Cuando a Don Manuel le comunicaron su nuevo destino en la compañía en la que trabajaba, creyó que tocaba el cielo: Madrid, España. La tierra de sus ancestros. Regresar al origen y poner en práctica sus experiencias y conocimientos durante su exitosa carrera en el Nuevo Mundo. ¡Actualizar a ese país tan atrasado!
El
cargo llevaba aparejado una serie beneficios adicionales a un salario
escandaloso. La casa, el coche, chófer, gastos de representación y una larga
lista de bonus en función de los objetivos.
La
vivienda, por ejemplo. Se escogió en una urbanización de lujo de los
alrededores de Madrid y el precio fue de 100 millones de pesetas (al cambio,
unos 600.000€). Si hoy en día no es demasiado corriente, encontrar una casa con
este precio en 1988, lo era aún menos.
Después
vino la elección del coche. El anterior director general utilizaba un Ford
Granada, pero D. Manuel, lo encontró poco representativo para un personaje como
él, que venía desde Miami, Florida, EEUU. Prefirió elegir un “Mercedes”. El
problema vino después, cuando se verificó que el modelo de coche que había
elegido, era mejor que el del jefe de su jefe, lo cual, en una multinacional,
no estaba bien visto. Por eso, inmediatamente después de haber procedido a la
compra del vehículo, se tuvo que proceder – sin estrenarlo – a su venta, con la
consiguiente pérdida de miles de euros.
Acostumbrado
a una actitud prepotente y a un mundo donde las reglas eran diametralmente
opuestas, Don Manuel intentó implantar en la España de finales de los 80’ la
misma mentalidad y comportamiento que traía aprendidos de su querida Miami,
donde había trabajado anteriormente.
- María José – dijo a su secretaria – dígale al presidente de Iberia y
al propietario de la cadena de grandes almacenes, que se pasen por mi despacho
por favor. Que acuerden con usted el día y la hora y usted me gestiona la
agenda.
María
José – más conocida como Pepa en los ambientes – se espantó de lo que estaba
oyendo. Pero se libró muy mucho de llevarle la contraria al Ser Supremo.
Prefirió utilizar un camino alternativo, involucrando al director Financiero.
José María, subió a hablar con Manuel y ubicarle mejor en dónde estaba.
- Mira, Manuel, no sé cómo se harán estas cosas en Miami, pero aquí, en
España, es diferente. Tienes que ser tú el que pidas audiencia al de Iberia, y
a ver si te puede recibir. Y lo mismo con el de los grandes almacenes. Y con el
de RENFE.
A Don
Manuel se le ocurrió una idea que él consideró brillante, simplemente, porque
era suya. En una reunión de la cúpula directiva de la empresa, en la que
estaban representados, tanto el primer como el segundo nivel de dirección,
dijo:
- Jacinto, vamos a hacer una capea y vamos a invitar a todos los
empleados a que vayan con sus familias a pasar el día. Un sábado. Encárgate de
organizarlo todo: la finca, la vaquilla, el traslado de los que no quieran ir
en coche propio, el buffet…todo.
El
pobre Jacinto, rezó en ese momento para que los Infiernos se abrieran y se
llevaran a su demonio que, en forma de director general, les habían enviado
desde allí abajo.
El director
general era consciente de una - cada vez más – creciente ola de insatisfacción
del personal, en su conjunto, debido a diversas medidas que había ido adoptando
y a otras que, aunque se quedaron en grado de tentativa, prometían ser igual de
desafortunadas. Dichas medidas, a juicio de los empleados, invadían un terreno
que consideraban estrictamente personal, como, por ejemplo, las normas que
pretendía imponer en relación a la manera de vestir de las mujeres en la
empresa. También la de los señores, pero en lo tocante a ellas, el impacto fue
mayor. Con la idea de la capea, pretendía crear él una atmósfera más propicia,
sin darse cuenta – porque era muy torpe – que se estaba equivocando, otra vez.
A pesar
de todo la capea se llevó a cabo. Jacinto, se pasó la mayor parte del tiempo
desatendiendo a su trabajo cotidiano para dedicarse al nuevo encargo recibido
del Ser Supremo. Y su trabajo, lo hizo bien. Pero la fiesta fue un fiasco.
En la
siguiente reunión del equipo directivo, que tenía lugar cada quince días, Don
Manuel, profundamente contrariado, nuevamente abordó el tema:
- Yo no entiendo que la gente no vaya, si es gratis – dijo ignorando que,
en España, hay valores que no tienen precio. - Jacinto, ¿informaste a todo el mundo de la
fiesta y que era gratis?
- Sí, claro – respondió Jacinto, que todavía se temía que le endosaran
la responsabilidad del fiasco.
- Y entonces, ¿alguien me puede decir por qué la gente no asistió?
Fue entonces,
cuando el bocazas de Rafa, abrió la suya mientras todos los demás la tenían
bien cerrada.
- Es que lo importante no es que sea gratis o no. Es que hay que tener
en cuenta los gustos de la gente. Por ejemplo, los fines de semana, son para la
familia, no para actos de empresa, aunque sean gratis. Hay gente a la que no le
gustan los toros, ni las vaquillas, ni las capeas, ni el campo, ni los picnics.
Y hay gente que prefiere quedarse en casa y comer con sus hermanos, sus padres
o sólo.
Don
Manuel, le miraba como si Rafa acabara de salir de un platillo volante. ¡Este
chico debe estar cracy! Pensaría.
- Jacinto, encárgate de averiguar por qué la gente no ha ido a la capea.
Uno de los que no asistió a la capea fue el propio Rafa. Otro, el director de Marketing. A este último, su osadía le costó ser trasladado a Londres, algún tiempo después.