El nuevo proyecto en el que Rafa había aterrizado, era toda una incógnita. Era la primera vez que trabajaba para ese cliente; la primera vez, por tanto, que tendría que enfrentarse a una infraestructura tecnológica desconocida y singular, porque sólo ese banco disponía de ella. La primera vez que tendría que trabajar en un área funcional bancaria en la que nunca antes lo había hecho. Así es que, más que una incógnita, aquello parecía más un reto. Y todavía le quedaban por delante algunas sorpresas más.
Al
menos – pensó – su jefa, - también conocida como la jaca jerezana, aunque
posteriormente se fueron acumulando los apodos, la mayoría de ellos poco
agradables de oír – le tranquilizó cuando le dijo que, para cubrir la parte más
técnica y complicada del proyecto, se iba a incorporar un fuera de serie, un
“number one”, un monstruo, que iba a ser la panacea y el bálsamo de fierabrás
que todo lo cura, al que llamaremos Ibrahim.
El tal Ibrahim era un tipo más ancho que alto,
de rasgos árabes – de ahí lo del nombre y su apellido impronunciable – que
vestía de forma que podríamos calificar como bastante más que desenfadada, con
unas camisas amplias siempre por fuera del pantalón pirata y que por
encontrarse en período estival, lucía además, unas antiestéticas sandalias, que
dejaban al descubierto unos talones callosos, ansiosos por recibir el más
mínimo gesto de cariño por parte de su dueño, el cual, en cuanto tomaba asiento
delante de su pantalla de ordenador, procedía a descalzarse como si el mismo –
ya de por sí bastante sucio – fuera para él un problema.
Nada
más aterrizar en el proyecto, Rafa organizó una reunión con todo el equipo,
puso en conocimiento de todos, la información necesaria, dividió funciones y
roles y estableció objetivos. Ibrahim tenía definido su cometido y sus
objetivos, en base a la información que Rafa había recibido de su jefa, la
jaca. Pero a los pocos días de llegar, a Ibrahim, le reclamaron de otro
proyecto para que terminara unos flecos que habían quedado pendientes. Rafa,
acordó con el otro jefe de proyecto, compartir las tareas de Ibrahim, de forma
que éste pudiera cumplir con los objetivos de ambos proyectos.
En un
principio, el trabajo de Ibrahim pareció que había cumplido las fechas
comprometidas y en ese momento, todo parecía correcto. Falsa ilusión.
La cosa
se empezó a poner fea cuando a los pocos días, Rafa organizó una reunión con
miembros de su equipo y de su propia empresa para abordar algunos aspectos
técnicos que Ibrahim conocía y quería que compartiera con sus compañeros.
- Yo es que esta versión no la conozco – dijo Sergio, dirigiéndose a
Ibrahim.
-Yo sí, - respondió entre risas el aludido.
- Ya. Por eso estamos aquí, para que nos pongas al día – pidió Sergio.
- Búscate la vida, como me la busqué yo – fue la aturdidora respuesta de
Ibrahim que dejó a todos, incluido Rafa, atónitos.
- O sea, ¿Qué sabes cómo hay que trabajar y qué debo hacer y no me lo
vas a decir? – preguntó incrédulo Sergio como si pensara que había algo que se
le había escapado por inaudito.
- Ese es tu problema – fue la respuesta de Ibrahim.
- En ese caso, informaré a mis superiores de tu actitud si tú no tienes
inconveniente – dijo dirigiéndose a Rafa.
- Por mí, de acuerdo Sergio – dijo éste. Yo también voy a informar a los
míos.
A
partir de entonces, las ausencias del tal Ibrahim – que por supuesto para
entonces, ya había conseguido la unanimidad del desprecio del resto de sus
compañeros y se había ganado el apodo de “el moro” – fueron cada vez en
aumento. Hasta el punto que se puso de moda entre ellos una canción de Manu
Chao que decía:
La
mayor parte del tiempo, no estaba sentado en su sitio, trabajando como el resto
del equipo. Se pasaba el día atendiendo a las llamadas de su móvil y
puntualmente, como un reloj suizo, a las 15.00 recogía los trastos y daba por
terminada su jornada laboral, con horario de verano. Evidentemente, con este
comportamiento, su trabajo se fue retrasando y era la clave para el trabajo del
resto del equipo. La súper estrella que le había vendido la jaca, no brillaba.
