En la empresa multinacional en la que trabajaba Rafa, las cosas sucedían a una velocidad vertiginosa. Esto, unido a que muchas veces las decisiones estratégicas iban de un lado al otro del péndulo, confería al trabajo un grado de ansiedad y de incertidumbre grande.
Rafa
llevaba poco más de 2 años en la empresa y su carrera estaba en lo más alto.
Disfrutaba con su trabajo, tenía una gran autonomía, estaba muy considerado por
sus jefes y mantenía excelentes relaciones tanto con sus compañeros de
departamento como con el resto de empleados de la empresa. Tal era el aprecio
que tenían sus superiores por su trabajo, que, en la evaluación del desempeño del
año anterior, le concedieron la máxima puntuación posible, siendo el único
empleado de la compañía en España que obtuvo semejante valoración. Lo que
motivó, que el director general de la empresa, llamara a sus jefes más
inmediatos, responsables de dicha valoración, para que lo justificaran y
finalmente, se la concedieron.
El
equipo del departamento liderado por el director, lo formaban un reducido
número de personas (15), que, a pesar de sus enormes diferencias y
características personales, habían conseguido hacer un grupo homogéneo, casi
una piña. Algo que, sin advertirlo, había levantado recelos y envidias en otras
áreas de la compañía.
De
repente, un día, se rompe la magia. El director del departamento donde
trabajaba Rafa había decidido abandonar la compañía. Rafa se sintió algo
huérfano por la situación, aunque no tanto como cuando empezó a constatar, que
no iba a ser el único. Se produjo una desbandada. Cada cierto tiempo, cada pocas
semanas o meses, había alguien que se iba. El equipo, se desangraba. Poco a poco, el desánimo fue inundando los
corazones que no hacía mucho, rebosaban alegría, ilusiones y esperanzas.
Una vez
que el director abandonó la compañía, no sin alguna lágrima por parte de alguna
empleada de su departamento, el director general le comunicó tanto a Rafa como
a otro Gerente del área – que eran los únicos que quedaban – que el puesto de director,
quedaba vacante, o sea, OPEN, hasta que tomara una decisión. Mientras tanto,
para cubrir la función, estaría de modo interino (acting) el director
Administrativo, José Andrés Peñascal.
José
Andrés Peñascal, era un tipo borde, grosero, de comportamiento chulesco y de
carácter desabrido, que bien podía entrar una mañana temprano en el
departamento que dirigía y decir a gritos:
- ¡¡Sois una pandilla de hijos de putaaaaaa!!! ¡¡¡Me vais a
hundiiiiiiiiiirrrr!!!
Lo
cual, como es lógico suponer no agradaba en absoluto a los interpelados.
Al poco
de cambiar de director de Informática por la marcha (casi huida) del anterior,
Peñascal organizó una reunión entre sus Gerentes habituales del departamento
que dirigía y los dos nuevos Gerentes, provenientes de Proceso de Datos: Rafa y
Ángel. Peñascal, tenía por costumbre reunirse con sus Gerentes, una o dos veces
por semana y en esa ocasión, quiso aprovechar la oportunidad e invitó a Rafa y
Ángel.
- Quiero empezar esta reunión – comenzó Peñascal – dando la bienvenida a
nuestro grupo a Rafa y Ángel, como Gerentes del departamento de IT. Ahora todos
formamos un solo equipo. Bienvenidos.
- Muchas gracias, José Andrés, por tus cariñosas palabras – comenzó a
responder Rafa. La verdad es que Ángel y
yo – Ángel, asentía con la cabeza – habíamos pensado en daros la bienvenida a
todos vosotros a nuestro grupo de Gerentes de IT – risas soterradas entre
alguno de los asistentes. Estamos muy contentos de que, a partir de ahora,
formemos un solo equipo, compacto y unido. Bienvenidos.
