A Baudilio le sorprendió un poco que el hospital al que debía dirigirse para la revisión periódica, fuera diferente del que acostumbraba hasta ese momento. Pero no le dio más importancia. Simplemente guardó su justificante de cita y apuntó la fecha para no olvidarse.
En el día y la hora señalados en
el papel, se presentó en el hospital indicado. Lo primero que le llamó la
atención fue que el parking estaba casi vacío, cuando normalmente, estaba a
rebosar. Pensó que, tal vez, se debiera a la temprana hora y que sería un poco
más tarde cuando se llenaría como de costumbre. Creyó – pobre ingenuo – que
madrugar tenía sus ventajas.
Tras elegir plaza de aparcamiento
como si todo fuera de su propiedad, se dirigió a la entrada en busca de la
consulta del cirujano. De nuevo, le sorprendió, y mucho, el vacío que se notaba
en los pasillos; esos mismos pasillos que habitualmente estaban abarrotados de
personas sentadas en los asientos de espera, acompañantes de personas mayores,
discapacitados físicos en sillas de ruedas. Ahora todo aquello estaba sumido en
una extraña atmósfera de silencio y vacío.
En realidad, parecía una escena
de una película de terror en la que, de repente, de una puerta de una consulta,
saldría chillando como un poseso un individuo con una bata blanca y un cuchillo
de carnicero dispuesto a descuartizar a todo el que se cruzara en su camino.
Y una vez más, ingenuamente, el infeliz
de Baudilio volvió a justificar tan ventajosa situación, como el fruto de haber
madrugado y de ser enfermizamente puntual.
Ajeno a todo, avanzó en solitario
por el pasillo sin encontrar nada más que aire. Ni un alma, ni una voz. Al
llegar a la consulta del doctor, se repetía la misma sensación: no había nadie
esperando fuera; y le dio apuro llamar a la puerta porque había un cartel que
aconsejaba ser paciente y esperar a ser llamado. Y Baudilio esperó. Y esperó. Y
esperó. Como los que esperaban en la “Casablanca” de Bogart para obtener el
visado de salida.
Al cabo de unos 15 o 20 minutos,
ya empezó a sospechar que algo no iba bien. De la consulta del doctor no salía
ninguna voz y tampoco ningún paciente. Y lo más extraño: tampoco venía nadie
más.
Repasó entonces el papel de su
cita y comprobó que era el lugar, la fecha y la hora indicados. Todo era
correcto…pero allí no había nadie.
Como tampoco había ninguna
enfermera a la que pudiera preguntar sólo le quedó la alternativa de intentar
contactar con el hospital para confirmar que al médico no le había secuestrado
un comando de Marte y se lo había llevado. Lo intentó durante media hora, hasta
que se hartó de escuchar el mensaje de que “todos nuestros operadores están
ocupados” y la machacona musiquita con la que te invitaban a que te aburrieras
y colgaras. Así es que pensó que, ya que no le cogían el teléfono, lo mejor era
desplazarse personalmente al otro hospital y ver qué explicación le daban. Y
así lo hizo.
Habitualmente no es fácil
encontrar aparcamiento en los alrededores de ningún hospital, pero en algunos
casos, si vas temprano, todavía tienes alguna oportunidad. En este caso en
concreto, justo al lado del hospital hay un espacio cedido por el Ayuntamiento
para que sea gestionado por una ONG. El precio es 1€ por coche sin limitación
de tiempo. Pero si llegas al lugar un poco tarde, ni ahí tienes sitio para
aparcar.
El caso es que consiguió dejar el
coche y se dirigió a la consulta del doctor. Pediría explicaciones al personal
administrativo que atendía a la marabunta de pacientes que frecuentaban esa
área.
Tras contar lo sucedido, el viaje
en balde, el vacío, la nada que se encontró en el lugar al que le habían
enviado, el administrativo le dijo:
- Ah, ¿pero es que no le llamaron?
- ¿A mí, para qué?
- Es que hoy ese hospital no presta servicio
porque están esterilizando los quirófanos. Ayer estuvimos llamando a todo el
que estaba citado para avisarle de que se cambiaba el lugar de la cita.
- A todos, menos a mí.
Pasaron los meses y el bueno de
Baudilio acudía fielmente a sus citas con el galeno, sin ningún incidente.
Excepto en la última cita.
Como es su costumbre, acudió
puntual a la suya. Estaba citado a las 16.00. Eso implicaba, adelantar el
horario de comida para reposar y más tarde salir con tiempo suficiente, sin
agobios, para recorrer los 20 kms que le separaban del hospital, aparcar el
coche y estar donde debía estar.
Desde hacía unos meses habían
modernizado el sistema de recepción de pacientes. Antes, tenías que esperar a
que saliera la enfermera – que salía de vez en cuando – para entregarle tu
cita. Y más tarde esa enfermera salía a la sala de espera y llamaba de viva voz
a los pacientes. O sea, el mismo sistema que se utilizaba en el Pleistoceno.
Pero ahora, desde hacía unos pocos meses, la cosa se había modernizado.
En la misma sala de espera habían
instalado una máquina como las que se usan en la ITV. Allí, debías
identificarte y vomitaba un papel con un código. Ya sólo tenías que estar
pendiente de la pantalla colocada en lo alto de la pared y comprobar que aparecía
tu código, acompañado de una voz que enumeraba dicho código. Se había dado un
salto desde el Pleistoceno al siglo xxi.
Baudilio llegó puntual: a las
cuatro de la tarde. Le llamaron para realizar unas pruebas preparatorias para
la consulta y se sentó a esperar a ser llamado por el médico.
El tiempo pasaba; la pantalla iba
mostrando los códigos; los pacientes iban y venían, algunos, varias veces. Al
menos, el número de la consulta del doctor, el 107, aparecía cada cierto tiempo
y un paciente se dirigía allí.
Y pasaba el tiempo, y pasaba, y
pasaba.
A las 18.00 horas, aparece en la
sala de espera una enfermera y llama a varios pacientes a un aparte. Entre
ellos, a Baudilio.
- Ustedes perdonen, pero es que acabamos de darnos
cuenta de que el doctor, no ha venido hoy y tenemos que darles cita para otro
día. Lo lamentamos mucho.
En ese momento Baudilio se quedó
con la boca abierta mientras ponía a funcionar su cerebro al máximo de
revoluciones. Y comenzó a plantearse una serie de reflexiones y cuestiones
trascendentales. A saber:
Llevo 2 horas esperando a que me
llame el doctor y se dan cuenta AHORA de que el doctor no ha estado en toda la
tarde. ¿Y qué han hecho todos los pacientes que han sido llamados a su consulta
cuando han visto que allí no había nadie? ¿Han abierto la puerta y los han
tirado a un agujero negro como el de la película “300”?
¿Han tardado 2 horas en darse
cuenta de que el doctor no está? ¿No fichan los médicos? ¿No tienen un control
mínimo para evitar estas cosas?
Baudilio podía comprender que,
una vez allí, le podrían haber indicado al cabo de unos pocos minutos que el
doctor no iba a pasar consulta. Podía aceptarlo, pero no le cabía en la cabeza
que el personal administrativo no fuera capaz de percatarse de ello hasta dos
horas más tarde.
Recordó entonces aquella mítica
película titulada “Cita a ciegas”, aunque en su caso, más que a ciegas, las
suyas eran a mala leche.
Le dieron cita para dos semanas más tarde.