Cuando en una sociedad de tres, sólo hay uno que se dedica a trabajar, lo normal es que ese proyecto acabe mal, muy mal. Y en efecto, así ocurrió.
Lorenzo,
Germán y Rafa, se conocieron fugazmente durante un breve espacio de tiempo que
compartieron en un momento de sus carreras profesionales. A pesar de esa
brevedad, tal vez por compartir una edad similar, tal vez por tener un bagaje
profesional parecido, el caso es que, entre ellos, surgió una buena relación
que se mantuvo con el devenir de los años posteriores.
Fue
durante una de esas charlas telefónicas, que ayudaban a mantener esa amistad,
cuando Lorenzo le comentó a Rafa que estaba pensando en dejar la empresa para
la que llevaba 8 años trabajando, - fundamentalmente, fuera de Madrid-, y
montar su propio negocio.
-
¿Y qué piensas hacer? – le preguntó Rafa.
-
Pues de momento, he empezado a estirar la cuerda; ir tomando
posiciones y forzar a que, en un momento dado, me indemnicen y me vaya con lo
que es mío.
-
Vale. ¿Y después? – insistió Rafa.
-
Pues después, montar una empresa de servicios profesionales –
respondió Lorenzo.
-
O sea, sub contratación de personal.
-
Exacto.
-
Pero para eso, lo único que realmente se necesita, es tener contactos
en las empresas grandes, que te hagan peticiones y que te los contraten. ¿De
dónde vas a sacar esos contactos? – preguntó Rafa.
-
Pues ahí es donde entras tú – respondió Lorenzo-. Yo es que he estado
8 años en Barcelona y la verdad, es que antes de fundar la empresa en Madrid y
contactar con clientes de Barcelona, prefiero hacerlo de otra manera. Prefiero
dedicarme a las empresas y clientes de Madrid. Y ahí, tú tienes más contactos.
-
¿Y Germán? – preguntó Rafa queriendo saber a qué se iba a dedicar el
tercer hombre.
-
Pues Germán, de momento sigue en su empresa, cómodamente instalado,
sin viajar, sin proyecto asignado, con su nómina cada mes y dice que claro, que,
con esas circunstancias, no va a poner en riesgo su futuro, tocando a clientes
de su empresa actual, para la nueva empresa. O sea, que, de momento, es socio
capitalista.
-
Bueno, lo que sucede es que yo no tengo un duro para poner en la
empresa – adelantó Rafa.
-
Eso, por el momento, no es problema. Podemos llegar a un acuerdo y no
descarto que, en su día, te conviertas en socio.
-
¿Y cuándo has pensado que podría cristalizar esta idea? – preguntó
Rafa.
-
No tengo demasiada prisa, pero quiero que sea en este año. Seis meses,
quizá.
-
Vale. Pues ya me tendrás al corriente – dio Rafa.
Rafa,
al colgar, pensó que aquel proyecto sería uno de tantos que se desvanece con el
siguiente cambio de estación meteorológica. El hecho de que él mismo, no
residiera en Madrid en esos momentos y que no tuviera decidido su regreso, eran
argumentos de peso que ayudaban a sostener esa idea. De todas formas, como
proyecto, no estaba mal y abría alguna posibilidad, más o menos remota, a un
futuro más o menos cercano.
En un
viaje que realizó a Madrid por motivos totalmente ajenos a este asunto, Rafa
aprovechó su estancia y llamó a Lorenzo para mantener el contacto y la llama de
la ilusión por el proyecto. Comieron juntos, hablaron de los planes y al
terminar la comida, Lorenzo propuso reunirse todos de nuevo: Germán, Rafa y él
con las respectivas y comer todos juntos. A Rafa, - aunque en ese momento no
tenía pareja, - ya sabía a quién llevaría de acompañante y aceptó encantado la
idea.
Al
terminar esa comida de grupo, Lorenzo hizo de profeta y vaticinó a Rafa:
-
Tú vas a volver a Madrid, antes de lo que te crees.
A lo
que Rafa, respondió ilusionado:
-
Es probable.