Más
adelante, en cierta ocasión, Rafa tuvo que atender a un nuevo empleado de la
compañía y como establecía el protocolo de bienvenida, debía explicarle a qué
se dedicaban en el departamento de Proceso de Datos. Le informó, a grandes
rasgos de sus funciones y dibujó un mini organigrama en el que, según la
información que le había proporcionado el mismo director general, la posición
de D. de Proceso de Datos, estaba “OPEN”.
Unas
horas más tarde, José Andrés Peñascal, sube a su departamento y le llama al
despacho del antiguo director.
- ¿Qué es eso? – le pregunta con malos modos y en un tono impertinente
mientras hace un gesto sobre lo que hay en la pizarra de veleda.
- Eso, ¿el qué? – dijo Rafa que no entendía de qué iba la película.
- ¡Eso! ¡Eso!, ¿Qué pone ahí? PONE OPEN – cada vez en un tono menos
admisible.
- ¡Evidentemente! – respondió Rafa.
- Pues no señor estás equivocado. ¡El director de Proceso de Datos, soy
yo! – casi escupió el título.
- Pues no es eso lo que me dijo el director general. Por eso, pongo la
información que tengo.
- ¡Pues no! ¡Pues no!, - exclamaba casi fuera de sí. ¡Soy Yo!
- Pues enhorabuena. ¡Y ah!, no se te olvide comentarle al D. de Recursos
Humanos, que lo publique en los tablones. Estoy seguro de que recibirás más
felicitaciones. ¿Algo más?
Entonces,
José André Peñascales, con toda la mala leche que era capaz de albergar – y eso
era mucho -, se levantó, borró el organigrama de la pizarra y se marchó de allí
sin decir palabra.
Ni qué
decir tiene que las relaciones entre ellos, nunca fueron a mejor, claro. Un
individuo como el Peñascales que le cogió ojeriza a Rafa porque un día llamó
por teléfono preguntando por una persona y le respondió: “le estoy viendo por
el cristal; llámale a la extensión ….”, pues era difícil congeniar con él.
Según le confesó más tarde el propio Peñascales a Rafa, lo que esperaba era que
Rafa le pasara directamente. A lo que Rafa le informó en ese momento de
intimidad, que el botón correspondiente del teléfono de Rafa, no funcionaba y
por eso no podía pasarle.
Como el
Peñascales tenía un perfil administrativo, o sea, burócrata, de informática lo
más que sabía, era usar una calculadora. Por eso y por su carácter, cuando le
encomendaron la dirección del departamento técnico de Proceso de Datos, se
sintió como un pulpo en un garaje. En vez de confiar en los profesionales que
allí trabajaban y que lo hacían estupendamente, prefirió realizar una labor de
seguimiento exhaustivo, casi de espionaje, para la cual, no tenía ni base ni
conocimientos necesarios. Por eso, un día, le ordenó a Rafa, la cosa más
absurda que nunca jamás había oído en su vida:
-
Ponme por escrito todo lo que sabes.
- ¿Qué? – preguntó Rafa aturdido todavía por lo que había escuchado.
- Que me pongas por escrito todo lo que sabes.
- Todo lo que sé, ¿de qué? – alucinaba Rafa.
- De Informática. ¡Todo lo que sabes de informática!
Rafa no
podía dar crédito que, a semejante animal, le hubieran regalado el puesto y el
sueldo que tenía. Era la petición más absurda que había recibido jamás.
- En primer lugar, eso me llevaría años, con lo cual, el resultado no
sería útil porque al terminar, estaría desfasado– respondió Rafa intentando
ridiculizar al máximo a su oponente por semejante ocurrencia- En segundo lugar,
no creo que le interese a nadie. Pero lo más importante de todo: todo eso que
yo ya sé, ya está escrito. Lo tienes en todos esos manuales – le indicó con el
dedo la dirección- que llenan las estanterías del suelo al techo en esa pared.
Empieza por donde quieras.
Rafa
acabaría fuera de la compañía, por mor del Peñascales. El Peñascales, también,
pero más tarde y con más dinero. El suficiente como para montar un bufete de
abogados, del que sigue viviendo hoy en día.