Sus compañeros, sobre todo Fernando, - el consultor y amigo con el que
compartía confidencias, - hacían lo posible para llevar al día sus tareas. De
hecho, Rafa y Fernando, no disfrutaban de la jornada de verano. Todos los
demás, sí.
Fue
entonces cuando Ibrahim dio una vuelta de tuerca más.
- Bueno Rafa, si quieres, puedo ir adelantando trabajo en casa.
- No se trata de que adelantes trabajo. Se trata de que no lo retrases,
que es diferente. Y sí, me parece bien que, si en la oficina no te da tiempo,
lo intentes desde casa.
- Vale, pero eso no será gratis. Pasaré las horas extras – expuso con
crudeza el moro.
- No tengo la más mínima intención de compensar a un vago como tú por no
hacer el trabajo que tiene encomendado o hacerlo mal. Estaría dando un pésimo
ejemplo al resto de miembros del equipo.
- Pues en ese caso, no hay horas extras y no trabajo en casa.
- En casa tampoco
trabajarás – puntualizó Rafa enfatizando el adverbio.
Un día,
viernes para más señas, Fernando y Rafa habían acordado reunirse junto el moro,
para repasar unos temas. Pasaron la mañana trabajando los tres y cuando iban a
dar las 3 de la tarde, de pronto Fernando exclamó:
- ¡Me cago en la puta de oros!
- ¿Qué pasa? – preguntó asustado Rafa.
- ¡Que esta tarde no me puedo quedar, joder! – dijo realmente
apesadumbrado Fernando.
- Tranquilo, hombre, no te preocupes. Nos quedamos Ibrahim y yo.
Al moro
se le demudó la cara. No le habían preguntado si podía o no y le acababan de
joder su viernes de verano por la tarde.
- Lo siento, tío. Es que no me he acordado – se disculpó Fernando.
- Sin problemas. Esto lo dejamos listo esta tarde y el lunes a las
09.00, está – se las prometía felices Rafa.
Efectivamente,
Ibrahim y Rafa, bajaron a comer y después continuaron con el trabajo. A las
18.00 de la tarde, el moro dijo:
- Bueno, ya hemos terminado.
- ¿Qué ya hemos terminado? – preguntó extrañado Rafa.
- Sí. Sólo queda un par de cosas, pero me tengo que ir.
- Vale. Pero la lista completa la quiero el lunes a las 09.00 de la
mañana. ¿Está claro?
- Sí, sí. Sin problemas.
Al
lunes siguiente, el trabajo que Ibrahim decía que tenía prácticamente acabado y
que lo entregaría a las 09.00, finalmente lo hizo a mediodía.
- El viernes pasado te dije que lo necesitaba a las 09.00. Son las 12.30
y quiero que me digas por qué no has cumplido con lo pactado – preguntó
ostensiblemente molesto Rafa al moro.
- Es que se me olvidaron unas cosas.
- ¿Cuántas cosas se te han olvidado? ¿El 50%? – presionó Rafa.
- Sí – admitió el caradura del moro.
-¿Se te olvida analizar el 50% de tu trabajo y te quedas tan tranquilo?
– dijo Rafa cada vez más encendido con el moro.
Evidentemente,
el viernes anterior, en vista de que le habían fastidiado salir a las 15.00, el
moro decidió por su cuenta y riesgo salir a las 18.00, dejando para el lunes
terminar lo que tenía que haber terminado entonces.
Ante
este cúmulo de actitudes reprobables, Rafa decidió hablar con sus superiores y
poner en su conocimiento lo que estaba sucediendo.
