martes, diciembre 17, 2013

Ni la Navidad es lo que era, ni El Corte Inglés tampoco.



Hace años, el signo inequívoco de que ya era Navidad, era el encendido de la espectacular decoración que El Corte Inglés hacía en su centro de Madrid, el de la Puerta del Sol. Entonces, sólo había uno. Sólo entonces, se podía hablar de que estábamos en período navideño. Se había dado el pistoletazo de salida a esa especie de frenesí incontenible que invadía a todos, de comprar y gastar más de lo habitual, que solía ser cero.

Todas las ciudades se inundaban de luz, de adornos, de ilusión. Los escaparates de las tiendas, se engalanaban con sus más vistosos y llamativos ornamentos. La gente, hasta parecía feliz. Todos se deseaban paz, amor y felicidad.

Eran tiempos de envío de Christmas por correo ordinario – el único que había- de visitas a casa - y a horas desacostumbradas - del cartero, del barrendero, del sereno – porque entonces todavía había serenos – del portero de la finca, en pedigüeña procesión en demanda de un extinto aguinaldo – uséase: propina, que diría el inefable portero de “La Gran Familia”. Los pobres, pidiendo a los pobres. Y claro, como te llamaban a la puerta y te lo pedían a la cara, a ver quién era el valiente que le negaba a tu propio portero – entonces no había conserjes – una propina, por mucho que el trabajo extra de bajarte la basura al portal, ya estuviera remunerado.

Eran tiempos de castañas asadas, de belenes y de Reyes Magos. De árboles de Navidad comprados en la Plaza Mayor y puestos encima de la baca del Seat 600 para llevarlos a casa, cuando aún se podía llevar el 600 a la Plaza Mayor, antes de que se prohibiera en 50 kms a la redonda la circulación por sus aledaños bajo amenaza de ser objetivo de un misil lanzado por un “guripa” municipal.

De adornos sacados de la misma bolsa de siempre, en la que año tras año, se constataban las roturas de las bolas, tan quebradizas como brillantes.

Lo de Papá Nöel, fue otro invento de El Corte Inglés, una invasión más de nuestras costumbres patrias, por parte de esos países protestantes del centro y norte de Europa. De una Europa, en la que España, no estaba…ni se la esperaba.

Eran tiempos de una televisión en blanco y negro. Y cuando digo una, quiero decir literalmente una, porque no había más. Eso sí, con el UHF, como signo de modernidad más absoluto.

Todavía existían las tiendas de barrio - las de ultramarinos y las tiendas de juguetes - aunque poco a poco, se iban imponiendo los grandes almacenes (Galerías, SEPU, El Corte Inglés…).

Se bebía sidra. El cava no se conocía y el champán era para los potentados. El turrón era del duro. Pero duro de cojones! Tanto, que había que partirlo con un martillo y un cuchillo y luego echarle valor para metértelo en la boca y masticarlo. Las cenas eran en familia. Todos. Como no había divorcios, las dos familias de los matrimonios, se juntaban en una sola casa, generalmente la más grande. Así no había problemas de “este año toca Nochebuena con mi madre y los niños con los abuelos del primer matrimonio”.

Eran tiempos de villancicos, de pandereta, de matasuegras. De largas cartas enviadas por mi tío emigrante, desde Caracas, que como tantos otros – entonces como ahora – estaban fuera de España, pero España no estaba fuera de ellos. Luego, con el transcurrir de los años, las cartas se volvieron cintas magnetofónicas – no se había inventado todavía el casette – y además incluían villancicos Venezolanos, que nada tenían que ver con los tradicionales nuestros de toda la vida.

Eran tiempos en donde se escribía la Carta a los RRMM y hacías colas larguísimas en el centro de Madrid para dársela a los pajes de SSMM. Y ya entonces tenías que pensar el elegir bien lo que ibas a pedir, a sabiendas de que no te lo iban a traer todo. Entonces, no eran necesarios psicólogos ni pedagogos, aconsejando en TV no dar todo lo que pidieran los niños. Bastaba con ser humildes o simplemente pobres. Aunque, eso sí,  mi tío Joaquín, el de Caracas, me enviaba unos juguetes espectaculares que aquí no se veían. El Mecano, era el juguete estrella.

