“Odio a
muerte a esos roedores”. Aquellos que hayan reconocido la frase, sabrán que era
del gato Jinks (en inglés, “gafe”) cuando hablaba de los dos ratones Pixie y
Dixie, (uno con acento cubano y el otro mejicano) que le amargaban la vida.
Bueno pues a mí, me pasa lo mismo con los de Microsoft. Cada vez que surge un
problemilla, el asunto va in crescendo, como una buena película de intriga o cualquiera
de los hermanos Cohen.
Resulta
que hace unos días, empiezo a darme cuenta que estoy recibiendo bastante correo
basura, con virus, en una de mis cuentas. Mi antivirus los detecta, los elimina
y se acabó. Pero la cosa no queda ahí. Un día descubro que el Microsoft
Outlook, empieza a comportarse raro, sobre todo, con esa cuenta que está
recibiendo los emails con virus. Y ahí es donde la cosa empieza a complicarse.
Brujuleando
por la red, no tardo en descubrir que existe una herramienta incorporada con
Microsoft Office, que es específica para analizar y reparar los archivos de
Outlook. Como todas mis cuentas las gestiono con Outlook, parece que el
problema es sencillo de resolver. Lo sería si no fuera porque quien lo
desarrolla es Microsoft.
Una vez
que ya conozco el nombre del programa que tengo que usar (SCANPST) simplemente
le digo al ordenador que me lo busque y me lo encuentra en 0,5 ms. ¡Perfecto!
Ya queda menos, pensé yo para mis adentros. ¡Y una mierda pa mí solo!
Al
ejecutar el programa, que insisto, es de Microsoft y viene de fábrica con el
Office, lo primero que te pide es que le digas dónde narices está el archivo “.pst”,
que quieres analizar y reparar. Y entonces ya me empiezo a poner de mala leche.
Pero vamos a ver una cosa, ¿tú no eres Microsoft? ¿No eres tú el que crea los
archivos “.pst” en un sitio concreto en función de la versión de Windows? ¿Por
qué me pides a mí, pobre usuario, que me ponga a investigar dónde has guardado
tú los archivos? Bueno, pues después de mucho investigar, encuentro la
ubicación física de los archivos, se lo digo al programa que me lo pide y le
digo que comience a ejecutarse. Después de un buen rato largo, me dice que si
quiero “reparar” el archivo, pero que antes me aconseja hacer una copia del
mismo. Le digo que “sí” , que vale, que haga la copia. Y por supuesto se queda
colgado, claro. Cuajado, tieso, en estado “no responde”. Es entonces cuando
aplico la vieja filosofía del Seat 600: nos salimos todos del coche y volvemos
a entrar. Cancelo la ejecución del programa y lo vuelvo a lanzar, pero en esta
ocasión, le digo que no me haga copia de seguridad. Al terminar dice que ya ha
terminado y supongo que la cosa se ha resuelto. ¡Yo es que no aprendo nunca!
Con Microsoft, nunca terminas a la primera. El problema, persistía. Como ya
llevaba un par de horitas con el asunto y era hora de comer, lo dejé, justo
antes de perder la escasa paciencia que tengo y empezar a darle martillazos al
bicho.
Al día
siguiente, vuelvo a la carga. Vuelvo a pedirle al ordenador que me busque el
programa maldito de marras, y ¡oh, sorpresa! me dice que no está, que no lo
encuentra, que no existe, que no sabe de qué le hablo. Compruebo, claro, que no
haya metido la zarpa y haya tecleado mal el nombre. Pues el nombre es correcto.
Después de varios intentos, por aquello de que vete tú a saber, llego a la
conclusión de que el programa ha desparecido.
Vuelta
al Google a ver si averiguo qué puede estar pasando. Reviso foros, el área de
soporte de Microsoft que es cualquier cosa menos algo útil, intento averiguar a
ver si me puedo descargar desde Microsoft el programa, repaso montones de webs
donde me intentan vender herramientas a precios desorbitados. Intento conocer
dónde debe estar ubicado físicamente el maldito programa y siguiendo las
instrucciones de Microsoft, llego a la conclusión de que allí, donde dicen los
de MS que debe estar, no está. A todo esto, por el camino he tenido que ir
sorteando los mensajes del tipo de “usted no está autorizado a ver esta carpeta”
(¡pero, coño, que es mía!) y cosas por el estilo. Después de otras dos horitas,
frustrado, cautivo y desarmado el ejército mío, las tropas de MS han alcanzado
sus últimos objetivos: me rindo.
Al
borde del paroxismo, sólo me queda la ayuda de amigos que de esto saben más que
yo. A ver si es que se me ha pasado algo importante por alto. Lanzo el anzuelo
y sólo queda esperar. Después, se me ilumina mi única neurona y se me ocurre
que si copio el programa desde el pc de mi mujer y lo instalo en el mío, puede
que hasta funcione. ¡Nunca se sabe con Windows!
Al día
siguiente, fresco y con ansias de revancha, me pongo otra vez con el tema.
Inserto el USB con el programa que he copiado del otro PC, pero antes, no me
resisto a hacer un último intento, aunque introduciendo alguna variación. Por
si acaso. Entonces, en vez de seguir al pie de la letra las instrucciones de MS
y de ir a buscar a una ubicación determinada el programa, le pido al ordenador
que me busque la carpeta que lo contiene en teoría. No tiene demasiada lógica,
la verdad, porque si cuando le digo al ordenador que lo busque no lo encuentra,
pues lo normal es que no esté. Pero una vez más, Microsoft me vuelve a
sorprender: ¡está! ¡lo estoy viendo! Y aún así, no puedo dar crédito a lo que
veo.
El
SCANPST, está en un sitio, cuyo nombre de carpeta que lo contiene es correcto y
se corresponde con el que dice MS, pero no así el path hasta llegar a la
carpeta. ¡Es de locos!
Finalmente,
ejecuto el programa que, después de tantos intentos, al menos ya guarda la
ubicación física de los archivos “.pst”; se ejecuta sin problemas y se resuelve
el problema.
Total,
un par de días o tres puteado y unas 6 u 8 horas devanándome la neurona.
Lo
dicho: “odio a muerte a esos roedores”.