Mi carrera militar en el glorioso ejército del aire era fulgurante y en un continuo ascenso. Pasé de friegaplatos fracasado en la cocina, a camarero de oficiales o barman de piscina, para terminar de basurero. Las profesiones que más tarde serían las más demandadas.
El año de mi incorporación a la
mili (1976) fue un año pródigo en noticias importantes, aunque directamente a
mí, un maldito recluta con destino de basurero, no me afectaron. O eso pensé en
aquel momento.
- El 15 de abril se inicia el XXX Congreso de la UGT, el primero celebrado tras la Guerra Civil.
- El 9 de mayo en Navarra son asesinados dos militantes carlistas (Sucesos de Montejurra).
- El 9 de junio se aprueba la ley que autoriza la existencia de partidos políticos.
- El 1 de julio dimite Carlos Arias Navarro, último presidente del Gobierno nombrado por el dictador Francisco Franco.
- El 3 de julio ―tras el final de la Dictadura de Franco―, Adolfo Suárez es nombrado presidente del gobierno.
- El 18 de julio , los GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), reivindican la colocación de 28 artefactos explosivos.
- El 30 de julio el rey Juan Carlos I decreta una amnistía política que afecta a 500 personas encarceladas por su ideología.
- El 10 de septiembre el Gobierno aprueba el proyecto de ley de reforma política que abrirá el camino hacia la democracia.
- El 18 de noviembre tras el final de la dictadura franquista, las Cortes aprueban la Ley para la Reforma Política, que abrirá el camino a la democracia.
- El 15 de diciembre ―tras la dictadura de Francisco Franco― se lleva a cabo un referéndum sobre la reforma política que dará paso a un nuevo modelo político. Comienza la democracia.
Todos esos acontecimientos, por
supuesto que me afectaron con efecto posterior, pero a mí lo único que me
importaba era salir cada día de la base y continuar con lo que consideraba era mi
vida normal: pasar los fines de semana en mi casa, celebrar mi cumpleaños,
disfrutar de la Navidad y no hacer guardias como los de la PA, en fin,
recuperar mi vida, la que era mía y no quería compartir con los de uniforme.
Seguía prevaleciendo la idea de “esto tiene una fecha de caducidad” y llegará.
No me planteaba la utilidad de encharcar los jardines a base de agua con el
consiguiente mosqueo del sargento. Ni tampoco me planteaba la utilidad, en
general, del servicio militar. Simplemente esperaba que llegara la hora de la
despedida. Pero mientras tanto, sucedían cosas.
El protocolo exigía que antes de
abandonar la base vestidos con el uniforme de paseo, debíamos formar en el
patio del edificio de reclutas. El pase per nocta, lo llevábamos encima, era
nuestro DNI militar, pero, aun así, nos hacían formar, imagino que para contar
cuántos había por la mañana y cuántos había en ese momento. El caso es que un
día, estando en formación, pasó por encima nuestro un avión y alguno,
instintivamente, movió la cabeza. Y ahí empezó un pequeño show.
El suboficial al mando ordenó:
_ El
que se ha movido, que dé un paso al frente.
O bien el sujeto al que hacía
referencia no era consciente de que era a él a quien iba dirigida esa frase, o
bien, era directamente imbécil. Sea como fuere, nadie se movió. Y el suboficial
insistió.
_ Si
nadie da un paso al frente, no se va nadie.
La situación estaba enquistada y
el suboficial realizó otra maniobra. Se introdujo entre las filas de la
formación, se colocó justo a mi lado, me tocó el hombro y dijo:
_ Desde
aquí hasta el fondo, que se queden. Los demás pueden irse.
Como siempre, la suerte estaba en
mi contra.
El suboficial se dirigió una vez
más al grupo y siempre lo hizo en un tono conciliador, nada amenazante.
_Vamos
a ver. No voy a castigar al culpable. Sólo quiero que salga el responsable.
Allí no salía nadie. Y el
suboficial, repitió su oferta.
Entonces, yo me adelanté y di un
paso al frente:
_ He
sido yo, mi cabo primero.
_ No.
Tú nos has sido.
_ Entonces,
¿me puedo ir?
El cabo primero al principio se
sorprendió de la jugada, pero tuvo que admitir que si sabía que yo no había
sido no había razón para obligarme a estar allí.
_ Puedes
irte.
_ Gracias,
mi cabo primero.
Mi objetivo era que la mili
interfiriera lo mínimo en mi vida normal. No me quedaba más remedio que ir por
las mañanas hasta las 14.00, pero al menos tenía las tardes libres y las
aprovechaba. Así, por ejemplo, iba a hacer mis pinitos como programador COBOL
al Centro Electrónico para el Tratamiento de la Información, del Ayuntamiento
de Madrid (CETI) que entonces (no sé ahora) estaba en Conde Duque, no lejos de
casa. Allí con un ordenador IBM antediluviano y bajo la supervisión de los que
allí trabajaban, comencé a intentar programar algo en COBOL. El responsable de
IBM tenía el nombre más raro que he oído en mi vida: Baudilio. Era un hombre
afable, tranquilo y comprensivo. Allí fue el primer sitio en el que utilicé las
famosas tarjetas perforadas.
Del programa, mejor no hablar.
Era manifiestamente mejorable y aunque otros mucho más expertos que yo,
profesionales que trabajaban allí, me daban sus sabios consejos, no les llegaba
a entender. Estábamos en mundos distantes.
Yo estaba centrado en las
próximas Navidades y no quería que me las estropeasen con alguna guardia como
imaginaria ([1]). Además, ese año,
tanto el 24 como el 31 de diciembre caían en viernes. Tuve suerte y no tuve
guardia, pero el 31 de diciembre, tuve que ir a currar, claro.
Como cada día desde hacía meses,
el despertador sonó a las seis de la mañana. Con el fin de ahorrar el máximo de
tiempo en mi aseo, decidí que era mejor ducharme justo antes de acostarme por
la noche. Eso, unido al hecho de que también decidí dejarme barba para no
invertir tiempo en afeitarme, significó un considerable ahorro de tiempo.
Tiempo que podría dedicar a vestirme con calma y desayunar, aunque esto último
no me llevaba mucho tiempo porque a esas horas, no me entraba nada.
Después, el consabido trayecto en
metro y autostop hasta la base. Pero ese día, el 31 de diciembre, la familia
estaba en el chalet de Valdemorillo. Así es que me vinieron a buscar a la
entrada de la base y desde allí fuimos hasta el chalet.
Por la noche, aguanté
estoicamente hasta las uvas. Normalmente, debido a mis horarios, llevaba vida
monacal y solía acostarme no más allá de las diez de la noche. Así es que fue
tomarme las uvas, brindar por el nuevo año y despedirme de todos hasta el día
siguiente. Llevaba de zascandil 18 horas.
El año siguiente, 1977, era el
año de mi despedida de la mili. En verano estaría “lili”, o sea, licenciado. Se
acercaba el final.
[1] Una imaginaria es
un servicio de guardia de orden, desempeñado por un
militar con la función de sustituir durante la noche al militar que realiza la
también guardia de orden de cuartelero.1