lunes, abril 22, 2013

La Metamorfosis

En los años 80 del siglo pasado, la sala de fiestas Tito's, en pleno centro de Palma de Mallorca, era el no va más. Era una sala muy espaciosa, con actuaciones en directo y con un aforo importante. A mí me recordaba bastante al Florida Park de Madrid, aunque creo que no era tan grande.

El caso es que, por razones que no voy a especificar, digamos que teníamos amistad con el propietario y Director y ese fue el motivo por el que un día, en pleno mes de agosto, nos invitó a un grupo numeroso de personas  a presenciar el espectáculo.

Desde luego, no hay nada como tener enchufe en esta vida, porque al llegar nuestro grupo, que seríamos unas 8 personas o así, no necesitamos reservar mesa; nos las pusieron a pie de pista, mientras el resto de los asistentes que abarrotaban la sala, nos miraban entre atónitos, curiosos y con algo de envidia, preguntándose quiénes serían esos que vienen con la hora pegada y les colocan en la mejor situación.

Nada más sentarnos y mientras pedíamos las bebidas, se me acercó un individuo que dijo ser del espectáculo. Lógicamente, me sorprendió al principio y desconfié, pero no se me ocurrió qué tipo de timo, engaño o fraude, podía intentar meterme. El caso es que el hombre empezó a hablar y yo le escuché.

Según me contó, se trataba de que en mitad de la representación, mientras todo el mundo estaba mirando el escenario, de manera inesperada se sentaría a mi lado una señorita. Me explicó que la señorita era un gancho del artista y que si mientras ella estaba sentada a mi lado, yo si lo deseaba, podía invitarle a tomar algo, pero que no era en absoluto obligatorio. Yo en esos momentos, ya estaba alucinando. Pero quedaba más, mucho más. Me contó qué iba a pasar en el escenario, cómo debía responder la chica, qué tenía que hacer yo, etc, etc. El número completo. Al final de sus explicaciones, el hombre se marchó por donde había venido y comenzó el show.

Recuerdo que entre otros artistas, hubo unas bailarinas que simulaban las del Folies Bergere de París, pero vestidas.  El típico conjunto de baile español, con el zapateado de Sarasate, que encendió la vena a todos los guiris que llenaban la sala y provocó el entusiasmo generalizado entre ellos. Y recuerdo con gran admiración, a un artista del salterio, un instrumento musical de cuerdas que se toca con unas baritas metálicas, percusionando sobre ellas. 

El individuo era un auténtico virtuoso. No sólo tocaba el instrumento como los ángeles, a una velocidad endiablada, sino que en un momento dado, se vendó los ojos y no falló ni una nota. Pero ahí no terminó su exhibición. No contento con lo que había hecho, además de tener los ojos vendados, comenzó a girar el instrumento que estaba encima de una mesa con ruedas y siguió tocándolo como si no pasara nada. Sencillamente espectacular. Aunque la persona que estaba mi lado, el único comentario que se le ocurrió después de ver semejante derroche de talento fue decir: "cómo se nota que el tío es judío; mira la nariz que tiene". Hay que decir que el susodicho, había participado en la División Azul y las operaciones aritméticas básicas, las hacía en alemán. Sin más comentarios.

Bien el caso es que, como bien había anunciado el hombre, durante la representación, de pronto se sentó a mi lado una señorita. Era menuda, delgadita, de unos 30 años y vestía con un traje chaqueta y unas gafas, que le conferían un aire muy clásico, muy de señora, que pronto se vería que era idóneo para el papel que ambos debíamos representar.

Llegó entonces el turno del ilusionista. Que si pañuelos por aquí, que si la típica paloma por allá, que si las monedas aparecen y desaparecen, que si un huevo,...lo de siempre. Tenía gracia el hombre, que hablaba en varios idiomas mientras actuaba y entre sus gracietas y el número, la verdad es que era agradable y divertido.

Y entonces llegó mi turno. 

El ilusionista, sacó un gran biombo cerrado al medio del escenario y solicitó una voluntaria. Como evidentemente no se presentaba nadie, antes de que a alguien se le ocurriera, llegó él y señaló a mi acompañante, la chica menudita y con aspecto de no haber roto un plato en su vida. 

Los focos de la sala, se dirigieron entonces hacia nosotros, ya que se suponía, que la chica, era mi esposa. Ella se levantó de la silla, poniendo cara de aturdida y superada por los acontecimientos y yo, de medio espanto por ser objeto de los focos y de las risas de toda una sala de fiestas. La chica, que llevaba entre las manos un bolso que parecía sacado de una película de Humphrey Bogart, de pronto hizo como que abandonaba el escenario, asustada, pero todo formaba parte del engaño. Al final, se metió en el biombo que había en mitad de la pista y mientras sonaba una música bien conocida y muy provocadora, por encima de la caja, empezaron a aparecer lo que se supone que era la ropa interior de mi esposa. 

Los espectadores, que ya llevaban un buen rato "calentitos" con las bebidas, comenzaron a desternillarse de la risa, y yo, asumiendo el papel que me habían asignado, me puse en pie con la intención de subir al escenario a rescatar a mi mujer, que por muy recatada que parecía, se estaba "desnudando" en mitad de un espectáculo repleto de gente. 

Cuando me dirigía hacia el escenario, el ilusionista, bajó rápidamente a intentar "calmarme" y convencerme de que no pasaba nada, mientras yo era el centro de atención de toda la sala, los focos me deslumbraban y la gente se partía el pecho por la mitad de la risa.

El hombre, accedió finalmente a que mi supuesta esposa, volviera a su lugar, a sentarse con su marido, pero, cuando se abren las puertas de la caja, del biombo, lo que aparece no es la chica delgadita, con traje y con gafas, si no....¡una cabra!. Sí, sí, una cabra.

El descojone de los asistentes, fue espectacular. Ahí tenían, a un pobre tío, que de pie, nuevamente intentaba acceder al escenario para pedir explicaciones al ilusionista, acerca de dónde estaba su mujer, porqué se había desnudado y porqué no había vuelto. El artista, en el colmo del esperpento, me dijo que la cabra era mi mujer y que me quedara con ella. La sentó en la silla donde se sentó la chica, a mi lado y después de ver la cara de incredulidad que yo tenía que poner, la retiró, se la levó adentro y se despidió de los espectadores, que le aplaudieron a rabiar, mientras miraban de reojo qué hacía yo.

El espectáculo continuó y al terminar, cuando ya nos disponíamos a salir, detrás de mí oigo una voz de una señora que le pregunta a su acompañante: "oye, y la señora de este señor, ¿dónde está?".

La metamorfosis, señora, fue la metamorfosis de una mujer en una cabra mallorquina.      

 
                                                                                                              
                                                                                                                                                                                                                                   

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