domingo, agosto 27, 2017

Miraflores de la Sierra

Los días como hoy, finales de agosto y lluviosos, me traen recuerdos de los veranos de mi niñez pasados en Miraflores de la Sierra, en Madrid. Esos días tormentosos eran una avanzadilla de lo que se avecinaba y que, además de indicar el principio del fin del verano, conllevaba lo inevitable de tener que volver al colegio en quince días, lo cual, ya era de por sí suficientemente traumático.
Los veranos en Miraflores no eran para nada comparables a los que había disfrutado en Foz, en la playa, años atrás. Pero las circunstancias cambian y era lo que había. Y gracias, que podría ser mucho peor.
Era una casa grande con un gran jardín asilvestrado, sin cuidar. Nada de césped ni florituras. Algún árbol frutal, más fruto de la casualidad que de una intención y el resto, flora y vegetación natural.
La casa era suficiente como para albergar a cuatro adultos, cinco niños y la chica que ayudaba en las tareas de limpieza. Aunque esta pobre, dormía en una habitación situada en el ático de la vivienda, - construido a base de madera - donde era imposible dormir por el bochorno y el calor. Era una cordobesa de unos catorce años, a la que su familia había enviado a Madrid, más para desprenderse de ella y que no supusiera una carga económica para ellos, que para que la pobre se labrara un porvenir como criada. Cada vez que le pedías algo, siempre respondía con un “ya mismo”, que por supuesto, no se correspondía en nada con el concepto de “ya mismo” que se tiene en Madrid.
La casa estaba situada a mano izquierda, antes de llegar al pueblo, en el camino que iba hasta la Ermita de Nuestra Señora de Begoña. La terraza, daba directamente sobre la carretera que conducía al pueblo. Aparte del espacio natural asignado a la parcela y cuyo disfrute era más bien nulo, ofrecía una piscina. Aunque para ser exactos, el término más adecuado sería pilón.
El pilón, estaba situado en lo alto de un promontorio, dentro de la enorme parcela, al que se accedía mediante una empinada cuesta con suelo de losetas. Las losetas constituían en sí mismas, un auténtico collage, porque cada una era de su padre y de su madre. Yo creo que no había dos iguales. Evidentemente, el propietario, - un señor bastante mayor, vecino del pueblo- , había intentado aprovechar lo que le había sobrado de vaya usted a saber dónde.
Al subir, las losetas no representaban ningún peligro. El peligro era cuando querías regresar a la casa, bajando por esa cuesta, con las chanclas mojadas e intentando no resbalar por la pendiente, porque el final sería luctuoso. Seguro. De hecho, parecía que ibas caminando por un campo de minas. Y más de una vez, o se te descuajeringaba la chancla o directamente, te rompías el culo contra una loseta asesina. Además, y por si todo esto fuera poco, la empinada cuesta no disponía de barandilla en ninguno de los lados, lo que unido a todo lo demás, hacía de la misma un amenaza a la integridad física.
El pilón no disponía de ningún sistema de mantenimiento y limpieza del agua. Dicho mantenimiento se limitaba a la utilización de cloro líquido, que se esparcía a discreción al atardecer, cuando ya nadie iba a hacer uso de la mal llamada piscina. A pesar de los denodados esfuerzos por mantener el agua sana y transparente cuanto más tiempo mejor, era inevitable que de vez en cuando aparecieran unos bichitos en el agua, que nadaban con sus mini aletas y asustados de ver a tanta gente, se iban a las profundidades de la piscina a esconderse. La verdad es que no sé quién se asustaba más, si los bichos de nosotros o al revés. El caso es que tarde o temprano, el agua se volvía de un verde intenso y ello conllevaba el vaciado, limpieza de las paredes y del suelo del moho verde y rellenado de agua, con el consiguiente período de inutilización de la única diversión disponible.
Después, cuando el pilón comenzaba a tener algo de agua para quitarse el calor del cuerpo, lo que debías tener, era huevos para meterte en ese agua, que llevaba un día o dos saliendo de un caño que parecía venir directamente del deshielo de la sierra norte de Madrid.
La casa tenía hasta un garaje. Al menos en ese hueco, - ubicado justo debajo de la terraza - se podía introducir un coche, aunque era evidente que en su día, aquel espacio estuvo destinado más a aperos de labranza y cuadra para animales.
Como tantos otros pueblos, de tantos lugares tan distintos, Miraflores en verano, estaba a reventar de madrileños que huían de la capital del imperio y de sus tórridas temperaturas. Y aunque para sus habitantes habituales y propietarios de comercios, aquello era una mina de oro, había contra partidas. Siempre hay contra partidas.
Los cortes de agua solían ser frecuentes. En ocasiones por una avería provocada por alguna máquina de construcción en vaya usted a saber dónde, que ansiosa por llevarse por delante todo lo que encontrara, se llevaba hasta las tuberías de canalización del agua.
La potencia de la luz era a 125 voltios y no a 220. Eso obligaba a tener una serie de transformadores para que los aparatos eléctricos no se estropearan. Todo lo cual y a pesar de ello, la única televisión portátil y con antena de cuernos incorporada, ofrecía la mayor parte del tiempo, sólo la mitad de su minúscula pantalla, toda vez que ni siquiera le llegaban los 125 voltios prometidos. Así es que, ver cualquier programa de TV en la única cadena disponible en España, constituía más un reto que una posibilidad.
Los animales de compañía campaban a sus anchas a nuestro alrededor. Las arañas, lagartijas, chicharras, saltamontes e incluso algún escorpión que otro, se hacían notar, al tiempo que escuchabas gritos o alaridos - dependiendo del bicho - proferidos bien por mi madre o por alguna de sus dos hermanas, al descubrir al pobre incauto, cuyo destino, desde ese mismo instante, estaba sellado.
En el exterior, las avispas y las abejas, establecían un perímetro de seguridad en torno a sus nidos. El problema era cuando descubrías que tenías un nido en el alero del tejado, pegado a la puerta principal, a la de la cocina, a alguna ventana de alguna habitación o en la terraza. Era entonces cuando llamabas al propietario, quien al llegar, ponía en juego esa sapiencia pueblerina que tanto admiramos los urbanitas y solventaba el peligro.
Luego, a medida que avanzaba el verano, los días de tormenta - con rayos y cortes de luz incluidos - se iban sucediendo, dando paso al final de las vacaciones. Y lo que era aún peor: la vuelta al colegio.
Los veraneos en Miraflores era lo más parecido a vivir como Robinson Crusoe.

