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Hace unos 3.200 años tuvo lugar
un conflicto bélico que enfrentó, por un lado, a una coalición de ejércitos
aqueos, y por otro, a la ciudad de Troya y sus aliados. Todos sabemos cómo
terminó aquello, pero en aquel tiempo, cuando Homero lo mencionaba en la Odisea,
poco podía imaginar la repercusión que tendría para la humanidad, hasta
convertirse en un símbolo que ha dado origen a dos expresiones idiomáticas:
«caballo de Troya»; es decir, un engaño destructivo, y «presente griego», algo
concebido como aparentemente agradable pero que trae consigo consecuencias
graves. Lamentablemente, esta estrategia de introducirse subrepticiamente en la
fuente del poder para destruirlo desde dentro, ha sido utilizada – y lo sigue
siendo actualmente – en política hasta la saciedad.
Para no remontarme a tiempos pretéritos,
empezaré por mencionar a Hitler, que en términos históricos - cien años no son
nada -, es bastante reciente. El partido que fundó se presentó a las elecciones
generales y en un principio lo único que consiguió fue hacer el ridículo. Lo
siguió intentando y finalmente – no quiero extenderme mucho -, el 30 de enero
de 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg.
A partir de ese momento, destruyó lo que de democracia había en esa Alemania y
la convirtió en un estado fascista. El resto ya lo conocemos.
Tras la Segunda Guerra Mundial,
los países detrás del telón de acero, fueron sucumbiendo a las maniobras de los
diferentes Partidos Comunistas de cada país, quienes manipulando las
elecciones, las urnas, las leyes y todo lo que se les ponía por delante, terminaron
acaparando el poder en todos y cada uno de esos países, siguiendo las
instrucciones de Moscú.
Una trayectoria parecida es la
que siguieron algunos dictadores hispanoamericanos como Hugo Chávez en
Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, o más recientemente, Pedro Castillo en
Perú, aunque a este le ha salido mal la jugada. Entraron en política con leyes
democráticas y en cuanto pudieron, cambiaron las leyes y la Constitución para
perpetuarse en el poder y convertir sus países en dictaduras comunistas.
Y así llegamos a España, en la
que tenemos otro caballo de Troya en la Moncloa. Pedro Sánchez, está siguiendo
al pie de la letra el comportamiento de todo dictador, que consiste en
aprovechar la democracia y sus garantías para destruir el sistema desde dentro,
como corresponde a un traidor.
A lo largo de su trayectoria
política son famosas su interminable lista de promesas incumplidas, que
incomprensiblemente, sólo son objeto de burla y de chanza, pero que mantiene a
la población atónita, amordazada y anestesiada frente al televisor.
Sus promesas de que nunca podría
pactar con PODEMOS; que jamás pactaría con BILDU; que los golpistas catalanes
cumplirían TODA la pena impuesta en prisión; que lucharía sin descanso contra
la corrupción política y algunas docenas más, han ido quedando en el olvido, al
tiempo que aprovechaba cada ocasión para acusar a la oposición de ser la
responsable de todos los males.
La democracia, por definición, es
un sistema político en el que los distintos poderes ofrecen contrapeso y mutuo
control y vigilancia, con el fin, primordialmente, de evitar la implantación de
un sistema autárquico, dictatorial o fascista. De ahí que los jueces en España,
han sido los garantes de los derechos de los ciudadanos, algo, que, por cierto,
no ha gustado nada al fascista de Sánchez.
En efecto, el Tribunal
Constitucional ha sido siempre una fuente de problemas para el presidente, que
ha obtenido la mayor colección de sentencias en contra de cualquier presidente
español desde 1978, incluidas las dos sentencias que declaraban ilegal el
estado de excepción – de facto – que promovió Sánchez con motivo de la
pandemia.
Desde el minuto uno de partido,
Sánchez se propuso el sometimiento del Poder Judicial a sus caprichos y
veleidades, partiendo de la base conceptual de que “el estado soy yo”, y, por
tanto, todo debe funcionar a mi dictado, ya se trate de la Fiscalía General del
Estado, del control absoluto del CGPJ, del Tribunal Constitucional o del
Tribunal Supremo. Sólo así, asegurándose la servidumbre de los jueces
ideologizados, puede afrontar el desmantelamiento del estado, sin sufrir los
embates de aquellos jueces que defienden a los españoles, a la ley, a la Constitución,
sin temor a que sus futuras decisiones corran el riesgo de que sean calificadas
de ilegales. Sólo así, tiene las manos libres para alterar las leyes,
modificando el Código Penal y diseñando un marco legal para beneficio exclusivo
de los secesionistas catalanes y los filo terroristas vascos.
Para eso, se va a librar una
batalla que consiste en domeñar al Tribunal Constitucional y evitar así, una
nueva condena en contra de sus intereses. Ese es el objetivo de nombrar al ex
ministro Juan Carlos Campo y a Laura Díez, como miembros del TC y así obtener
mayoría. Cabe recordar que Campo fue el artífice de diseñar el indulto a los secesionistas
catalanes, mientras Díez, trabajó directamente en Moncloa como directora
general de Presidencia.
Esa es la estrategia básica de Pedro
Sánchez: entrar donde reside el poder y hacerlo dentro de un caballo de Troya.
Así consiguió sentarse en la Moncloa, cuando ni siquiera era miembro del PSOE,
ni diputado en el Congreso. Al igual que Hitler, ganó unas elecciones, pero no por
mayoría absoluta, lo cual, no fue obstáculo para aliarse con toda la escoria
parlamentaria y así poder ser presidente del gobierno.
Y así, actuando como un Caballo
de Troya, es como pretende convertir una joven democracia europea en un estado
comunista, aboliendo la Monarquía – ya ha exiliado al Emérito sin motivo real
alguno -, sometiendo al Poder Judicial a sus designios, encarcelando a los
empresarios que supuestamente incumplan la Ley Laboral y permitiendo que
cualquier político pueda robar el dinero que considere, con la certeza de que
ningún juez español se lo va a recriminar porque todos estarán sometidos al
PSOE de Sánchez y sus secuaces.
Creo que ya va siendo hora de que
VOX se deje de zarandajas y de brindis al sol y promueva una gran manifestación
popular contra este gobierno, en compañía de PP, de VOX y de todos los que
quieran sumarse. Seguro que a Sánchez no le gustaría ni un pelo estando a las
puertas de la próxima presidencia del Consejo de la UE, entre el 1 de julio y
el 31 de diciembre de 2023, un período que coincide, casualmente, con las
Elecciones Generales en España.
Y, por otra parte, yo invertiría
más esfuerzos en intentar hacer comprender a los ciudadanos que el gran
problema que tenemos los españoles es que Pedro Sánchez no es que pretenda
perpetuarse en la Moncloa – que también – sino que en democracia debe haber un
juego de contrapesos y que, si permitimos que Sánchez continúe sobando los
resortes de la democracia y del estado, nos vamos a quedar sin una cosa y sin
la otra.
© Carlos Usín