- Es que debes tener cuidado – le aconsejó Yolanda, uno de los dos jefes
de los que dependía, junto con José Antonio.
- ¿Qué yo debo tener cuidado? – dijo extrañado Rafa. ¿Y por qué?
- Pues porque el tal Ibrahim es el protegido de “la jaca”, como tú la
llamas – apuntó José Antonio en tono de broma.
- Pero es que yo no voy a tolerar, de ningún modo, que este chantajista
y vago, me fastidie la atmósfera de trabajo de todo el equipo. ¡Que retrase el
trabajo y me pida que le pague horas extras! Es que vosotros no os podéis
imaginar los comentarios que levanta el tío este en el equipo. Y lo que es
peor, su trabajo, aparte de escaso es totalmente nulo. No ha aportado nada
positivo al proyecto.
- Pero si venía precedido de una aureola del proyecto anterior – decía
José Antonio.
- No sé qué hizo o quién hizo el trabajo. Lo que sé es lo que veo. Y lo vemos
todos, vamos. Sólo tienes que hablar con el resto de la gente a ver qué te
dicen.
- Haz lo que consideres, pero ten en cuenta lo que te hemos comentado –
volvió a aconsejarle Yolanda.
- Hay otra cosa – apuntó Rafa-. Al margen de que Ibrahim no es la
persona que necesitamos – por su actitud, no por sus supuestos conocimientos –
lo cierto es que corremos un riesgo si sólo disponemos de una única persona
para cubrir esas necesidades.
- Sí, tienes razón – dijo José Antonio-. Intentaremos encontrar a
alguien que pudiera valer y estar disponible, aunque ya te digo que no va a ser
fácil.
- Prefiero a un torpe voluntarioso antes que a un genio chantajista –
sentenció Rafa, mientras José Antonio y Yolanda, rieron la ocurrencia.
Rafa,
fiel a su estilo y sobre todo a sus principios, decidió hablar con la jaca y
ponerle al día de lo que estaba pasando.
- Pues en el proyecto anterior, hizo un trabajo magnífico – intentó
convencer a Rafa con su manera de hablar estentórea.
- No digo que no. Lo que digo es que ahora, el resultado es nefasto. Ni
trabaja, ni lo que hace sirve para nada ni genera buen ambiente. Quiero que lo
saques del proyecto.
- ¿Y quién va a hacer su trabajo? – preguntó la jaca.
- Pues si no lo hay, lo pintamos. Haremos que la gente progrese, haga
cosas que no ha hecho antes y afrontaré las consecuencias. Pero no quiero
gentuza como esa en mi proyecto.
La
idea, no le gustó nada a la jaca, pero no podía obligar a Rafa a que se quedara
con él.
- Vale. Pero dame tiempo a que le busque un hueco. Y, además, ahora
tenemos que encontrar a alguien que le sustituya.
- Vale. Gracias.
Por si
la situación no fuera ya complicada, a los pocos días, el moro, no se presentó
a primera hora de la mañana a trabajar. Su móvil estaba apagado o fuera de
cobertura. Hasta que finalmente, a media mañana, dio señales de vida.
- Hola Rafa – dijo intentando resultar agradable.
- ¿Qué pasa, dónde andas? – preguntó Rafa a la espera de que el moro le
contara una milonga de las suyas.
- Pues me acaban de traer a casa desde el hospital.
- ¿Qué te ha pasado? – preguntó expectante Rafa.
- Pues que estaba en un bar desayunando, tomando un café, y de pronto,
me voy a la mesa a sentarme y como habían fregado el suelo, me he escurrido y
al caer me he jodido el codo.
Impresionante
la imaginación del moro, pensó Rafa.
- ¿Te has roto el codo?
- No, roto, no. Pero lo tengo con una férula. Y además es el derecho.
- Vale. Pues entonces, nada. Descansa y ponte bueno.
- Qué te voy a decir, Rafa. Que en cuanto pueda trastear con el ratón y
el ordenador, me pongo con lo que tengo pendiente, ¿vale?