domingo, agosto 20, 2017

Amigo Sancho: con la iglesia hemos topado.



Para aquellos que aún no lo sepan, estoy embarcado en un nuevo libro. Algo que me tiene enfrascado desde hace cosa de año y medio o así, y lo que te rondaré morena. Estoy descubriendo en mi propia piel, la ardua tarea de recabar datos y de fisgonear en una casi infinita variedad de archivos, militares y civiles.

Debo confesar que la tarea, aunque laboriosa, resulta gratificante, sobre todo por el enorme cariño y atención que recibo sin excepciones por parte de los funcionarios responsables de todos esos archivos. No solamente se limitan a proporcionar la información solicitada cuando disponen de ella. También se toman el tiempo y la molestia de aconsejarme dónde, cuándo y cómo podría satisfacer mi necesidad de información, en los casos en los que ellos no pueden ayudarme.

Así por ejemplo, he conseguido sin ningún problema certificados de nacimiento, de defunción, de la Universidad (de 1916, ¡alucinante!), de Archivos Militares, de Memoria Histórica, etc.
He dicho sin excepciones, pero siempre hay alguno digno de mención.

Por razones que sería prolijo detallar ahora, hace unas semanas me puse en contacto - después de mucho buscar y rebuscar - con la Parroquia de la Virgen de la Paloma, de Madrid, para solicitar el certificado de bautismo “del prenda”, uséase, el nene. Castizo hasta en la pila bautismal, el también conocido como Marqués de San Lorenzo de El Escorial (o sea, yo) fue bautizado en dicha iglesia, a escasos 500 metros en línea recta del domicilio donde nació.

Después de todos los certificados que había solicitado previamente y cuya única dificultad estribaba en dilucidar si estaban disponibles o no, me pareció que mi solicitud a la parroquia, no podía significar mayor inconveniente.

Estaba muy equivocado. Siempre hay algún imbécil que te amarga el día.

Aparte de que, como ya he comentado, encontrar la manera de contactar con alguien de la parroquia por email, no fue tarea fácil, el proceso de solicitud se ha ido envenenando a medida que se sucedían los emails.

Por supuesto, en la mierda de web de dicha iglesia, no hay un apartado dedicado a solicitudes de certificados ni nada que se le parezca. Toda la información existente, se circunscribe a los actos litúrgicos y demás asuntos relacionados con el tema. Que digo yo, que no es muy complicado colgar un formulario, del tipo que sea, que uno se pueda descargar, imprimir, rellenar, firmar y adjuntar posteriormente, solicitando lo que sea. En mi caso, el certificado de bautismo. Bueno, pues no.