Al cabo
de un par de meses, Lorenzo había conseguido su propósito de que le echaran de
la empresa y le pagaran la indemnización. Por su parte, Rafa, tuvo que cambiar
drásticamente sus planes y regresar a Madrid. Parecía que los hados se habían
conjurado a favor del proyecto que tenían entre manos y ponían de su parte para
que pudieran colaborar todos juntos.
Como en
toda start-up, había que empezar desde cero: desde alquilar una oficina hasta
comprar los muebles. Rafa, a fin de colaborar en la medida de sus escasas
posibilidades, utilizó su ordenador personal para evitar así tener que comprar
uno nuevo. Después, hubo que publicar anuncios ofreciendo diversos puestos de
trabajo, contactar con todas las empresas, amigos y conocidos, visitarles,
hacerles la presentación de la empresa, definir el formato de diversos
documentos que deberían utilizarse en la empresa o iniciar diferentes procesos
de homologación ante distintos clientes. El trabajo, era arduo, variado,
interesante y con mucho volumen. Poco a poco, se iba avanzando, aunque lo
cierto era que el ritmo era más lento del deseado y el trabajo, más de lo
esperado. Y lo peor de todo, es que no daba beneficios. Y por si todo esto
fuera poco, el único que curraba, era Rafa.
Lorenzo,
se limitaba a fumar un cigarrillo tras otro, convirtiendo la oficina en una
espesa capa de humo, mientras para entretenerse, jugaba interminables partidas
de Ma-jong o de buscaminas en su PC. Al menos, pagaba la comida. Algo positivo
hacía. Después, a media tarde, a eso de las 17.00 o incluso antes, comenzaba
con el whisky. A veces se le unía a la fiesta Raúl, al que un día en el que
puso un empeño especial en emborracharse, tuvieron que introducir entre Lorenzo
y Germán en su coche a las 02.00 de la madrugada, para que se fuera totalmente
borracho a su casa, cerca de la sierra de Madrid. El hecho de que, con
anterioridad, ya le hubieran quitado el carnet de conducir 2 años por conducir
ebrio, no pareció preocuparle mucho.
Raúl
era un antiguo compañero de Rafa de otra empresa anterior, que también se había
montado por su cuenta. Fue Rafa el que puso en contacto a Raúl y a Lorenzo.
Raúl tenía los contactos que le faltaban a Lorenzo y éste, corría con el riesgo
de contratar en nómina a los profesionales que luego sub contrataría a través
de los clientes de Raúl.
Fue
Rafa quien propició esa unión venturosa, de la que prácticamente no vio un
duro. Antes, al contrario, Raúl se creyó con el poder de que podía utilizar a
Rafa como secretaria, encomendándole los trabajos que a él no le apetecía
hacer, eso sí, con el beneplácito de Lorenzo. Algo a lo que Rafa se negó a
colaborar. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Por su
parte, Germán aparte de no aportar clientes, ni contactos, ni trabajo, lo único
que conseguía era sacar de quicio a Lorenzo con sus constantes quejas, pegas y
obstáculos. Era evidente que Germán ni tenía mentalidad de emprendedor, ni la
tendría jamás. Todo lo contrario que Lorenzo y Rafa.
Lo más
desagradable de las desavenencias entre Lorenzo y Germán, era que normalmente
se producían en el bar que había justo enfrente de la oficina y a gritos. Por
eso, Rafa, frecuentaba lo menos posible el sitio e incluso en ocasiones, les
dejaba enzarzados en su infinita discusión sin solución posible. Eran dos
maneras opuestas de entender el mundo laboral, hasta el extremo que Lorenzo, le
confesó a Rafa en más de una ocasión que quería separarse de Germán como socio
y regalarle un tanto por ciento de la empresa.
Los
meses fueron pasando. El negocio no terminaba de arrancar, lo cual, no era muy
motivante y, por si fuera poco, el único que trabajaba de verdad, era Rafa. Si
ya era difícil de soportar una situación así, lo fue aún más cuando un día se
enteró que Lorenzo se había asignado un sueldo a él, otro igual a su pareja –
que no trabajaba en la empresa, pero era la administradora, - mientras él,
cobraba una mierda.
Era el
único que trabajaba, mientras Raúl y Lorenzo se dedicaban a abusar de él, de su
buena voluntad y del whisky.
