son los míos y si no les gusta, tengo otros”.
Consiguieron su propósito de atomizar el Congreso de los Diputados. La felicidad inundaba sus rostros y el de los que les votaron: iban a derribar el sistema; el corrupto sistema. Habían terminado para siempre con el espíritu del 78, la Constitución estaba vieja, obsoleta y caduca. Había que hacer una nueva. La Monarquía no servía, era la causa y el origen de todos los males. La solución era la República y el Comunismo.
Era un partido asambleario; en un
permanente y continuo estado de asamblea donde se votaba qué había que votar.
Hasta que comenzaron a escucharse las primeras voces disidentes y comenzó a surgir
la figura del líder omnímodo. Las voces fueron acalladas, expulsadas. Sólo los
fieles permanecerían al lado del líder. Los principios y las promesas, se fueron incumpliendo hasta convertirse en algo anecdótico.
Por eso, los liderazgos unipersonales suelen tener una corta vigencia, alimentada exclusivamente por la infinita ambición del propio líder y su enfermiza necesidad de protagonismo.
Ahora, aquellos que en su día quisieron demonizar el espíritu de concordia del 78, la Constitución consensuada y deseada por el 92% de los españoles. Los mismos que dijeron iban a terminar con el binomio PP-PSOE, ahora, son los principales responsables de que en las próximas elecciones en Madrid el voto se decante por extrema derecha o extrema izquierda.
Para este viaje no se necesitaban alforjas.