En el primer email, el anónimo remitente, me indica que para retirar el certificado, primeramente, debo llamar los sábados de 11.00 a 13.00, ya que la persona que se encarga de esos temas, está de vacaciones en agosto. Pero que en cualquier caso, si lo deseo, puedo pasarme personalmente a retirar el certificado. Que eso de enviar información por email, podría contravenir la Ley de Protección de Datos.

Alucinando en colores, mi respuesta, como es obvio,  fue que difícilmente podría pasarme en persona, pues resido a 550 kms. Y que para no transgredir la LOPD, insistí en saber si no había algún formulario para rellenar, en el que quedara reflejada la identidad del solicitante.  Incluso sugerí la posibilidad de adjuntar a mi escrito, una copia de mi DNI.

Pero la respuesta de mi anónimo comunicante, me dejó perplejo. Su sugerencia fue la de autorizar a un familiar para que pasara a retirar el certificado. Y confieso que fue ahí, cuando me quedé atónito.
Semejante sugerencia asume varios supuestos notorios. En primer lugar, el hecho de que hubiera familiares, vivos, residentes en Madrid y que estuvieran dispuestos a realizar el esfuerzo de trasladarse hasta la iglesia, ex profeso, que ya es mucho suponer. Pero lo más kafkiano es la mera contradicción en sus propios términos.

Emitir una autorización a algún supuesto familiar, implicaría – necesariamente – generar un documento en el que aparte de la solicitud propiamente dicha, quedara patente mi identidad. Dicho de otra forma, en ese supuesto documento, debería incluirse una copia de mi DNI cuya firma debería coincidir con la de la propia solicitud.

Y llegados a este punto es cuando me sorprendo y me pregunto: ¿Y por qué coño ese hipotético documento le sirve a cualquier otra persona MENOS A MI? ¿Por qué no es factible que yo realice la solicitud del certificado de mi propio bautismo, aportando la documentación que me acredita como sujeto del acto?

Uno puede solicitar y obtener un informe del Ministerio del Interior, con ciertas reservas y respetando ciertos criterios, pero al parecer, resulta un auténtico reto conseguir tu propio certificado de bautismo.

A ver si Don Quijote tenía razón cuando dijo aquello de: “Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho”.

(Continuará)

viernes, agosto 11, 2017

¡Disparen al turista!



Desde la irrupción de los terroristas del DAESH en el panorama mundial, hemos sido tristes testigos de las más abyectas aberraciones, asesinatos y salvajadas de todo tipo, que se hayan podido conocer, desde las atrocidades cometidas por los nazis. Esta gentuza, al contrario  que otros carniceros de la talla de Sadam Hussein, Gadafi, Bokasa y otros, ha optado por filmar y publicar en directo sus fechorías a través de internet y se han jactado por ello. Así, además de los crímenes contra las personas, hemos podido verificar que han dinamitado, en sentido literal, obras irremplazables, de incalculable valor artístico y cultural.

En su ciego y demencial proceder a lo largo y ancho del planeta, han prestado una especial atención al sector turístico de países árabes como Túnez, Turquía o Egipto, cometiendo ataques suicidas, haciendo explotar bombas en los lugares más transitados, ametrallando a pobres incautos o incluso, derribando aviones. El resultado de todo esto, ha sido que muchos turistas han modificado su lugar de vacaciones y han dirigido sus miradas a un país con una larga trayectoria de experiencia en el sector, con una bien ganada fama de profesionalidad, de calidad, con buenos precios, de buen trato al turista, una gastronomía envidiable y una oferta, en fin, tan variada, como pueda llegar a serlo la inquietud y los intereses del visitante. Ese país es España, naturalmente.

Cuando entramos en crisis hace unos años, siempre se dijo que el primer sector que saldría de ella y que arrastraría a los demás hacia arriba, sería el turismo. ¡La joya de la corona! Más de 70 millones de visitantes el año 2016. Miles de puestos de trabajo repartidos entre hoteles, apartamentos y alojamientos de todo tipo. Restaurantes, chiringuitos, clubs, bares, hamaqueros y demás. Puestos directos e indirectos, porque a todos esos negocios, hay que venderles cervezas, gaseosas, pan, carne, huevos, hielo, aire acondicionado, etc. Todos necesitan coches de alquiler o taxis. En definitiva, un filón de oro.