Yo, la verdad, me contentaba con poco. El uniforme del cabo Rusty, de la serie de TV “Rin Tin Tin” - el perro, ya lo ponía mi tío que para eso vivía en la puerta de enfrente a la nuestra - o el uniforme del Real Madrid, con el 9 de D. Alfredo Di Stéfano, que años después, mi madre decidió de modo unilateral – muy de su estilo - hacer trapos para fregar, simplemente porque decía que ya no lo usaba. Como si eso fuera una razón suficiente! ¡La camiseta de D. Alfredo, por los suelos! ¡Abrase visto semejante sacrilegio! Siempre me quedé con las ganas de tener un Scalextric.

Luego, unos años más tarde, empezamos a oír hablar de una crisis con apellido: la crisis del petróleo y de pronto, ya no había tantas luces en Madrid, ni tantas calles engalanadas. Era para ahorrar energía, una palabra que no habíamos escuchado antes: energía. La ciudad, se fue volviendo algo menos brillante, algo más gris, algo más triste, algo más fría. Como ahora.

Después, las corrientes foráneas, poco a poco se fueron imponiendo en nuestras costumbres y así, Papá Nöel, se fue haciendo un hueco en el nicho de mercado de la Navidad, por encima de los Reyes Magos. Se decía entonces, a modo de justificación, que de esa forma los niños tenían más tiempo para jugar, porque con los RRMM, un par de días después, cuando aún no te había dado tiempo a cansarte de los juguetes, tenías que volver al colegio, después de las vacaciones.

El Corte Inglés, se fue quedando solo en el sector de los grandes almacenes, convirtiéndose en una especie de monopolio con su eslogan: “si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero”. Se engulló a Galerías Preciados, y a SEPU y mucho más tarde a C&A y a todos los que intentaron hacerle la competencia.

Descubrimos la verdadera identidad de SSMM los Reyes Magos, como si de un primigenio Edward Snowden se tratara. Dejamos de montar los belenes, de cantar villancicos, de recibir regalos desde Caracas, de tocar la pandereta e incluso a algún gilipollas, se le pasó por su brillante única neurona, dejar de celebrar la Navidad para no ofender a otras religiones. Y ahora, además, aunque quisiera, no podría regalarme un Scalextric, porque la empresa ha quebrado.

Empezamos a comprar árboles de navidad biodegradables, artificiales y “made in Taiwan”. Las bolas, ya no brillan tanto, pero por lo menos, no se rompen. Ahora son casi tan duras, como el turrón de entonces. Ahora los turrones, son Light: sin azúcar, con sacarina, o con sabor a cebolla confitada con aromas de nitrógeno, al estilo de Ferrán Adriá. Ya no se bebe sidra. Ahora se bebe cava de Cuenca, porque estamos un poquito hasta los pies de los que fabrican el cava de toda la vida. Las cenas, se hacen cada año en un sitio diferente y cada uno por su lado, y todo se complica más, con los divorcios, los hijos de tus parejas y ex parejas, los emigrados y los abuelos, que cada día pintan menos y hace tiempo que dejaron de intentar entender lo que pasa.

Hoy ya no se estilan los juguetes. Hoy lo que se lleva es la PSP, el iPad, un iPhone con sonido estereofónico y sensorround, con acceso a Internet a 200 gb y oh maravilla!, con el que puedes hablar como si fuera un teléfono. Instrumentos todos ellos inventados para la comunicación entre las personas y que por mor de no se sabe muy bien qué, es la causa principal de incomunicación entre las mismas. Resulta demoledor ver a un grupo de personas sentadas físicamente juntas y cada una embelesada con un artilugio de esos y unos auriculares puestos, haciendo caso omiso de los seres que tiene a su alrededor.

Las ciudades, ya no son tan bulliciosas - probablemente porque los ciudadanos ya no están para alborotos o porque se pasan el día “conectados” y en silencio – ni tan iluminadas. Ni los escaparates son tan luminosos ni se muestran tan ornamentados. De hecho, más de la mitad, se los ha llevado la última crisis por delante, junto con unos pocos miles de puestos de trabajo.

De caracas ya no viene nada, excepto discursos esperpénticos de un tarado con poder omnímodo, como Nerón. Casi igual que de Barcelona.

Y hasta El Corte Inglés, atraviesa por dificultades económicas. Ahora su eslogan ya no es “si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero”. Ahora lo han cambiado por “por favor, cómprame algo, payo!”.

No. Esto ya no es lo que era.

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