Los independentistas catalanes – los famosos
y supongo que los anónimos también – para intentar justificar su actitud de
frentismo a todo lo español, incluido la pitada al himno de España y al Rey, en
la final de la Copa del Rey, hablan de que lo que hay que hacer es que todos
los demás, nos preguntemos por qué nos faltan al respeto. Y también, utilizan
el falso argumento de la libertad de expresión.
En primer lugar, parece claro que ellos
mismos son conscientes de su falta de consideración y de respeto a los demás, y
como niños malcriados y caprichosos, pretenden llamar la atención de todos,
insultando, al mismo tiempo que pretenden que aquellos a los ellos insultan,
tengan con los independentistas un mayor respeto. O sea, haz lo que digo, pero
no lo que hago. Yo te insulto, pero tú, además de aguantarte, me debes respeto
a mí. Y como elemento adicional de su argumentario, la excusa perfecta es que
lo hacen de forma pacífica, cuando ahora mismo, en los estadios de fútbol, ya
no se puede gritar a coro ni canciones, ni gritos, ni insultos, dirigidos al
árbitro, al equipo rival, a la afición contraria ni a nadie. Eso, se considera –
y me parece bien – violencia.
Cuando Rodríguez Zapatero no se levantó al
paso de la bandera de los Estados Unidos, - siendo líder de la oposición - en
un desfile militar al que habían sido invitados los americanos, a los españoles
– a todos, a los que luego le votaron y a los que no lo hemos hecho nunca – nos
costó 2 años que Condolezza Rice recibiera a Moratinos (Ministro de Asuntos
Exteriores) para que le besara el culo. Como con eso no hubo bastante, en la
reunión del G-20 que tuvo lugar en suelo americano y que organizó Bush, España
no fue invitada. Tuvimos que apelar a la generosidad de Francia, que nos prestó
una banqueta para poder sentarnos en la misma mesa que todos los demás, aunque
estuviéramos situados al final de la misma y justo a la entrada de las cocinas,
como Peter Sellers en “El Guateque”.
Los símbolos y las tradiciones, están para
ser respetados y el hecho de que no empuñe una 9 mm parabelum para “hacerse
respetar”, no significa que las protestas y los insultos, sean pacíficos.
Constituyen una agresión. Verbal, pero agresión al fin y al cabo. Y por
supuesto, esa es la primera intención de quienes así actúan. Sólo a modo
didáctico, recordaré que en el Código Penal, se recoge la figura de “insultos”
y “amenazas” y aunque evidentemente, no disfrutan de la misma calificación que
un asesinato, lo importante, es que la violencia verbal, también es castigada.
La tan cacareada, manoseada y nunca bien entendida
libertad de expresión, como todos los derechos y libertades, tiene su propios
límites. Los límites vienen marcados por el respeto a la libertad de expresión
del otro, a los derechos del otro, a los símbolos del otro. Por simplificar: por
respeto al otro.
Con esta tipo de actuaciones, los independentistas
catalanes, con Arturito Mas a la cabeza, están promoviendo que a partir de
ahora, en cualquier estadio de fútbol, de baloncesto, en cualquier acto público
o donde sea – eso sí, siempre fuera de la Comunidad Autónoma de Cataluña – a alguien
se le ocurra hacer uso de su libertad de expresión y en justa reciprocidad
pueda gritar aquello de “puta barsa y puta Cataluña”. Y entonces, ya tenemos
montado el pifostio. Porque entonces, entrará de oficio la Comisión Anti
violencia, y seguro que encuentra motivos para sancionar al club propietario
del recinto y no como ahora, que parece que no hay un responsable claro.
Llegados a este punto cabe recordar que hace
unos pocos días, se ha cumplido el aniversario de la tragedia ocurrida en el
estadio Heysell de Bruselas, donde murieron casi 40 personas por la avalancha
producida por los hooligans ingleses. Como consecuencia de aquella tragedia,
todos los equipos ingleses, fueron excluidos de todas las competiciones
europeas durante 2 o 3 años. Fue una medida ejemplarizante y eficaz.
En los países civilizados, el respeto a la
bandera y al himno, es sagrado. Tú puedes ser americano y quemar una bandera
porque estás en contra de la guerra del Vietnam. Vale. Tú puedes ser un atleta americano
y negro, y cuando subes al podio de los JJOO a escuchar el himno del país al
que representas, te puedes poner las zapatillas al hombro y levantar tu mano
izquierda enfundada en un guante negro, en señal de protesta por el racismo que
sufre EEUU. Vale. Pero después, tienes que afrontar las consecuencias. Tú,
puedes ser el mejor boxeador que ha dado la historia, cambiarte el nombre,
hacerte musulmán y negarte a ir a Vietnam. Vale. Pero después tienes que
afrontar las consecuencias.
Libertad de expresión no implica impunidad.
Tú puedes decir lo que quieras, siempre y cuando no transgredas las fronteras
de lo racional, del respeto, de las leyes, de las normas, del buen
comportamiento. Y si lo haces, hay que afrontar las consecuencias. Gritar “ETA,
mátalos”, no es libertad de expresión. No levantarse al paso de una bandera, no
es libertad de expresión y menos aún, cuando se supone que estás en camino de
representar a todo un país, y no sólo estás ahí por tus ideas personales.
Silbar al Rey, no es libertad de expresión. Silbar al himno, no es libertad de
expresión. No izar la bandera de España en Ayuntamientos y edificios públicos,
no es una opción.
Cuando se ejecuta de manera orquestada una
afrenta – y el menosprecio al himno, al Rey y a la bandera, lo es – hay que
hacer frente a las consecuencias. Pero el mayor problema que tenemos los
españoles es que nunca hay nadie con la suficiente valentía, decisión y
determinación, como para coger al toro por los cuernos y exigir que se cumpla
la ley. Queda políticamente incorrecto. Ser implacable con los abusos, no está
bien visto. Y está archidemostrado que cuando alguien no defiende lo que es suyo,
siempre va a venir otro a arrebatárselo. Parece que la defensa de la bandera,
de nuestra bandera, es sólo cosa de fachas caducos y trasnochados. Defender el
himno, es cosa de carcas. El respeto no sirve para nada. La palabra nación, no
tiene ningún significado especial para Zapatero, según él mismo declaró en su
día para justificar la nueva versión del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Junto
con su promesa de respetar cualquier decisión que tomara el Parlamento de
Cataluña, ofrecida desde el balcón de la Plaza de San Jaime, en Barcelona, son
las lluvias que nos han traído estos lodos.
Por tanto, ni los hermanos Gasol, ni Xavi
Hernández ni nadie, puede argumentar que seamos los demás los que nos tengamos
que plantear por qué nos insultan, por qué nos agreden, por qué nos faltan al
respeto. Nadie, puede escudarse en la libertad de expresión para pretender permanecer
impune ante una falta. Y sí deben ser todos muy conscientes de que tirando de
la goma, y haciéndose desagradables, no van a conseguir sus objetivos. Aunque
sólo sea por fastidiar, se quedarán el resto de su vida protestando y dando por
saco. Y sin independencia.
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