Hasta que de repente, una constelación de gilipollas - de las que cada día abundan más; una pléyade de “iluminati”, que en su triste y fracasada existencia jamás han sido capaces ni siquiera de entender el significado del término “emprendedor”; una caterva de mono neuronales afectados por el virus Zika, han decidido, así de repente, que los que llevan en esto 60 años; los que han levantado imperios con su trabajo y su inteligencia, no tienen ni puta idea de cómo hay que llevar el negocio.

Que para listos, ellos, que simplemente se limitan a molestar y dar por saco, porque los escasos días en los que acudieron a la escuela, no dieron para más que para aprender acoso.

Que para tirar petardos, bengalas y pegatinas, pinchar ruedas de bicis, etc. tampoco se necesita a ningún  premio nobel. Ni siquiera a ningún estudiante universitario.

Que basta que repitan frases como “turismo sostenible” - que son conceptos ignotos para su única neurona - para que por primera vez se sientan importantes.

El problema, no es que ellos se crean que son importantes. ¡Pobrecillos! Se conforman con verse reflejados en los telediarios, actuando como cobardes, cubiertos con sus capuchas. Que a ver si con un poco de suerte les da un sinapismo, un golpe de calor y a ver si encuentran un taxi que les lleve a un hospital.

El problema, es que no hagamos nada para defender una industria que da de comer a muchos miles de familias.  El problema, es que le restemos importancia. El problema, es que pensemos que esto es una “chiquillada” sin consecuencias. El problema, es que dejemos pasar el tiempo, sin adoptar medidas encaminadas a mantener el orden y la paz social. Así empezó la kale-borroka y esto no puede y no debe seguir.

Más nos valdría prestar más atención al tipo de turismo que suele frecuentar algún punto de la Costa Brava, o de Mallorca. El turismo de borrachera, el de todo incluido, - desde el alcohol en el avión -, por dos duros. El turismo de balconing y después RIP. El de hacer sus necesidades en lugares públicos. Esa clase de turismo, ni lo quieren los vecinos de Magalluf en Mallorca, ni los de la Costa Brava, ni lo queremos ninguno de ninguna parte de España. 

Pero sin embargo, como somos un país donde los gilipollas cuando vuelan, se nubla, ponemos toda clase de impedimentos a Antonio Banderas para que pueda llevar a buen término su proyecto en Málaga. Perseguimos a los organizadores de STARLITE Marbella, porque no cumplen con el horario tope de cierre y se sentirán felices cuando se lo lleven a otro lado. Y ya puestos a dar por saco, nos ponemos chulitos y le decimos a Amancio Ortega, que no queremos su dinero para investigar el cáncer, al mismo tiempo que compartimos en Facebook cartas más o menos privadas, más o menos públicas, en las que una investigadora se queja de que no dispone de medios para continuar con su trabajo en oncología.

¡Es que hace falta ser gilipollas!

Algunos, se dedican a perseguir, acosar y fusilar en las paredes de los cementerios, a todo aquel empresario, emprendedor, grande o pequeño, al que se le ocurra fundar una empresa, tener una idea o ganar algo más de dinero que para la simple subsistencia. Incluso los bancos, se afanan en eso de perseguir con sus malditas comisiones a los pobres dueños de una PYME. 

Eso sí, todas esa pléyade de come mierdas, son los mismos que luego se lo llevan crudo, trincando como si no hubiera un mañana de las arcas públicas, pringaos hasta las cejas en toda clase de amaños, chanchullos, enjuagues y tejemanejes, alrededor de los políticos y sus cuñados.

Sólo me queda por ver a la gorda de la Colau, dinamitar algún hotel o un bloque de viviendas, so pretexto de que había apartamentos ilegales.

Los nazis adjudicaron las tareas de acoso, a las Juventudes Hitlerianas y más tarde a las SS. O empezamos a poner coto a los trogloditas de ARRAN y sus secuaces, o a ver cómo lo paras mañana. 

Y cuando empecemos a perder turistas, a ver qué se les ourre a los ILUMINATI.

jueves, agosto 10, 2017

El bombín del señor Usín

Hace muchos, muchos años, en la empresa en la que trabajaba por entonces, se estilaba hacernos un regalo por el cumpleaños. Como yo nunca he fumado y no me he caracterizado por beber, regalarme algo, era complicado. Pero a un amigo se le ocurrió una idea: regalarme un bombín. Sí, sí, un auténtico bombín inglés que como todo el mundo sabe, es de suma utilidad y extrema elegancia. 

