Ya he confesado en alguna ocasión que tengo una especial debilidad por el tema del espionaje. He devorado unas cuantas novelas de John Le Carré, algunas otras que trataban sobre historias reales con espías de verdad y todas las películas que he podido que han tratado sobre este asunto. Así es que, espero que con estos antecedentes se entienda que al abordar el asunto del que voy a escribir, empiece con esa pequeña aclaración. Se entenderá más adelante. Además, todo el mundo sabe qué es un topo en sentido figurado. El diccionario de la RAE lo define así: “Persona que, infiltrada en una organización, actúa al servicio de otros.”
También soy partidario de que,
tras un evento, ya sea un partido de fútbol, de tenis o, como en este caso,
unas elecciones, se analice el porqué de los resultados, ya sean victoriosos o
no. A veces una victoria puede dar una visión desenfocada de la realidad y, sin
embargo, de una derrota puedes aprender. Por ejemplo, la victoria pírrica del
PP debe hacernos reflexionar si se han cometido errores y en ese caso, si se
pueden resolver. Todo eso, al margen de pucherazos y maniobras rastreras, que
tampoco son descartables.
Para entender algo mejor por qué
estamos en mitad del barro, tal vez sea bueno echar la vista un poco atrás,
tampoco mucho. Por ejemplo, el panorama en 2011 todavía se basaba
fundamentalmente en el bipartidismo (PP-PSOE) con apoyos puntuales para asuntos
clave.
Pero en las siguientes, las del
año 2015, apareció un elemento distorsionador que es una de las razones de que
estemos en donde estamos: PODEMOS y sus adláteres y marcas blancas.
Como se aprecia en la imagen de
más abajo, al comparar los resultados del año 2011 con los del 2015, en este
último aparecen de sopetón, una nada desdeñable lista de partidos que antes no
estaban, entre ellos PODEMOS, que además de tener ya representación en
Bruselas, obtiene 42 escaños en el Congreso. La mayoría de esos partidos nuevos
son de izquierda extrema y en realidad, dinamitan el mapa político que
conocíamos hasta ese momento.
En esas mismas elecciones de
2015, Ciudadanos da el salto a la política nacional con 40 escaños. Por el
contrario, UPyD, de Rosa Díez, desaparece del mapa. Y por primera vez aparece
VOX, aunque sin representación parlamentaria.
Es a partir de aquí cuando el
mapa español se fractura en mil reinos de taifas, aunque siempre en dos bloques
condenados a no entenderse, algo de lo que los partidos de izquierdas, sobre
todo PODEMOS, se encargarán de promover. Regresa el lenguaje previo a la guerra
civil; el desenterrar a los muertos, pero sólo los del bando rojo; el traslado
de algunos y, en definitiva, retrotraer a la población a una vida que la mayoría
no ha conocido salvo de oídas.
Esa estrategia diseñada por Pablo
Iglesias es lo que él mismo denomina “generar tensión” y es el caldo de cultivo
basado en el odio en el que se basa su éxito, al menos en ese momento.
De todas formas, tras el
terremoto del 2015, el peor parado, al final, ha sido el bloque de derechas. De
hecho, a los pocos meses y dado un bloqueo institucional, por primera vez
tuvimos que ir a nuevas elecciones en 2016. Y aquí es cuando se armó el lío.
El PSOE con Pedro Sánchez a la
cabeza, había cosechado los peores datos de su historia, por segunda vez
consecutiva, todo lo cual no era un obstáculo para el ínclito Sánchez para
intentar gobernar. El resto de la historia es bien conocida.
Con el paso de los años y las
elecciones parece que hemos asumido este panorama caótico cuyo último ejemplo
es el engendro llamado SUMAR, formado a su vez por 15 formaciones políticas en
lucha permanente por ver quien es más comunista que el de al lado. A pesar de
eso, aunque en el bloque de la extrema izquierda haya docenas de partidos
pugnando incluso entre ellos por ver quién come caliente, al final, se las
ingenian para aparecer en la foto, aunque para ello tengan que asesinar a su
Julio César tantas veces como fuere menester.
