Ayer, tenía que haber ido a Correos. Digo “tenía”,
porque al final no fui. Y lo malo no es que hoy he tenido que repetir la
jugada. Lo malo es que ayer terminé con complejo de Robert Redford en mitad de
la sabana esperando el tren. Me explico, que decía un tarao de jefe que tuve
hace muchos años.
Mi peli favorita es “Memorias de África”. Al comienzo de la peli, cuando ella llega a
África, se ven unas imágenes espectaculares de la sabana, atravesadas por un
tren, en el que viajaba la futura baronesa. De pronto, en mitad del campo, el
tren se detiene, como si de un apeadero de cercanías se tratara y cuando Meryl
Streep, sale a comprobar qué sucede, descubre a Robert Redford cargando dos
enormes colmillos de marfil en el tren. Pues algo así me pasó ayer cuando quise
ir a Correos, sólo que en vez de estar en mitad de África, intentaba el
trayecto Benalmádena Costa dirección Torremolinos. Lo de Marco Polo, una
gilipollez a mi lado.
Después de hacer una ardua tarea de
investigación por internet para averiguar qué autobús debía tomar y dónde debía
bajarme – el sistema informático es manifiestamente mejorable- , consideré que
lo más difícil ya estaba hecho. Nada más lejos de la realidad.
Bajé el camino que desde casa me lleva hasta
la parada del autobús. Pensé en que, si bien ahora era de bajada - y
pronunciada -, a la vuelta se me iba a salir el bofe por la boca. Pero bueno,
todo fuera por la salud y el ejercicio y que me diera un poco el aire, que
tampoco me viene mal, de vez en cuando. El caso es que llegué a la parada.
Su marquesina, su asiento – en el fondo
disuasorio para que no quedes mucho rato porque el culo se te parte -. Todo
parecía normal y en regla. El horario de salida de cada una de las cabeceras.
Lo único que deslucía la excursión, era el vendaval que hacía, que además, era
la causa de que la sensación térmica fuera de auténtico frío. El sol espléndido
que lucía y se reflejaba en el mar, no llegaba a calentar, salvo cuando el
viento relajaba un poco su fuerza. Iba preparado a esperar y por eso me armé de
paciencia – por cierto, de entre todas mis numerosas virtudes, la menos notable
-. Cuando ya llevaba un buen rato esperando, - en mi parada, en el lateral de
la avenida, sentadito en el banco, con mi marquesina y todo y disfrutando de la
visión de un mar calmo – veo con asombro y pasmo, que el autobús pasa por el
carril central – no por el lateral donde está la parada - y no se detiene. Como
no es una circunstancia inusual que no me haya pasado cienes y cienes de veces
en Madrid, deduzco que por algún motivo, ese coche en particular, no tenía
previsto su parada. Ocurre muchas veces, por ejemplo, en el Metro o en los
trenes de Cercanías, que pasan sin efectuar parada. Bueno. Pues un poco
más de paciencia. Ya vendrá otro.
Y vino. Venir, lo que se dice venir, vino.
Pero hizo lo mismo que el anterior: pasar por el carril central y continuar sin
ni siquiera hacer amago de detenerse. Empecé a mosquearme seriamente y fue
entonces cuando llamé al teléfono de atención al usuario que está en todos los
horarios de todos los autobuses en todas las paradas. Pensé, ahora me va a
resolver el problema. Una mierda para mí
solo.
Le expliqué breve y sucintamente a la
señorita mi problemática, mi situación y el incipiente complejo de imbécil que
estaba empezando a inundarme. La señorita, comprobó que no hubiera ninguna
notificación o aviso y me indicó que los autobuses debían efectuar su parada.
Eso sí, insistió en que sería mejor “que le hiciera señales para detenerse, ya
que muchos conductores, si no ven esas señales, no paran”. Tomo nota, que decía
Mike Hammer.
