La falta de experiencia de los usuarios con las herramientas informáticas, fue uno de los principales escollos con los que la tecnología tuvo que enfrentarse antes de ser aceptada. A la normal resistencia al cambio que todo ser humano tiene, en este nuevo mundo que se abría, se añadían nuevas complejidades para las que no se habían previsto un proceso de mentalización o formación. Con ello, se producían varias colisiones que en ocasiones se solapaban unas con otras.
En
primer lugar, un rechazo casi natural y espontáneo sobre todo aquello que
tuviera que ver con la tecnología, envolviendo a todos los profesionales en una
especie de aura mágica, como sumos sacerdotes modernos, creadores de una magia
ignota para el común de los mortales.
Por
otro lado, y una vez que la tecnología se implantaba “sí o sí”, había un lógico
desconocimiento de las atribuciones de cada uno en ese nuevo escenario. Así,
por ejemplo, al departamento de proceso de datos de la multinacional en España,
podían llamar solicitando que les pusieras el papel en su impresora, que les
dieras unos discos para almacenar información o que les duplicaras el listado
en papel que habían perdido no se sabía cómo.
Fue así
como un día Margarita, llamó a PD y quien descolgó el teléfono se encontró con
el siguiente problema:
-
La impresora se ha depravado – dijo Margarita y se quedó tan
tranquila.
Javier,
con la misma franqueza y espontaneidad, soltó una carcajada que la pobre
Margarita no supo entender.
-
¿Pero cómo que la impresora se ha depravado? – repitió Javier entre
risas contendías.
-
Pues no sé por qué te ríes, Javi. Tengo prisa por imprimir el listado
y no funciona.
-
Pero mujer, no te pongas así. Es que me hace gracia la expresión. Es
como si la impresora se hubiera ido de copas. ¿A ver qué te pasa?
-
Pues eso, que el papel se ha hecho un “gurruñío” y no escribe más.
-
Bueno pues es fácil: abre la impresora…
-
No, no. ¡Que yo no sé hacer eso!
-
Bueeeeno. Ahora bajo y te lo arreglo.
Pero Javier antes de bajar a arreglar el
“gurruñío” de la impresora depravada, se quedó unos minutos partiéndose el
pecho de la risa, junto con los compañeros a los que contó la aventura.