Esta pequeña localidad de unos 30.000 habitantes es la ciudad balneario más importante de Eslovaquia y se encuentra al Noreste de la región de Trnava, a orillas del río Vah, afluente del Danubio.
Evidentemente, en tiempos del "socialismo real", los únicos que venían por aquí eran los jerarcas del régimen. Algo, de lo que los avispados lugareños, se han guardado muy mucho de dejar pistas. Antes al contrario, en el interior de las instalaciones, en la zona pública, se pueden ver fotografías de personajes célebres que han visitado el balneario, como por ejemplo, la emperatriz Sisi, de la que se guarda un busto en una parte de sus jardines, algún entrenador de fútbol famoso local o el propio Beethoven, pero en ninguna de ellas aparece ningún ruso.
Pasear por sus amplios y bien cuidados jardines, bajo la sombra
- por decir algo - de los frondosos árboles que los adornan, hace que sea fácil imaginar a esos mandamases, disfrutando de su estatus, mientras la clase obrera luchaba por subsistir. De cualquier forma, el paseo resulta agradable, por la paz y el silencio, tan sólo roto por el canto de los pájaros.
Se puede visitar el interior de alguno de los edificios termales y como se aprecian en las fotos, hay un aire algo decadente y al mismo tiempo encantador, de tiempos pasados.
Después de visitar el balneario, fuimos al pueblo, que como todos en Eslovaquia, estaba más que limpio, pulcro.
Al tiempo que paseas por sus cuidadas calles peatonales, casi desiertas, se hace difícil elegir en cuál de las muchas cafeterías que hay, te vas a decidir a entrar a tomar un café y un pedazo de tarta.
En primer lugar he de decir que la forma en la que se sirve el café en cualquier parte de Eslovaquia, no tiene nada que ver, ni de lejos, con el sistema que usamos en España.
El café, que al igual que en nuestro país, dispone de mil maneras diferentes de pedirlo, fruto sin duda, de la influencia otomana, se sirve en una bandeja pequeña, individual, de aluminio, junto con algún tipo de dulce, galletita, azúcar y un vasito pequeño de agua, que en ocasiones, puede ser con gas.
Luego, aparte, está el infinito mundo de las tartas, con todo tipo de mezclas y sabores, a cual, más exquisito. De frutos del bosque, de queso, de castañas, de chocolate, fresas y mil variedades más, que son las únicas culpables de que al final vengas con más kilos encima de los que llevaste. Fatal para la operación tanga de leopardo para la playa, pero sabrosísimas todas.
En una de esas cafeterías, surgió una anécdota curiosa. Nuestra amiga Anna, que además de eslovaco, habla inglés, holandés - para entenderse con su marido - ruso y algo de español - yo soy su "profesor", se dirigió a mí en español para explicarme la receta de la tarta que había señalado. En ese momento, una de las chicas - todas ellas jóvenes - que ejercían de camareras, casi se abalanzó sobre nosotros diciendo que ella quería practicar el español. Y la verdad, es que lo hablaba bastante bien. Tal vez por haber visitado Madrid y Valencia, lugares que tenía previsto volver a ver este próximo verano. Nos entendimos con ella en español. Una chica encantadora y educada. Mientras tanto, su compañera de turno, se entendía en alemán con Ted, el marido de Anna, y ambos son quienes nos invitaron a pasar unos días en su casa. Así es que, entramos en una cafetería a tomar un café y un trozo de tarta y en 2 minutos montamos una sucursal de la ONU.
Después, mientras regresábamos a casa distante no muchos kilómetros de donde estábamos, nos dio por dejar constancia gráfica de algunas paradas de autobús, que parecían que habían sobrevivido al momento de su inauguración en los días de Stalin.
A lo largo de los muchos kilómetros que hemos recorrido por las carreteras comarcales, nos ha llamado la atención algunas de esas paradas de bus, que se mantienen en pie por puro milagro de la ciencia y que da más miedo guarecerse dentro de ellas, que aguantar lo que caiga fuera.
A mí, esas paradas, en mitad de ninguna parte, desvencijadas y oxidadas, me recordaban la escena de Cary Grant, en la que mientras se supone que está esperando en mitad del campo algo, un avión intenta asesinarle. La película se llama en español "Con la muerte en los talones". Pues esa era la sensación que me daban esas arcaicas, anacrónicas y vetustas paradas de autobús. De hecho, al final busqué un nombre para nuestro peculiar grupo: "The bus stop seekers band".
Por último, tal y como se puede apreciar claramente por el cartel, el lugar era un sitio de comidas. Concretamente de fruta y verduras. Está claro, no?