sábado, octubre 28, 2023

El pirata

El año 1992 fue un año mágico para España. Parecía que todo lo que pasara en el planeta Tierra, tenía que estar centrado aquí. Se celebró el 500 aniversario del Descubrimiento, se celebraron los JJOO en Barcelona y para guinda del pastel, la Expo de Sevilla. Luego, más tarde, se fueron conociendo algunos de los entresijos de alguno de estos eventos, pero eso es harina de otro costal.

Es fácil entender, por tanto, que aquellos que vaticinaron que a partir del 93 se avecinaba una crisis brutal, acertaron y a nadie le extrañó. Todas las inversiones que se habían realizado para tan magnos acontecimientos, habían supuesto un enorme sacrificio y tan deprisa como se fueron terminando los fastos, fue aumentando el índice de paro. Y Rafa fue uno de ellos.

Aparte de perder el empleo, por el camino perdió la casa que se había comprado justo un mes antes de quedarse sin trabajo. Al menos, por suerte, pero, sobre todo, por la mediación de la directora de su banco con el que tenía la hipoteca, consiguió un comprador, al que le malvendió el apartamento, un poco antes de que se iniciaran los trámites de embargo de la propiedad.

Al cabo de un tiempo que le pareció infinito, la venta de su vivienda coincidió con la aparición de un nuevo empleo, aunque, a decir verdad, lo de empleo era más bien un eufemismo. La categoría estaba tres peldaños por debajo de la que tenía en su empleo inmediatamente anterior y el sueldo era, casi exactamente, la mitad. Pero no le iba a hacer ascos al tema. Lo malo vino después.

El trabajo en sí no estaba tan mal. Se trataba de un cliente del sector banca, que estaba en medio de una fusión con otra entidad. Eso inducía a pensar en la posibilidad de que el empleo fuera estable en el tiempo. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a tener contrato indefinido.

La primera sorpresa fue precisamente esa: que el contrato era por obra. Tuvo que preguntar en qué consistía esa modalidad de la que nunca, hasta entonces, había oído hablar y que, sin embargo, le iba a resultar tan familiar a partir de ese momento. Con lo del sueldo, tuvo que hacer números e investigar también en cuánto se quedaba al mes, porque a Rafa le sonaba que era como la mitad de lo que ganaba antes y no se hacía a la idea. Pero después de todo, no se iba a quejar. Firmaría lo que fuese. Además, había vendido su casa, aunque por 4 millones de pesetas menos de lo que había costado 2 años antes. ¡Pero bah! Tampoco se iba a preocupar por eso. Había conseguido eliminar la amenaza de la hipoteca que ya le había costado Dios y ayuda pagar hasta entonces. Un problema menos.

Como siempre pasa en estos casos, se presentó en las oficinas de su nueva empresa para formalizar el contrato. Y en cuanto estampó su firma en un contrato en blanco – algo que no había hecho jamás y que no le gustó nada – fue directamente a su nuevo destino. No quería dar la impresión de ser un “problemático”, en caso de que se hubiera puesto a reclamar que el contrato estaba sin rellenar. La cosa era trabajar, cuanto antes y de lo que fuese.

Al llegar a su nuevo destino, vio un edificio enorme, como suele ser habitual. Tras el protocolo de identificación y de solicitud de la ficha correspondiente para poder entrar y salir por los tornos, bajaron una planta, camino de su nuevo destino. Le presentaron a su nuevo jefe de Proyecto y a los compañeros que, como él, se incorporaban ese mismo día o llevaban sólo unos pocos. El jefe de proyecto, Gregorio, que tenía pinta de ser una buena persona – y luego lo demostró –, les reunió a todos en una mesa grande de reuniones.

    - Bienvenidos. Yo soy Gregorio, el jefe de Proyecto. Ahora sólo tengo la intención de hacer las presentaciones y que nos conozcamos todos. Luego, en los próximos días, nos iremos reuniendo para tratar de abordar el trabajo y demás.

    - ¿Cuál es el horario? – preguntó Fernando, uno de los recién incorporados, para abrir el fuego.