Pero en el bloque de la derecha,
no ha sucedido lo mismo.
Las sucesivas irrupciones fugaces
y posteriores desapariciones fulgurantes de partidos como Ciudadanos y UPyD; la
puñalada del PNV en la posterior moción de censura, traicionando la estrategia
histórica de consenso que había mantenido con el gobierno central; el lanzarse
al monte de los catalanes con Artur Más a la cabeza y abandonar sus históricos
pactos con los gobiernos centrales de todo signo político. Todo ello, ha ido
dejando huérfano al PP que intenta mantenerse como puede, aunque cada vez más
aislado.
Y para colmo de males, al final,
una vez ya desaparecidos C’s y UPyD, irrumpe VOX. Es decir, la derecha se ha
ido deslizando cada vez más hacia la derecha en la misma medida que lo ha hecho
la izquierda hacia la izquierda, pero el dogmatismo hace milagros y favorece a la
extrema izquierda y no a los otros. No importa si el “tito Berni” se ha ido de
putas con dinero público; no importa si al PSOE y la Junta de Andalucía son
condenados por los falsos ERE’s. Lo que importa es saber si Bárcenas cobró sobres
en negro hace 20 años o si Feijóo se hizo una foto con un traficante hace 30.
Así es que, así las cosas, habrá
que descartar que, de momento, al PP le dejen ganar por mayoría absoluta.
Resulta un muro infranqueable luchar contra todos y ganar. No es una cuestión
de Feijóo, de Juanma Moreno o de Ayuso, es un asunto mucho más profundo. Es un
sistema diseñado para que sólo pueda gobernar la extrema izquierda, es decir,
todos aquellos que quieren abolir la Monarquía, someter a la Justicia a sus
veleidades, incluso presumiendo de ello, y destruir el espíritu conciliador que
inspiró la Constitución. Los que están dispuestos a despenalizar la
malversación de caudales públicos; los que consideran que dar un golpe de
estado es algo político, simplemente porque no hubo disparos, etc. etc. etc. Y
si para ello hay que gritar en la sede del PSOE eslóganes de la guerra civil,
pues se grita, que para eso han perdido.
Todos ellos desprecian la
Constitución diciendo que es vieja, antigua y que ya está obsoleta, que España
ha cambiado y que la Constitución necesita modernizarse. Los principales
detractores de la Carta Magna son tanto vascos como catalanes, olvidando, que
tanto unos como otros, estuvieron representados en la redacción de la misma a
través de Miquel Roca que hablaba en nombre de: CDC, UDC, PSC-R, EDC y ERC. Lo
mismo cabe decir de los comunistas que contaron con Jordi Solé Tura como otro
de los firmantes de la Constitución.
En la redacción de nuestra
Constitución no falta nadie porque a nadie se excluyó. Y, sin embargo, año tras
año, el 6 de diciembre, la Constitución es vilipendiada por comunistas, vascos
y catalanes, - entre otros - que la desprecian ausentándose de las
celebraciones que se realizan en el Congreso y olvidando que gracias a esa
misma Constitución que ellos desdeñan, son los legales representantes de sus
electores e incluso presidentes de Comunidad Autónoma.
La idea que tienen de España –
suponiendo que tengan alguna – pasa por bordear la Carta Magna, pero sin que se
note mucho. Y ¿cómo se consiguen todos esos objetivos? Pues sencillo: colocando
a un topo en La Moncloa y a un esbirro en el Tribunal Constitucional: Conde
Pumpido.
Destruirá la Constitución desde
dentro. No hará falta referéndums de independencia, les otorgará tantas
competencias que no necesitarán esa declaración, y mientras tanto, sus
peticiones y exigencias para sangrar al Estado, para chantajear al Estado,
serán cada vez más intensas.
¿Catastrofista? Los de Troya se
alegraron mucho por el regalo del caballo.
Y la pregunta ¿hasta dónde
estamos dispuestos a aguantar?