El problema era adivinar el tamaño de la cabeza. Entonces, una vez más, del brain storming y la conjura, salió otra gran idea. El jefe de todos nosotros - cuya identidad no voy a desvelar para que no se vea salpicado su hasta ahora buen nombre - pensó en un juego. El juego consistía simplemente, en medirnos todos el diámetro de la cabeza. Para lo cual, lógicamente, se necesitaba un centímetro. 
- Marisa - dijo dirigiéndose a su secretaria- ¿Tiene usted un metro por ahí a mano?

Marisa, muerta de la risa, respondió que no solía ir a trabajar con el cesto de la costura, pero que lo iba a buscar. Y como Marisa era - y es - una persona muy resolutiva, encontró el metro. Y con ello, empezó el show.

Todos los compañeros del trabajo, se prestaron a la pantomima de "a ver quién la tiene más grande". Recuerdo que estoy hablando de la cabeza, eh? Y me llegó el turno a mí. Y ahí se quedó la cosa.

El día de mi cumple, se acercaron todos y me dieron un pedazo de caja de la leche de grande. Y ahí estaba el bombín. 

Con cara de alucinado y todos los demás descojonándose a mandíbula batiente, me coloqué el bombín. Y era de mi tamaño exacto. Lástima que entonces no existían los móviles con cámara de fotos, porque debía estar de "chupa domine". Fue entonces cuando Enrique, el impulsor de la idea original, detalló lo que viene a continuación:

Fue a la Plaza Mayor de Madrid. A una tienda de esas que ya no deben existir y que sólo hacían sombreros. Los sombreros en España, hubo épocas en las que estaban de moda. Pero pedir un bombín, no lo hacía mucha gente.

- ¿Y qué diámtero tiene? - preguntó el hombre.
- 60 cms - le respondió el culpable de todo.
- ¡Joder! - exclamó el sombrerero. Si fuera un poco más grande, ya entraría en el terreno de la chapela vasca.

El bombín, como era de esperar, no lo usé jamás.

En cierta ocasión, muchos años después, bromeaba con unos amigos sobre el tamaño de mi cabeza. Yo, ese día, llevaba una gorra para protegerme del sol y uno de los amigos dudaba de que realmente fuera muy distinta de la suya. 

Cogí mi gorra y descubriéndome, se la puse a él. La gorra le llegó a tapar los ojos. Hasta la bola, utilizando un término taurino.

- Ah!, pues sí que tienes un buen melón, dijo, cuando las carcajadas se lo permitieron.

Y así queda demostrado que estoy tan sólo un escalón por debajo de la chapela vasca.

viernes, agosto 04, 2017

Y ellos nos llamaban PIGS



La prensa británica, hace no muchos años,  se mofaba de algunos países - entre ellos España - por la situación económica que estaban atravesando. Les (nos) llamaban los PIGS, acrónimo que responde a Portugal, Italia, Grecia y Spain. Y como todo el mundo sabe, pig en inglés, significa cerdo. Una broma muy del estilo británico.

Sin embargo, el tiempo, y sobre todo la experiencia, han venido a demostrar que aquello fue más bien pura ironía. Me explico, que decía un General Manager que tuve.

Todos hemos sido en algún momento, huésped de algún hotel, casa rural, apartamento de vacaciones o similar. Y como personas de orden y educadas que somos, estoy seguro que cada uno a su estilo ha tratado a esas dependencias con el mismo cariño que si se tratara de su propia casa. Pero la percepción de las cosas varía cuando estás en el otro lado del mostrador y en vez de huésped, eres el propietario de la vivienda, del apartamento o de la casa rural.

Por la casa de Marbella, han pasado franceses - unos chicos jóvenes, súper educados que al marcharse recogieron ellos la basura y la depositaron donde debían. Dos grupos de holandeses. Uno de ellos eran cuatro amantes del fútbol que se dedican a viajar por Europa viendo partidos de fútbol y pasárselo bien. Otro grupo, eran un par de culturistas estilo Schwarzenegger, que venían a una competición en Marbella. Una pareja de musulmanes residentes en Rotterdam, que ella se moría de frío en pleno mes de julio en Marbella! Y también, cómo no, varios grupos de personas de Inglaterra. 

A fuer de ser sinceros, he de decir que no todos se han comportado de la misma manera, pero lamentablemente al mismo tiempo, he de confesar que existe una clarísima y evidente diferencia entre un europeo normal y un inglés. Por ejemplo.

