jueves, agosto 10, 2017

El bombín del señor Usín

Hace muchos, muchos años, en la empresa en la que trabajaba por entonces, se estilaba hacernos un regalo por el cumpleaños. Como yo nunca he fumado y no me he caracterizado por beber, regalarme algo, era complicado. Pero a un amigo se le ocurrió una idea: regalarme un bombín. Sí, sí, un auténtico bombín inglés que como todo el mundo sabe, es de suma utilidad y extrema elegancia. 

El problema era adivinar el tamaño de la cabeza. Entonces, una vez más, del brain storming y la conjura, salió otra gran idea. El jefe de todos nosotros - cuya identidad no voy a desvelar para que no se vea salpicado su hasta ahora buen nombre - pensó en un juego. El juego consistía simplemente, en medirnos todos el diámetro de la cabeza. Para lo cual, lógicamente, se necesitaba un centímetro. 
- Marisa - dijo dirigiéndose a su secretaria- ¿Tiene usted un metro por ahí a mano?

Marisa, muerta de la risa, respondió que no solía ir a trabajar con el cesto de la costura, pero que lo iba a buscar. Y como Marisa era - y es - una persona muy resolutiva, encontró el metro. Y con ello, empezó el show.

Todos los compañeros del trabajo, se prestaron a la pantomima de "a ver quién la tiene más grande". Recuerdo que estoy hablando de la cabeza, eh? Y me llegó el turno a mí. Y ahí se quedó la cosa.

El día de mi cumple, se acercaron todos y me dieron un pedazo de caja de la leche de grande. Y ahí estaba el bombín. 

Con cara de alucinado y todos los demás descojonándose a mandíbula batiente, me coloqué el bombín. Y era de mi tamaño exacto. Lástima que entonces no existían los móviles con cámara de fotos, porque debía estar de "chupa domine". Fue entonces cuando Enrique, el impulsor de la idea original, detalló lo que viene a continuación:

Fue a la Plaza Mayor de Madrid. A una tienda de esas que ya no deben existir y que sólo hacían sombreros. Los sombreros en España, hubo épocas en las que estaban de moda. Pero pedir un bombín, no lo hacía mucha gente.

- ¿Y qué diámtero tiene? - preguntó el hombre.
- 60 cms - le respondió el culpable de todo.
- ¡Joder! - exclamó el sombrerero. Si fuera un poco más grande, ya entraría en el terreno de la chapela vasca.

El bombín, como era de esperar, no lo usé jamás.

En cierta ocasión, muchos años después, bromeaba con unos amigos sobre el tamaño de mi cabeza. Yo, ese día, llevaba una gorra para protegerme del sol y uno de los amigos dudaba de que realmente fuera muy distinta de la suya. 

Cogí mi gorra y descubriéndome, se la puse a él. La gorra le llegó a tapar los ojos. Hasta la bola, utilizando un término taurino.

- Ah!, pues sí que tienes un buen melón, dijo, cuando las carcajadas se lo permitieron.

Y así queda demostrado que estoy tan sólo un escalón por debajo de la chapela vasca.

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