Crecí viendo el asesinato de JFK y después el de Lee H. Oswald. La guerra de Vietnam la teníamos casi en directo en el telediario. Los enfrentamientos y las palizas que daban los policías blancos a los negros que luchaban por sus derechos civiles en EEUU. Más tarde también vimos cómo asesinaban a Bobby Kennedy. En 1961 los rusos (siempre los rusos) levantaban el muro de Berlín. Después también vi cómo eras acribillados los que intentaban cruzar al otro lado de ese muro. En 1968 los tanques de la URSS (siempre la URSS) invadían Checoslovaquia para imponer SU orden. Y antes de terminar los 60, asesinaron en EEUU a Martin Luther King.
Me saltaré los 70 con Pinochet,
los milicos argentinos, los golpes de estado en Latinoamérica, Pol Pot en
Birmania y demás.
En 1980 la URSS (otra vez los
rusos) invaden Afganistán. Helicópteros de quinta generación contra fusiles de la Gran Guerra.
Nada de eso me afectó más allá de
guardar los recuerdos en mi memoria y de sobresaltarme con algunas escenas.
En los 90, los Balcanes. Serbios,
croatas y musulmanes dando rienda suelta (unos más que otros) a sus ancestrales
diferencias. Incluso los aviones de la OTAN al mando de Javier Solana,
bombardearon posiciones serbias. Eso ya era harina de otro costal. Eso seguía
siendo Europa, a finales del siglo XX y era incomprensible una guerra como
aquella. Una guerra de aniquilación del otro. Lo de Sbrenica permanecerá en la memoria
para siempre. Pero aún así, tampoco me afectó demasiado, más allá de la
vergüenza de ser europeo.
Y sin embargo esto de Ucrania me
ha conmovido en lo más profundo. Ha despertado dentro de mí una mezcla de
sentimientos. Estoy furioso, incrédulo, vengativo, justiciero, visceral, impotente,
escandalizado y triste. Nunca como ahora me he sentido tan íntimamente afectado
por un conflicto armado en esta vieja Europa que parece que no es capaz de
desprenderse de cuantos tiranos dementes son capaces de alcanzar el poder para
fastidiar a los demás. Nunca como ahora me han entrado tantas ganas de volar
por los aires un tanque ruso. Nunca como ahora he disfrutado de ver cómo se desintegra
un avión o un helicóptero ruso con un misil Stinger ucraniano. Nunca como ahora
he disfrutado de saber que un francotirador ucraniano se ha cargado a un
general ruso a kilómetro y medio de distancia. Nunca como ahora he deseado tan
vehementemente ver la cabeza de Putin en alguna picota.
¿Será que ahora me siento más
cercano al problema? ¿Qué ha cambiado? ¿La cercanía de la guerra, la desigual
lucha, las simpatías que se ha ganado para siempre Zelenski? ¿Será el hecho de
que todo dios en Ucrania habla español mientras aquí hay regiones en las que se
le persigue? ¿Será que ahora soy neonazi?
Cada vez que veo en las noticias
lo que están sufriendo los ucranianos a manos de los rusos se me hace un nudo
en la garganta como si fueran mis vecinos. No puedo aceptar que un maldito
enano de mierda, ex agente del KGB, someta a sangre y fuego a un pueblo
pacífico que no les ha hecho nada excepto estar en donde están en el mapa. Ucrania
ya sufrió en su momento las iras de los rusos cuando éstos arrebataron todo el
cereal al país. Murieron de hambre unos 4.000.000 de ucranianos.
No entiendo por qué extraña razón
me llena de orgullo escuchar el himno de Ucrania, aunque no entiendo
absolutamente nada. Y aunque tampoco conozco al presidente, considero que ya se
ha ganado un lugar en la historia. No entiendo por qué me llena de orgullo escuchar
a los ucranianos que regresan a su país para luchar y defender su suelo, aunque
lo más peligroso que han empuñado en sus vidas ha sido un cuchillo para comer
carne. No entiendo por qué me enorgullece escuchar a las ucranianas decir que
ellas también están dispuestas a luchar y a empuñar las armas cuando aquí algunas
españolas, lo único que hacen es enseñar las tetas en la calle.
Me llena de orgullo español ver
una vez más a José Andrés haciendo lo que saber hacer: dar comida al hambriento.
Me llena de orgullo todos los españoles que le han echado agallas, han cogido
el coche y se han plantado en Polonia, simplemente para llevar a alguien a un
lugar seguro de Europa o traer a niños y acogerlos en su casa. Me llena de
orgullo ver que hay españoles que se han apuntado a la legión extranjera,
algunos con experiencia militar de sobra en otros conflictos. Me llena de
orgullo saber que enviamos armas y tropas para ayudar a Ucrania.
Pero qué ha cambiado? Pues la
razón es sencilla: yo.