viernes, junio 06, 2025

Citas chungas.

A Baudilio le sorprendió un poco que el hospital al que debía dirigirse para la revisión periódica, fuera diferente del que acostumbraba hasta ese momento. Pero no le dio más importancia. Simplemente guardó su justificante de cita y apuntó la fecha para no olvidarse.

                         

Imagen de Bruno en Pixabay

En el día y la hora señalados en el papel, se presentó en el hospital indicado. Lo primero que le llamó la atención fue que el parking estaba casi vacío, cuando normalmente, estaba a rebosar. Pensó que, tal vez, se debiera a la temprana hora y que sería un poco más tarde cuando se llenaría como de costumbre. Creyó – pobre ingenuo – que madrugar tenía sus ventajas.

Tras elegir plaza de aparcamiento como si todo fuera de su propiedad, se dirigió a la entrada en busca de la consulta del cirujano. De nuevo, le sorprendió, y mucho, el vacío que se notaba en los pasillos; esos mismos pasillos que habitualmente estaban abarrotados de personas sentadas en los asientos de espera, acompañantes de personas mayores, discapacitados físicos en sillas de ruedas. Ahora todo aquello estaba sumido en una extraña atmósfera de silencio y vacío.

En realidad, parecía una escena de una película de terror en la que, de repente, de una puerta de una consulta, saldría chillando como un poseso un individuo con una bata blanca y un cuchillo de carnicero dispuesto a descuartizar a todo el que se cruzara en su camino.

Y una vez más, ingenuamente, el infeliz de Baudilio volvió a justificar tan ventajosa situación, como el fruto de haber madrugado y de ser enfermizamente puntual.

Ajeno a todo, avanzó en solitario por el pasillo sin encontrar nada más que aire. Ni un alma, ni una voz. Al llegar a la consulta del doctor, se repetía la misma sensación: no había nadie esperando fuera; y le dio apuro llamar a la puerta porque había un cartel que aconsejaba ser paciente y esperar a ser llamado. Y Baudilio esperó. Y esperó. Y esperó. Como los que esperaban en la “Casablanca” de Bogart para obtener el visado de salida.

Al cabo de unos 15 o 20 minutos, ya empezó a sospechar que algo no iba bien. De la consulta del doctor no salía ninguna voz y tampoco ningún paciente. Y lo más extraño: tampoco venía nadie más.

Repasó entonces el papel de su cita y comprobó que era el lugar, la fecha y la hora indicados. Todo era correcto…pero allí no había nadie.

Como tampoco había ninguna enfermera a la que pudiera preguntar sólo le quedó la alternativa de intentar contactar con el hospital para confirmar que al médico no le había secuestrado un comando de Marte y se lo había llevado. Lo intentó durante media hora, hasta que se hartó de escuchar el mensaje de que “todos nuestros operadores están ocupados” y la machacona musiquita con la que te invitaban a que te aburrieras y colgaras. Así es que pensó que, ya que no le cogían el teléfono, lo mejor era desplazarse personalmente al otro hospital y ver qué explicación le daban. Y así lo hizo.

Habitualmente no es fácil encontrar aparcamiento en los alrededores de ningún hospital, pero en algunos casos, si vas temprano, todavía tienes alguna oportunidad. En este caso en concreto, justo al lado del hospital hay un espacio cedido por el Ayuntamiento para que sea gestionado por una ONG. El precio es 1€ por coche sin limitación de tiempo. Pero si llegas al lugar un poco tarde, ni ahí tienes sitio para aparcar.

El caso es que consiguió dejar el coche y se dirigió a la consulta del doctor. Pediría explicaciones al personal administrativo que atendía a la marabunta de pacientes que frecuentaban esa área.

Tras contar lo sucedido, el viaje en balde, el vacío, la nada que se encontró en el lugar al que le habían enviado, el administrativo le dijo:

       - Ah, ¿pero es que no le llamaron?

       - ¿A mí, para qué?

   -  Es que hoy ese hospital no presta servicio porque están esterilizando los quirófanos. Ayer estuvimos llamando a todo el que estaba citado para avisarle de que se cambiaba el lugar de la cita.

      - A todos, menos a mí.

 

Pasaron los meses y el bueno de Baudilio acudía fielmente a sus citas con el galeno, sin ningún incidente. Excepto en la última cita.

Como es su costumbre, acudió puntual a la suya. Estaba citado a las 16.00. Eso implicaba, adelantar el horario de comida para reposar y más tarde salir con tiempo suficiente, sin agobios, para recorrer los 20 kms que le separaban del hospital, aparcar el coche y estar donde debía estar.

Desde hacía unos meses habían modernizado el sistema de recepción de pacientes. Antes, tenías que esperar a que saliera la enfermera – que salía de vez en cuando – para entregarle tu cita. Y más tarde esa enfermera salía a la sala de espera y llamaba de viva voz a los pacientes. O sea, el mismo sistema que se utilizaba en el Pleistoceno. Pero ahora, desde hacía unos pocos meses, la cosa se había modernizado.

En la misma sala de espera habían instalado una máquina como las que se usan en la ITV. Allí, debías identificarte y vomitaba un papel con un código. Ya sólo tenías que estar pendiente de la pantalla colocada en lo alto de la pared y comprobar que aparecía tu código, acompañado de una voz que enumeraba dicho código. Se había dado un salto desde el Pleistoceno al siglo xxi.

Baudilio llegó puntual: a las cuatro de la tarde. Le llamaron para realizar unas pruebas preparatorias para la consulta y se sentó a esperar a ser llamado por el médico.

El tiempo pasaba; la pantalla iba mostrando los códigos; los pacientes iban y venían, algunos, varias veces. Al menos, el número de la consulta del doctor, el 107, aparecía cada cierto tiempo y un paciente se dirigía allí.

Y pasaba el tiempo, y pasaba, y pasaba.

A las 18.00 horas, aparece en la sala de espera una enfermera y llama a varios pacientes a un aparte. Entre ellos, a Baudilio.

    - Ustedes perdonen, pero es que acabamos de darnos cuenta de que el doctor, no ha venido hoy y tenemos que darles cita para otro día. Lo lamentamos mucho.

En ese momento Baudilio se quedó con la boca abierta mientras ponía a funcionar su cerebro al máximo de revoluciones. Y comenzó a plantearse una serie de reflexiones y cuestiones trascendentales. A saber:

Llevo 2 horas esperando a que me llame el doctor y se dan cuenta AHORA de que el doctor no ha estado en toda la tarde. ¿Y qué han hecho todos los pacientes que han sido llamados a su consulta cuando han visto que allí no había nadie? ¿Han abierto la puerta y los han tirado a un agujero negro como el de la película “300”?

¿Han tardado 2 horas en darse cuenta de que el doctor no está? ¿No fichan los médicos? ¿No tienen un control mínimo para evitar estas cosas?

 Si el médico ha llamado – y era de suponer que sí lo había hecho – advirtiendo de su ausencia, ¿no disponen de un sistema donde se refleje la circunstancia y se evite esta pérdida de tiempo?

Baudilio podía comprender que, una vez allí, le podrían haber indicado al cabo de unos pocos minutos que el doctor no iba a pasar consulta. Podía aceptarlo, pero no le cabía en la cabeza que el personal administrativo no fuera capaz de percatarse de ello hasta dos horas más tarde.

Recordó entonces aquella mítica película titulada “Cita a ciegas”, aunque en su caso, más que a ciegas, las suyas eran a mala leche.

Le dieron cita para dos semanas más tarde.