domingo, diciembre 11, 2022

Caballo de Troya..

Imagen de pfarrdiakon en Pixabay 


Hace unos 3.200 años tuvo lugar un conflicto bélico que enfrentó, por un lado, a una coalición de ejércitos aqueos, y por otro, a la ciudad de Troya y sus aliados. Todos sabemos cómo terminó aquello, pero en aquel tiempo, cuando Homero lo mencionaba en la Odisea, poco podía imaginar la repercusión que tendría para la humanidad, hasta convertirse en un símbolo que ha dado origen a dos expresiones idiomáticas: «caballo de Troya»; es decir, un engaño destructivo, y «presente griego», algo concebido como aparentemente agradable pero que trae consigo consecuencias graves. Lamentablemente, esta estrategia de introducirse subrepticiamente en la fuente del poder para destruirlo desde dentro, ha sido utilizada – y lo sigue siendo actualmente – en política hasta la saciedad.

Para no remontarme a tiempos pretéritos, empezaré por mencionar a Hitler, que en términos históricos - cien años no son nada -, es bastante reciente. El partido que fundó se presentó a las elecciones generales y en un principio lo único que consiguió fue hacer el ridículo. Lo siguió intentando y finalmente – no quiero extenderme mucho -, el 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg. A partir de ese momento, destruyó lo que de democracia había en esa Alemania y la convirtió en un estado fascista. El resto ya lo conocemos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los países detrás del telón de acero, fueron sucumbiendo a las maniobras de los diferentes Partidos Comunistas de cada país, quienes manipulando las elecciones, las urnas, las leyes y todo lo que se les ponía por delante, terminaron acaparando el poder en todos y cada uno de esos países, siguiendo las instrucciones de Moscú.

Una trayectoria parecida es la que siguieron algunos dictadores hispanoamericanos como Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, o más recientemente, Pedro Castillo en Perú, aunque a este le ha salido mal la jugada. Entraron en política con leyes democráticas y en cuanto pudieron, cambiaron las leyes y la Constitución para perpetuarse en el poder y convertir sus países en dictaduras comunistas.

Y así llegamos a España, en la que tenemos otro caballo de Troya en la Moncloa. Pedro Sánchez, está siguiendo al pie de la letra el comportamiento de todo dictador, que consiste en aprovechar la democracia y sus garantías para destruir el sistema desde dentro, como corresponde a un traidor.

A lo largo de su trayectoria política son famosas su interminable lista de promesas incumplidas, que incomprensiblemente, sólo son objeto de burla y de chanza, pero que mantiene a la población atónita, amordazada y anestesiada frente al televisor.

Sus promesas de que nunca podría pactar con PODEMOS; que jamás pactaría con BILDU; que los golpistas catalanes cumplirían TODA la pena impuesta en prisión; que lucharía sin descanso contra la corrupción política y algunas docenas más, han ido quedando en el olvido, al tiempo que aprovechaba cada ocasión para acusar a la oposición de ser la responsable de todos los males.

La democracia, por definición, es un sistema político en el que los distintos poderes ofrecen contrapeso y mutuo control y vigilancia, con el fin, primordialmente, de evitar la implantación de un sistema autárquico, dictatorial o fascista. De ahí que los jueces en España, han sido los garantes de los derechos de los ciudadanos, algo, que, por cierto, no ha gustado nada al fascista de Sánchez.

En efecto, el Tribunal Constitucional ha sido siempre una fuente de problemas para el presidente, que ha obtenido la mayor colección de sentencias en contra de cualquier presidente español desde 1978, incluidas las dos sentencias que declaraban ilegal el estado de excepción – de facto – que promovió Sánchez con motivo de la pandemia.

Desde el minuto uno de partido, Sánchez se propuso el sometimiento del Poder Judicial a sus caprichos y veleidades, partiendo de la base conceptual de que “el estado soy yo”, y, por tanto, todo debe funcionar a mi dictado, ya se trate de la Fiscalía General del Estado, del control absoluto del CGPJ, del Tribunal Constitucional o del Tribunal Supremo. Sólo así, asegurándose la servidumbre de los jueces ideologizados, puede afrontar el desmantelamiento del estado, sin sufrir los embates de aquellos jueces que defienden a los españoles, a la ley, a la Constitución, sin temor a que sus futuras decisiones corran el riesgo de que sean calificadas de ilegales. Sólo así, tiene las manos libres para alterar las leyes, modificando el Código Penal y diseñando un marco legal para beneficio exclusivo de los secesionistas catalanes y los filo terroristas vascos.

Para eso, se va a librar una batalla que consiste en domeñar al Tribunal Constitucional y evitar así, una nueva condena en contra de sus intereses. Ese es el objetivo de nombrar al ex ministro Juan Carlos Campo y a Laura Díez, como miembros del TC y así obtener mayoría. Cabe recordar que Campo fue el artífice de diseñar el indulto a los secesionistas catalanes, mientras Díez, trabajó directamente en Moncloa como directora general de Presidencia.

Esa es la estrategia básica de Pedro Sánchez: entrar donde reside el poder y hacerlo dentro de un caballo de Troya. Así consiguió sentarse en la Moncloa, cuando ni siquiera era miembro del PSOE, ni diputado en el Congreso. Al igual que Hitler, ganó unas elecciones, pero no por mayoría absoluta, lo cual, no fue obstáculo para aliarse con toda la escoria parlamentaria y así poder ser presidente del gobierno.

Y así, actuando como un Caballo de Troya, es como pretende convertir una joven democracia europea en un estado comunista, aboliendo la Monarquía – ya ha exiliado al Emérito sin motivo real alguno -, sometiendo al Poder Judicial a sus designios, encarcelando a los empresarios que supuestamente incumplan la Ley Laboral y permitiendo que cualquier político pueda robar el dinero que considere, con la certeza de que ningún juez español se lo va a recriminar porque todos estarán sometidos al PSOE de Sánchez y sus secuaces.

Creo que ya va siendo hora de que VOX se deje de zarandajas y de brindis al sol y promueva una gran manifestación popular contra este gobierno, en compañía de PP, de VOX y de todos los que quieran sumarse. Seguro que a Sánchez no le gustaría ni un pelo estando a las puertas de la próxima presidencia del Consejo de la UE, entre el 1 de julio y el 31 de diciembre de 2023, un período que coincide, casualmente, con las Elecciones Generales en España.

Y, por otra parte, yo invertiría más esfuerzos en intentar hacer comprender a los ciudadanos que el gran problema que tenemos los españoles es que Pedro Sánchez no es que pretenda perpetuarse en la Moncloa – que también – sino que en democracia debe haber un juego de contrapesos y que, si permitimos que Sánchez continúe sobando los resortes de la democracia y del estado, nos vamos a quedar sin una cosa y sin la otra.

 

© Carlos Usín

 

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