Así es que todo el problema consistía en que
tenías que levantarte la pernera del pantalón y enseñarle los tobillos
hinchados al mamarracho que conduce, para que detenga el autobús-oruga que
lleva. A mí, se me antojaba un tanto estúpido y sobre todo, peligroso, porque
no olvidemos que los autobuses, no venían por el lateral de la vía, si no por
el carril central y claro, hacer parar a un autobús en el carril central, me
parece muy fuerte, aunque haya un semáforo y un paso de cebra. Pero bueno, me
dije, donde fueres haz lo que vieres. El siguiente no se me escapa.
Cambié mi ubicación y abandoné la marquesina,
- que no servía para guarecerse del aire porque sólo tenía techo, pero no
paredes – y su incómodo asiento, y me dirigí hacia el carril central. Ya
llevaba más de una hora anclado a la maldita parada y no había conseguido, no
ya llegar, sino ni siquiera subirme a un autobús. Pero el siguiente, ah! El siguiente.
Ese no se me escapaba.
Cuando le vi aparecer en lontananza, sentí lo
mismo que debió sentir Robert Redford en África, porque la verdad, los colmillos
que llevaba al hombro él, uno, y el otro, su ayudante, tenían pinta de pesar
bastante, como para estar en medio de la sabana esperando el tren. Siguiendo
las incomprensibles instrucciones de la señorita de atención al usuario del
Consorcio de Autobuses de la provincia de Málaga, le hice señas de parar al
conductor, el cual, sorprendentemente, a su vez me hizo otras señas que no fui
capaz de descifrar. Aturdido, sorprendido, molesto y con complejo de extranjero,
después de estar esperando durante una hora y media el maldito autobús de los
huevos para ir a Correos, decidí que ya era suficiente y me volví a casa. Para
terminar de redondear la jornada inolvidable, ahora debía subir toda la
pronunciada cuesta que previamente había bajado. O sea, iba a echar el bofe por
la boca.
Evidentemente, lo primero que hice al llegar
a casa, fue poner una queja, claro, ante el Consorcio.
De la discusión familiar que tuve, prefiero
correr un tupido velo.
Pero seguía necesitando ir a Correos. Así es
que hoy – otra vez – me he dirigido a la parada del autobús…pero a la del
sentido contrario. Allí, había parado uno y le he preguntado al conductor:
- -
Buenos días. Mire necesito ir en dirección a Torremolinos.
- -
Pues puede coger el 110, el 120…
- -
Ya. El 110 es éste.
- -
Sí.
- -
Y el 120, dónde para? Porque ayer estuve hora y media esperando allí
en frente y pasaban todos de largo.
- -
Claro. Es que allí no para desde hace años. Mire el 120 para aquí
mismo.
- -
…¡¡!! Pero aquí paran los que van en dirección contraria. Yo quiero ir
a Torremolinos, no a Fuengirola.
- -
No, es que le tiene que hacer señales y entonces, para.
- - Pero si ayer le hice señales y pasó de mí.
- -
No. Es que usted se pone aquí, en esta parada, no en el carril central
y cuando le vea venir por el carril central, en dirección a Torremolinos, entonces
el conductor, mira hacia aquí, le ve, DA LA VUELTA A LA ROTONDA, PARA, SE SUBE
USTED, VUELVE A DAR LA VUELTA A LA ROTONDA y ya se dirige a Torremolinos.
¡Me cago en to sus
muertos y en toa su puta madre! Que decía una pintada en una pared de un barrio poco recomendable. O
sea, que como el autobús-oruga, no cabe en el lateral de la vía, la parada que
hay allí, no sirve de nada. Pero a nadie
se le ha ocurrido poner un cartel, una indicación, algo que evite que los
pardillos como yo, nos tiremos 1 hora y media haciendo el canelo. Y para colmo,
te tienes que colocar en el sentido contrario de tu marcha, hacerle señales de
humo al tío que va conduciendo, y tener la esperanza de que te vea, de la
vuelta a la rotonda, te recoja y vuelva a dar la vuelta para colocarse en la
dirección buena.
Yo creo que Robert Redford, lo tuvo más
fácil. Incluso Marco Polo.
La buena noticia es que en Correos, no he
tenido que hacer cola. Estaba solo.