domingo, octubre 27, 2024

El arrepentimiento.

Hace unos días leía en Facebook un post de Pilar Mayo Gandullo a quien siempre sigo con mucho interés porque me encanta cómo escribe. Allí venía a decir que, quien más, quien menos, todos los que echáramos la vista atrás, tendríamos algún motivo para el arrepentimiento, porque nadie es perfecto y todos nos equivocamos. Y al hilo de esta reflexión también recuerdo otras conversaciones con otras personas en la misma línea: la de replantearse ciertas decisiones del pasado y qué habría pasado si en lugar de la opción A hubiéramos elegido la B.

Pero yo tengo otra teoría. Mi teoría asume que no hay posibilidad de arrepentimiento.

Para ello, parte del hecho de imaginar cada momento, como un instante mágico que jamás se va a volver a producir. Es así, con esa mentalidad, como actuamos a la hora de hacer una foto. Esa es nuestra intención al apretar el disparador: capturar un momento único.

En ese preciso instante el sol luce – o no – y está a una altura determinada en el cielo; el viento mueve suavemente las copas de los árboles; el agua del arroyo baja abundante, limpia, fría y cristalina. Y queremos capturar ese momento mágico apretando el botón de la cámara. Nos ha gustado tanto, que unos segundos más tarde, o tal vez unos minutos, o al cabo de unos días, o años, incluso, intentamos repetir esa magia. Pero es imposible.

El Sol ya no está a la misma altura, las nubes ya no son las mismas, son otras; el viento se ha convertido en vendaval y el arroyo se ha convertido en una masa de agua que lo arrastra todo a su paso y el planeta ha dado unas cuantas vueltas. Han cambiado las circunstancias en relación a la primera foto. Por tanto, no es la misma foto, es otra parecida.

Con nuestras decisiones sucede exactamente lo mismo. Cuando tomamos una decisión en un momento dado, lo hacemos bajo unas circunstancias concretas, una situación psicológica determinada, un entorno que nos influye; unas condiciones que nos afectan.

Y luego, más adelante, cometemos el error – a mi juicio – de regresar con la mirada de nuestro presente en ese momento, a evaluar aquella decisión de nuestro pasado. Y digo que lo considero un error por varias razones.

En primer lugar, cualquier postura que tomemos en relación a aquella del pasado, no va a cambiar nada. Por tanto, dedicar tiempo a reflexionar sobre algo en lo que no podemos intervenir, me parece una pérdida de tiempo.

En segundo lugar, es imprescindible relativizar los diferentes momentos. En aquella ocasión, como ya he dicho antes, las condiciones para tomarla eran unas, mientras que ahora, son otras radicalmente distintas. Es como en el ajedrez: hay movimientos que te ves obligado a realizar sin demasiadas alternativas. O escoger el estilo de navegación en función de la dirección del viento y tu destino. No siempre cambiar de rumbo es un signo de equivocación, mientras que no hacerlo puede conducirte a la catástrofe.

En tercer lugar, creo que es bastante habitual juzgar la bondad de una decisión por el resultado obtenido al cabo del tiempo. Y tampoco estoy muy de acuerdo con ese enfoque.

Cuando Edison inventó la bombilla incandescente le preguntaron cuántos experimentos había realizado hasta dar con la solución y él contestó que unos 2.000. Entonces, el periodista pretendió apostillar: “entonces tuvo dos mil fracasos antes de triunfar”, a lo que el inventor respondió: “No. He descubierto dos mil maneras de cómo NO hay que hacerlo”.

Las personas tendemos a considerar un divorcio como un fracaso estrepitoso, cuando en realidad, no es más que una lección acerca de cómo debería ser el matrimonio adecuado para nosotros, y eso, no siempre se aprende a la primera (ni a la segunda…). De este tipo de tics y “taras” psicológicas nacen los arrepentimientos, los complejos y los problemas.

En mi teoría, - personal, subjetiva y discutible-, sólo sirve si en el momento en el que tomaste la decisión fuiste fiel a ti mismo. Si lo hiciste, es difícil que tiempo después puedas echarte en cara a ti mismo cualquier contratiempo que hubiera podido surgir. Los imponderables son esos factores imprevisibles que nos afectan más o menos, pero que existen.

Fernando Arrabal, antes de convertirse en famoso escritor, trabajaba en una empresa, ya desaparecida, como administrativo. El hombre, al parecer llevaba mal eso del horario y solía llegar al trabajo con un cierto retraso y de manera frecuente. Hasta que un día el director de Personal le llama a su despacho para llamarle la atención y pedir que modifique su comportamiento.

    - Pero, señor director, es imposible que yo llegue tarde a fichar – intentó defenderse el bueno de Fernando.

    - Mire usted, señor Arrabal, aquí tengo su ficha y como ve los fichajes en rojo son constantes. Debe usted cambiar su actitud o la empresa se verá en la obligación de tomar medidas disciplinarias.

    - Pero, señor director. Es imposible que yo llegue tarde a la oficina. Yo salgo de mi casa a mi hora y vengo a mi paso.

Este es el mejor ejemplo de que la confianza en uno mismo convierte en estéril el tener que revisar nuestras decisiones en un futuro.

Para terminar, yo dejaría una sugerencia, más que un consejo. Para evitar los arrepentimientos lo mejor es no mirar atrás. No vas a cambiar nada del pasado y es posible que te estampes contra el poste que tienes frente a tus narices. Es mejor intentar centrarse en el presente, que es lo único que realmente está sucediendo, ya que el  futuro, por definición, es incierto.

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