- Eso corre de tu cuenta y sería conveniente que quedara bien claro que
es porque tú así lo has decidido. Como sabes, es ilegal tener a un trabajador
de baja laboral, trabajando, aunque sea en casa.
- Sí, sí. Tranquilo.
- Y como lo que no puede ser, además es imposible – dijo bromeando Rafa
– es evidente que no hay horas extras, por supuesto.
- Claro, claro.
El
problema que tenía Rafa por delante, no era pequeño. Tenía un grupo en el que,
por diversas razones, ninguno de ellos podía suplir el trabajo del moro y,
además, tenían que complementarse unos con otros, debido a los conocimientos
compartimentados que tenían. Y el caso, al final, acabó donde tenía que acabar:
- Rafa, ¿qué pasa con el departamento de calidad? ¿Por qué no conseguimos avanzar? – preguntó José Antonio al otro lado del teléfono con manos libres, preocupado por la marcha del proyecto.
- Bueno, vayamos por partes. Primero, la ayuda que nos está prestando Carmen, es crucial y a trancas y barrancas, estamos consiguiendo que otros miembros del equipo, que nunca antes habían hecho cosas como éstas, se hayan lanzado y nos estén ayudando. En concreto Óscar y David, nos están ayudando mucho.
- ¿Y Ibrahim? ¿No te está ayudando desde casa? – preguntó Yolanda.
- Mira. A Ibrahim, le asigné la tarea de documentar y diagramar las 4
operaciones más sencillas de todo el proyecto. Algo que supuestamente, no
debería de representar ningún problema para él. Pero lo cierto es que, en los
últimos 10 días, he recibido de Ibrahim 40 documentos distintos, lo que
significa una media de 10 documentos diferentes por cada una de las 4
operaciones, cada día. Y todos ellos, sin excepción, han sido
rechazados por el departamento de calidad. Así es que no es que sea una opinión
mía, es que es el cliente quien lo rechaza.
- ¿Y tú, entonces, qué opinas? – preguntó José Antonio.
- Que este tío, no tiene la categoría que dice que tiene. Que no sabe.
Que está más perdido que un garbanzo en una paella y que lo único que busca es
dinero, sea como sea.
- ¿Y por qué crees que los de calidad son tan quisquillosos con este
proyecto? – preguntó Yolanda. Porque nunca antes habíamos tenido tantos
problemas.
- Tal vez se deba a que, en un momento de escasa lucidez de la jaca, no
se le ocurrió nada mejor que comentar al jefe supremo que nuestro proyecto iba
retrasado por culpa de los de calidad, cuando en realidad, no era así, o no era
como para levantar esa liebre. Así es que los de calidad, se han sentado a
esperar y ahora se están poniendo las botas. A nuestra costa, eso sí.
Como
dictan las leyes de Murphy, si algo puede ir mal, irá mal.
Poco
tiempo después, Rafa cayó enfermo. Además, con una enfermedad que nunca antes
había tenido y que le hacía gruñir de dolor: cistitis. Acudió a urgencias,
acompañado de su amigo Carlos Urquiza y después de tomarse una dosis de
urgencia para los dolores, comenzó a sentirse mejor. Sólo quedaba guardar
reposo.
Mientras
Rafa estaba de baja laboral, la jaca maniobró en la oscuridad para quitarle
como jefe de proyecto y colocar a otro menos beligerante, menos díscolo y más
sumiso. Rafa, no volvió a pisar ni el proyecto ni siquiera el edificio. Al
recibir el alta, se incorporó a otro proyecto.
Aunque Ibrahim, se incorporó al proyecto, finalmente se le encontró una nueva ubicación. Tiempo después, Rafa supo por sus contactos, que el nuevo jefe de proyecto del moro, había dado pésimos informes de él a la que también era su jefa, la jaca, pero nada de eso hizo desistir a la innombrable, de su empecinamiento en mantener a ese inútil y chantajista individuo en el puesto de trabajo, aunque ello le supusiera un sobresueldo en “horas extras”.