Fue
entonces cuando decidió dejar de aportar tanto esfuerzo y vivir algo más
relajado. En vez de estar todo el día pendiente del teléfono, sólo en la
oficina, se tomaba la libertad de escaparse a El Corte Inglés a hacer alguna
compra.
Por su
parte, Lorenzo, aunque no hacía mucho cuando estaba en la oficina, al final,
pareció que le resultaba más cómodo dejar de ir. Con lo que el único
“pardillo”, era Rafa. A pesar de todo, Rafa, con esa lealtad que le
caracteriza, siguió luchando por levantar el negocio. Seguía haciendo visitas a
posibles clientes e intentaba que aquel desastre de empresa, llegara a buen
puerto. O simplemente a uno, aunque no fuera bueno.
Rafa,
comenzó a sentir cambios de actitud, de comportamiento, de tonos de voz, de
falta de comunicación, de distanciamiento. Su intuición le decía que algo
estaba pasando y que no se avecinaba nada bueno. Y por si las moscas, empezó a
cubrirse las espaldas, haciendo acopio de documentos, de emails y demás
información sensible que pudiera servirle en caso de que las cosas se pusieran
tensas. Sobre todo, desde que Lorenzo se empeñó en comprar un nuevo PC de
sobremesa y sustituir el personal de Rafa que generosamente había puesto al
servicio de la empresa. Como Rafa, de momento, no necesitaba de su PC, lo dejó
en la oficina aparcado. Y cuando ya se mosqueó mucho por los cambios que estaba
viendo, lo cogió y se lo llevó a su casa. Y ahí lo dejó.
Dice el
refrán que “piensa el ladrón…” y algo así debió pasar por la cabeza empapada en
alcohol de Lorenzo. Al ver que Rafa se tomaba las cosas con algo más de
tranquilidad, sin llegar al pasotismo del propio Lorenzo – que ya ni iba por la
oficina – debió imaginar alguna jugada oculta y con malas intenciones. Nada más
lejos de la realidad. El que parecía desentenderse del negocio era Lorenzo, que
no iba por la oficina, mientras Rafa seguía a lo suyo, aunque a un ritmo menor.
Por ejemplo, decidió de forma unilateral, que la tarde de los viernes, era
inútil permanecer sólo en la oficina a la espera de recibir alguna llamada. Lo
decidió, haciendo uso de la misma libertad con la que en su día, podía estar
trabajando hasta las 22.00 de la noche, por ejemplo y a nadie parecía
preocuparle.
Fue un
viernes, al mediodía, a la salida de una entrevista que había tenido con un
posible cliente, cuando recibe una llamada de Germán, lo cual, ya de por sí,
era totalmente novedoso, porque Germán no solía hablar con Rafa, salvo momentos
muy puntuales.
-
¿Nos vemos esta tarde en la oficina? – ordenó Germán.
-
No creo. Esta tarde, no voy a estar en la oficina – dejó las cosas
claras Rafa. De todas maneras, ¿para qué quieres que nos veamos?
-
Para temas de trabajo – intentó escabullirse burdamente el torpe de
Germán.
-
Pues dime. Te escucho.
-
No. Esta tarde, en la oficina.
-
Esta tarde, ya te he dicho que no voy a estar en la oficina. Así es
que lo dejamos para el lunes – dijo Rafa.
-
No, el lunes, no. Hoy por la tarde en la oficina. Es tu horario de
trabajo y debes respetarlo – dijo el tontoelhaba de Germán.
-
Te recuerdo, que no tengo ningún contrato de trabajo, así es que no
seas lerdo y no me vengas con estupideces – le respondió Rafa.
-
¡Soy tu jefe! – le gritó Germán.
-
¡Tú eres gilipollas! – fue la contundente respuesta de Rafa. Y colgó.
No
estaba dispuesto a que el inútil de Germán que lo único que había aportado al
proyecto fueron problemas, se arrogara ahora el privilegio de ser su jefe,
cuando ni era cierto ni había ningún documento legal que así lo atestiguara.
Había que ser imbécil para presumir de algo semejante.