    - Pues me alegro que me hagas esa pregunta. El horario, es de verano: de 08.00 – 15.00. Pero, además, en invierno, las horas se computan semanalmente, lo que quiere decir que si el viernes a las 12.00 de la mañana ya habéis hecho las 40 horas semanales, os podéis marchar. Siempre y cuando, claro, consideréis que vuestro trabajo no lleva retraso.

El resto de la reunión transcurrió por los mismos derroteros. Se trataba de ubicarse y conocer las reglas del juego para saber por dónde se iban a mover. Como ya advirtió Gregorio, en los próximos días ya entrarían a abordar el trabajo concreto.

La sala en la que iban a trabajar, era un sótano de dimensiones gigantescas, sin luz natural, sin discreción alguna porque todo era diáfano, sin mamparas, con cientos de personas diseminados en sus mesas y en el que cohabitaban diferentes empresas sub contratadas por el banco. Había un ventanuco al final de la sala, que daba directamente a un terraplén y por el que tan sólo se podía adivinar si era de día o de noche. Dadas las circunstancias tan penosas, tanto de ubicación como las laborales de su contrato, Fernando – alias el asturiano – y Rafa, decidieron bautizar a su nuevo lugar de trabajo como “la galera”.

Pronto descubrió Rafa que la empresa de servicios en la que trabajaba, tenía dos clases de trabajadores: los blancos, es decir, aquellos trabajadores que llevaban en la empresa varios años y que, por tanto, disfrutaban de un contrato indefinido, y por otro, los negros, o sea, los que como él, estaban siendo subcontratados por esa misma empresa de servicios, pero con condiciones muy diferentes.

Pero la gran sorpresa llegó con su primera nómina, algo que siempre se espera con especial ilusión. Para empezar, Rafa estaba acostumbrado a cobrar el primero de cada mes y aquí, resulta que estaban a día 7 y ya se estaba comiendo las uñas. Y todavía no había recibido la copia sellada del contrato.

Finalmente, la chica que hacía las veces de secretaria del jefe, Pilar, les llamó y les entregó un sobre con su nómina. Rafa no se había percatado. Se limitó a ver el recuadro de “líquido a percibir” y pasó por alto la categoría y todo lo demás. Fue Fernando el que le hizo llamar su atención.

    - Oye, Rafa. ¿Te has dado cuenta de que la fecha de alta del contrato en la Seguridad Social es del 08 de agosto?

    - Pues no.

    - ¿Tú también tienes en la nómina esa fecha? – preguntó Fernando.

    - A ver…sí.

    - ¡Serán hijos de puta! – dijo el asturiano.

    - ¿Qué pasa, macho?

    - ¿Que qué pasa? Que estamos en manos de un pirata. Que tú y yo llevamos aquí currando desde el día 1 de agosto y que este hijoputa nos ha robado una semana. Una semana que no nos paga en la nómina, y que, por tanto, no nos paga en la liquidación por despido y que tampoco computa para nuestra jubilación ni el paro. ¡Eso es lo que pasa!

Y Rafa, se quedó con cara de tolili y pensando cómo era posible aquello. Una cosa es que las condiciones laborales hubiesen cambiado por motivo de la crisis, pero otra distinta, es que se hubieran hecho con el poder gentes como Francis Drake o Barbanegra.

Unos días después, Fernando – que, entre otras cosas, estaba afiliado a CCOO – le informó.

    - ¿Tú sabes por qué el pirata nos ha robado una semana de sueldo?

    - ¿Porque le apetecía? – bromeó Rafa.

    - Resulta que este cliente, está harto de que todas las empresas que subcontratan, les envíen inútiles, y entonces, de modo unilateral, han decidido que los primeros 7 días, no los pagan porque consideran que no son productivos. Así es que, al menos a nuestra empresa – no sé a las demás – le descuentan una semana por todo aquel que subcontratan. 

     - Oye, y ya puestos, ¿te has enterado de porqué cobramos casi a mediados de mes? – preguntó Rafa que estaba empezando a ser consciente del hoyo en el que se había metido.

     - Ah, eso también tiene tela – le dijo el asturiano-. Resulta que como el cliente no paga hasta el día 5 o así, éstos no sueltan la mosca hasta que no tienen la pasta en el banco. Y eso gracias a que tienen un acuerdo con el cliente y les pagan cada mes y a comienzos, que, si no, nos iban a dar por saco.

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