A algunos, que han crecido con los mayores éxitos que ha obtenido el fútbol español a lo largo de toda su vida, les podrá parecer extraño saber que hubo un tiempo en el que la misma selección - bueno, una parecida - luchaba simplemente por clasificarse para la fase final de un mundial o de un europeo. Lo de ganar, estaba descartado de antemano.
Todos los rivales eran, de entrada, superiores o simplemente terribles. En aquellos años - que han sido todos hasta que ganamos el europeo contra Alemania - enfrentarse a Francia, Alemania, Inglaterra, Yugoslavia (todavía no se habían escindido) o Italia, era prácticamente sinónimo de perder. Y si la cosa no iba demasiado mal, llegaba el árbitro de turno y hacía que un codazo de Tassoti a Luis Enrique, dentro del área de Italia en el minuto 89, convirtiera la patada que recibió Xabi Alonso en la final del mundial contra Holanda, en un pellizco de monja.
España no siempre se clasificaba. Del mundial de 1974, nos eliminó un yogoslavo llamado Katalinski, defensa central para más señas, que cabeceó un balón desde las nubes y se lo picó a Iríbar.
Luego, vinieron el gol fantasma de Míchel contra Brasil, que los árbitros no quisieron ver aunque el balón entró - joder que si entró! - y el gol que nunca lo fue- de Cardeñosa a pase de Santillana.
Los penatis. Ese era nuestro punto débil. En los momentos decisivos, los jugadores decisivos, fallaban.
Por eso, con toda esa historia a nuestras espaldas, enfrentarse a la pobre selección de Malta, hoy hace 30 años, significaba tanto para todo un país. Hoy, no dejaría de ser un amistoso sin lustre, de esos que ni siquera nos tomamos la molestia de ganar, porque estamos como Ronaldo, algo indolentes. Pero hace 30 años, nos jugábamos el pase a la fase final. Eso sí, España tenía que ganar por 11 goles de diferencia. Era todo un reto y hasta es posible que se le regalara algún apartamento a algún jugador - amateur - de los de Malta, pero al final se consiguió.
Estábamos a las puertas de la Navidad. El ambiente en general era festivo y alegre. Y yo ví ese partido en la oficina, junto con todos mis compañeros. Sí, ya sé que suena un poquito raro, pero es verdad. Un compañero se llevó una TV con cuernos y a los que nos tocó trabajar en el mismo turno en el que se jugaba el partido, como no había mucho trabajo - más bien nada - nos dedicamos a gritar y chillar como posesos. Sobre todo cuando Señor, terminó con la gesta y metió el último y el comentarista, José Ángel de la Casa, se quedó casi sin voz de gritar y de la emoción. Fue como el gol de Iniesta - Iniesta de mi vida, que dijo Camacho - pero con 30 años menos y con Camacho en el campo jugando.
Por cierto que, si la memoria no me falla, en aquel partido debutaba como portero un tal Buyo, y los de Malta, marcaron primero. Fue un tiro sin peligro que dio en la espalda de un jugador español y despistó por completó a Buyo.
Por supuesto, en la fase del mundial siguiente, imagino que España no pasaría de cuartos. La primera fase, solíamos pasarla, a veces incluso como primeros, pero o caíamos en la siguiente, o en la otra.
Entonces, no era como ahora: que si no jugamos la final, es un fracaso. Ni se jugaba al tiki-taka. Ni teníamos a media selección jugando en el extranjero, como ahora, en las ligas alemanas, inglesa, italiana, etc. Más bien, todo lo contrario: teníamos a medio mundo jugando en nuestra liga.
Sí, conviene recordar que no hace mucho, España tuvo que jugarse una repesca por empatar con la siempre peligrosa Noruega.
¡Qué tiempos de sufrimiento y desdicha! ¡Que duren estos que tenemos ahora!
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