A todos, se nos puede caer algo al suelo. Cualquier cosa. No pasa nada. Si es un líquido, le pasamos una bayeta, un papel de cocina o la fregona y listo. Lo que empieza a ser más complicado de entender es que exista un rastro acusador que va desde la cocina hasta la terraza, pasando por el salón y que días después, cuando ya te has ido de la casa, las manchas estremezcan a quien las ve y se empiece a preguntar si va a tener que pulir el mármol otra vez o si se va a tener que emplear a fondo con el rascador de la vitro para poder arrancar la mierda incrustada que han dejado las cuatro inglesitas de marras. Eso, amén de que en la casa no se aceptan a fumadores y las inglesitas, al no haber ceniceros, han decidido usar los vasos como tales. Y encima, no los lavan bien. Es entonces cuando comprendes la reacción extrema que tuvo alguna de ellas cuando al entrar, empezó a gritar y a dar saltos de alegría cuando vio la casa. Es muy posible que nunca hubiera visto nada parecido.

Los últimos visitantes que ha tenido la casa, también eran de las islas. Un matrimonio de edad madura, con una hija adolescente y una amiga de la hija. 

A ver. Que yo comprendo que si estás de vacaciones no te vas a pasar todo el día con el trapo del polvo en la mano y la fregona en la otra. Pero una cosa es eso y otra que la mancha de algo que se ha caído en el suelo, no seas capaz de limpiarla y además, con el fin de ocultarla, muevas el sillón y lo coloques encima para que no se vea.



Que se te puede caer un paquete de a kilo de M&Ms. Vale. Que se llena el suelo de bolitas de colores que ya no te puedes comer. Lo entiendo. Pero si usas el aspirador - criatura estúpida - pasa lo que pasó: que el pobre se atraganta, no chupa más y deja de funcionar. Y como ya no chupa más, las bolitas que no has podido recoger, las dejas en el suelo, con la lejana esperanza de ver si ellas solas saltan hacia la basura. En Europa, en el Continente, tenemos un invento genial llamado escoba y otro que llamamos recogedor. 

No me extraña que se sientan ajenos a Europa, a sus inventos diabólicos y a sus extrañas formas de comportarse.

Me pregunto, qué deben pensar las adolescentes inglesitas cuando, después de zamparse media docena de polos de mierda, deciden arrojar los correspondientes palitos al suelo, principalmente, debajo de la cama. 

Que una, en un momento dado, puede perder una goma del pelo. Es lógico. Pero perder media docena y encontrarlas en el suelo, da para pensar.

Que se te olvide al hacer la maleta algo, puede pasar. A cualquiera nos ha pasado. Pero que metas sólo una sandalia y te dejes la otra debajo de la cama, es como para recapacitar.

Que vayas a la playa y te llenes de arena, parece lo más obvio. Que al terminar tu sesión de baños, no uses las duchas existentes, que no te limpies antes de entrar en el coche y te encuentres con tanta arena en la ducha como para drenar un pantano, es difícil de entender.

Que fumes en una casa donde está prohibido fumar, está mal. Que uses los vasos como ceniceros, está mal. Que además, no los friegues bien, está peor. Y que por si fuera poco todo esto, encima vas y quemas el asiendo del sofá, está mucho peor. Pero cuando no dices nada y le das la vuelta como quien no quiere la cosa para que no se vea, es que además de adolescente y de inglesa, eres gilipollas.

Cuando te vas de una casa, lo normal es despedirse. No es obligatorio decir que es la mejor casa de vacaciones del mundo, pero al menos decir good bye. Si el propietario te llama para decirte que hay un atasco cojonudo en la mierda de autovía a Marbella y que va a llegar tarde, lo menos es, o bien coger el teléfono o por lo menos, devolver la llamada o enviar un mensaje. Cuando te vas sin decir nada, dejando las llaves en la mesa del salón, sin cerrar y dejando la casa como si hubieran acampado Atila y sus muchachos, el concepto, se denomina huida.

Afortunadamente, hay formas de compensar tamaño desastre. Sobre todo, lo del sofá, pero no deja de sorprender cómo de forma sistemática, un inglés no se agacha para recoger o limpiar nada que se le haya podido caer al suelo. 

¡No quiero pensar cómo deben tener sus casas en las islas!


¡Y ellos nos llamaban PIGS!

Memorias de un espía nazi

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Anna o cómo rasgar el telón de acero.

OPERACIÓN SAMARIO

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