Al poco
de llegar a su casa, Rafa comprobó que el móvil, había sido deshabilitado. No
podía ni llamar ni recibir llamadas. Al menos, tenía el suyo propio y todos los
contactos del trabajo. Fue entonces cuando se alegró de haber hecho copia de
cierta información sensible que no le iba a arreglar sus problemas, pero iba a
originar otros a quien se los habían creado a él. Por ejemplo, Lorenzo,
mientras lideraba ese proyecto empresarial, seguía cobrando el paro, amparado
en que el nombre que aparecía en los papeles era el de su mujer. Y fue entonces
cuando se acordó de que tenía su ordenador en casa, el que había puesto a
servicio de la empresa.
Lo
conectó y aquello, no funcionaba. No hacía nada. La última vez que lo usó en la
oficina, funcionaba perfectamente. Tal vez se hubiera dañado algo con el
traslado, aunque lo hizo con cuidado, como siempre. Hablaría con su amigo
Agustín, que de estos temas entendía más. Por el momento, no tenía PC.
Dejó
pasar el fin de semana, sin pensar demasiado en la estúpida bronca que había
tenido con el gilipollas de Germán. No sabía a santo de qué le había
sobrevenido esa fiebre de “jefe”.
El
lunes, se presentó en la oficina como de costumbre. Ya le explicaría Lorenzo o
el propio Germán qué mosca le había picado. Pero la sorpresa fue cuando
introdujo su llave y no abría la puerta. Llamó y nadie respondió.
-
Han cambiado la cerradura – dijo la portera que veía cómo su intento
de abrir la puerta, era vano.
-
¿Qué? – dijo asombrado Rafa.
-
Sí. El viernes por la tarde, vino el cerrajero y cambió la cerradura.
Y ahora mismo, están dentro porque los he visto entrar antes.
Rafa no
entendía nada. Agradeció a la chica la información y se marchó directamente a
la comisaría más cercana a poner una denuncia. Dentro de la oficina, había
pertenencias suyas.
Al cabo
de un par de días, mientras paseaba por un pinar cercano a su casa, de pronto
se encuentra con Agustín.
Agustín,
tenía una empresa y colaboraba con esta de Lorenzo. Fue así como él y Rafa se
conocieron.
-
Hombre, ¡qué sorpresa! ¿Qué haces por aquí? – preguntó Rafa
-
Pues es que yo vivo aquí al lado. ¿Y tú? – dijo Agustín.
-
Yo también. En esa urbanización de ahí, - dijo señalando con la
cabeza.
-
Ahí vivimos nosotros – dijo Agustín mientras presentaba a su mujer.
Durante
unos minutos, estuvieron hablando de lo sucedido, de que Rafa no entendía nada
y de que su PC estaba roto. Acordaron que Rafa se pasaría por su oficina al día
siguiente para charlar más tranquilamente y de paso, se llevaría su PC para
echarle un vistazo.
Al día
siguiente, Agustín enchufó el PC y al ver que no aquello no hacía nada, abrió
la caja.
-
Pero Rafa, si no tienes el disco duro – le dijo Agustín.
-
¿Cómo que no hay disco duro? Si ese ordenador tiene 2 discos físicos.
-
Pues aquí sólo hay uno y no está conectado como disco de arranque.
-
¡Me lo han robado, macho! ¡Esa gentuza me lo ha robado! – exclamó
indignado Rafa. – Lo puse al servicio de la empresa y me lo pagan así. ¡Cortándome
el móvil, cambiando la cerradura de la puerta y robándome mi disco duro!
Agustín,
no sabía qué decir, pero desde luego parecía tener claro que no iba a seguir
colaborando con gente que se comportaba de esa forma.
-
No te preocupes, hombre – intentaba tranquilizarle Agustín -. Con el
otro disco, salvamos lo que hay, le metemos el sistema operativo y volvemos a
meter lo que tenías. Y ya está.
-
¡Qué gentuza, Agustín! ¡Qué gentuza! Ahora que estos, se van a
enterar.
Y
efectivamente, Rafa cumplió su venganza.
La
empresa de Lorenzo, acabó cerrando con deudas con la Seguridad Social. Germán,
fue despedido de su trabajo y después, Germán y Lorenzo, salieron tarifando. La
relación con Raúl y sus contactos, duró lo que duran dos cubitos de hielo en un
whisky “on the rocs”, según Sabina.
Y Rafa,
encontró acomodo en una de las empresas con las que había establecido contacto
para colaborar conjuntamente.