viernes, febrero 21, 2014

Ignacio, alias Unabomber.



Si hablo de un tal  Theodore Kaczynski, nadie sabe a quién me estoy refiriendo. Sin embargo, si menciono el alias de “Unabomber”, es posible que alguno tenga los años y la memoria suficiente como para recordar quién es este personaje.

El tal Teodoro, era un auténtico genio, al que en un momento indeterminado, se le fue la olla totalmente. Era un genio en matemáticas y estudió en Harvard y en la Universidad de Michigan. Luego, trabajó en Berkeley. Y de pronto, cuando tenía 25 años, decidió convertirse en una especie de Robinson moderno, a lo Harrison Ford en la película “La Costa de los Mosquitos”, y se marchó a vivir a una cabaña, sin agua, ni luz, en mitad de las montañas Rocosas de Montana. O sea: mu lejos.

Fue entonces cuando comenzó a hacerse “famoso”, porque enviaba cartas bomba, fundamentalmente a Universidades y líneas aéreas. De ahí el sobrenombre que le puso el FBI: Unabomber. UN=Universidad; A=Air lines; Bomb= pues imagina el resto.

El FBI – los mismos que pillaron a Lee H. Oswald, 30 minutos después de “asesinar” a JFK- se pasaron casi 20 años sin tener ni repajolera idea de quién era el que mandaba las cartas bomba. Si no hubiera sido por el hermano del terrorista, todavía lo estaban buscando.

Bueno, y llegados a este punto, alguno se preguntará que a qué viene esta lección de historia. Pues viene a que yo conocí a Unabomber. Bueno, entonces, utilizaba otro nombre – Ignacio – y no vivía en una cabaña en mitad de las montañas rocosas. En aquel entonces, trabajaba como programador informático. Algo que, con sus especiales habilidades, podía resultar mucho peor que el que te estalle una bomba, como así pienso demostrar.

Unabomber, o sea, Ignacio, comenzó como cualquier otro de nosotros, en una gran instalación de un banco enorme. En el sótano en el que pasábamos nuestra vida, compartíamos nuestro trabajo con alrededor de un centenar o más de personas. En el sótano, no entraba la luz del día, salvo por una especie de ventana grande, justo al final de la gran nave, y que como única visión te ofrecía el terraplen en el que estabas enterrado. Yo creo que todo aquello, formaba parte de un plan maestro encaminado a que fueras adoptando la actitud de las gallinas ponedoras, en las granjas: cuando encienden la luz cacarean y ponen huevos y cuando se apaga, a dormir.  En ese ambiente tan agradable, entrañable y motivador, intentábamos ganarnos el sueldo de miseria que nos ofrecía el Jack Sparrow del momento.

La camaradería, se prodiga entre aquellos que comparten penurias y miserias, como modernos galeotes del ciber espacio, y es bien conocida entre los más necesitados. Así es que pronto se formó un nutrido grupo de sufridos informáticos, deseosos de compartir experiencias con el único fin de desahogarnos mutuamente. Una sencilla y económica terapia de grupo. Fue así, en una de esas charlas informales entre colegas, cuando supe por primera vez de la existencia de Ignacio Unabomber.

Pepelu lo sufría en sus propias carnes. Era el jefe de Unabomber y era un tipo con corazón. Cuando se dio cuenta de que Ignacio, era bastante más peligroso que el Unabomber real, aparte de bautizarle con el alias por el que pasaría a la pequeña de historia de la informática, le dijo en cierta ocasión:

-          Ignacio, no hagas nada. No toques nada. Dedícate a leer el periódico si quieres, no me importa. No te preocupes: tu trabajo lo hago yo, pero por favor, no toques nada.

Otro día, antes incluso de tenerle identificado, me vino el tal Ignacio con un problema que no sabía resolver. Como camaradas de bancada que éramos – dicho sea lo de bancada por aquello de trabajar como remeros de una Galera, no por hacerlo para un banco – me presté a estudiar su problema y ayudarle. Al cabo de poco, comprobé que el problema no era tal, era tan sólo falta de experiencia, conocimientos o ambas, por parte de Ignacio. Le llamé para darle la solución. Pero hete aquí que me llevé la sorpresa cuando, mientras le instruía en cómo debía hacerlo y le indicaba dónde estaba el error, empezó a discutir conmigo acerca de mi decisión.

-          Pero vamos a ver. ¿No eras tú el que no sabías? ¿Y ahora vienes a discutir conmigo si lo que yo digo es correcto o no?

Zanjada la cuestión, me identificaron al sujeto y ya siempre le tuve catalogado.

Al final, la postura que pretendía el bueno de Pepelu, no se pudo mantener durante mucho tiempo y el engaño de quién estaba haciendo realmente el trabajo de Unabomber, se descubrió, con el consiguiente despido del tal Ignacio.

Pasaron los años y por contactos comunes, fuimos sabiendo de las diferentes tropelías que Unabomber iba cometiendo aquí y allá, en unos clientes y otros. Al cabo de un tiempo, nos llamaba la atención que no hubiera una especie de Registro de Informáticos Peligrosos y que el tal Ignacio, no fuera el número uno en búsqueda y captura. De hecho, sorprendía que no se hubiese corrido la voz y fuera capaz de ir consiguiendo que le contrataran las diferentes empresas por las que iba dejando su rastro, como el de un reguero de pólvora. Fue uno de esos días de chismorreos, cuando un amigo me contó la última conocida de Unabomber.

-          ¿A que no sabes cuál es la última de Unabomber?

-          Cuenta. Estoy ansioso por saberlo.

-          Pues el otro día, me llamó un colega que está trabajando con él y me dice que, en la empresa de seguros en la que están currando ambos, de pronto, casi sin explicación, empiezan a fallar todos los programas que están en Producción. Programas que llevan años y años, sin dar problemas que hace años que nadie los toca. Entonces, los responsables, empiezan a investigar qué ha podido pasar y descubren, no sin asombro, que la inmensa mayoría de los programas han sido modificados en fecha reciente y todos, con el mismo código de usuario. Empiezan a sospechar de un complot, de sabotaje, de un comando de la competencia, de un hacker. Finalmente, aciertan a descubrir que el código de usuario, corresponde a Ignacio, alias Unabomber. Le llaman a una entrevista, con los rastros inequívocos de las pruebas obtenidas, y ávidos por conocer sus verdaderas intenciones.

 

-          Ignacio, tenemos pruebas de que has sido tú quien ha estado modificando todos estos programas y has originado un auténtico caos, provocando un pánico generalizado en toda la compañía. Has provocado que muchas personas tuvieran que hacer un esfuerzo ímprobo para estabilizar la situación y dejar las cosas como estaban, trabajando todo el fin de semana y haciendo un montón de horas extras. ¿Tienes alguna explicación para tu comportamiento?

Y entonces, Ignacio, alias Unabomber, con esa ingenuidad y simpleza de pensamiento, típica de los más despiadados psicópatas, responde tan tranquilo:

-          - Se me ocurrió echarles un vistazo y pensé en optimizarlos. No me gustaba cómo estaban hechos.

Cuentan algunos de los testigos, que tuvieron que sujetar entre varios al responsable de la instalación, con el fin de evitar que consiguiera cogerle por el cuello, mientras profería toda clase de insultos y juramentos, fuera de sí, al tiempo que Ignacio, alias Unabomber, tenía los ojos muy abiertos y no alcanzaba a comprender el comportamiento tan poco educado de aquel tipo. No sabían apreciar sus esfuerzos.

 

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