martes, noviembre 14, 2017

Me he comprado un móvil

Yo creo firmemente que los seres humanos tenemos una clara tendencia a acumular. Es cierto, que unos más que otros, pero todos llevamos una mochila a cuestas que, dependiendo de los casos, hasta te puede hacer caer.

Nos cargamos de recuerdos, de experiencias, de olores y hasta de trastos. Trastos que vamos almacenando en las cada vez más grandes habitaciones al uso que se habilitan en los garajes, para aquellos que no son capaces de desprenderse de ciertos muebles que jamás van a volver a usar, de ropa que hace mil años que no les entra y de fotos y películas, que atesoran un pasado que en ocasiones, fue mejor.

Pero no hay nada como hacer una mudanza para mandar a la mierda toda la basura que guardabas y que hace que te plantees tu estado mental y te preguntes si no habrás empezado a sufrir el síndrome de Diógenes. Es entonces cuando comienza una labor casi detectivesca y por sorpresa, comienzas a encontrar las más variopintas inutilidades que una vez necesitaste y - a las pruebas me remito-, fuiste capaz de sobrevivir sin ellas. Y al desprenderte de ellas, te das cuenta del pequeño o gran error que cometiste al guardarlo, y te sientes menos pesado, más liviano.

Bueno, pues con los teléfonos pasa algo parecido.

Después de permanecer fiel a Nokia durante unos 20 o 30 años, me acabo de comprar un Motorola, con guasá y todo. La verdad, es que si no fuera porque la batería del móvil duraba menos que las promesas de un político en campaña, yo hubiera seguido con mi teléfono. Soy la prueba fehaciente de que se puede vivir sin guasá, sin chepa de tanto agachar el melondrio para ver la pantalla del móvil y sin descargar cinco mil quinientas aplicaciones, que me dicen desde qué tiempo hace hasta lo que tengo que comer para no engordar. ¡Pero leche! ¿Es que no ves que hace un frío del carajo?

Bueno, pues eso, que tengo móvil nuevo. Y claro, como con todo lo nuevo y más en tecnología, vienen las incompatibilidades. Y si además son de marcas diferentes, ni te cuento. A mí, la verdad, es que lo único que me interesaba - fíjate que hablo en pasado - era la agenda de contactos. Una base de datos que se ha ido alimentando durante los años, hasta convertirse en un remedo de la guía telefónica. Total, poca cosa, más de quinientos teléfonos, entre cuyos propietarios existen algunos a los que hace mil años que les he perdido la pista y no voy a buscarles; otros que no me van a buscar a mí y finalmente, un tercer grupo que son los que verdaderamente me interesan.

No voy a contar todas las vicisitudes que he padecido por pretender, ingenuo de mí, traspasar los contactos del viejo al teléfono nuevo. No os voy a aburrir, pero no te creas que no me apetece desahogarme y cagarme en la madre que los parió. Pero me voy a contener. Tan sólo diré que, como en una mudanza de casa, esto de cambiar de móvil me ha obligado a mandar a tomar por saco, el 95% de los teléfonos de esos más de 500 que tenía. Lo cual, dicho sea de paso y ateniéndonos a las estadísticas de Murphy, puede ser un indicio para constatar que en algún caso, seguro que la he cagado y se me ha olvidado alguno de esos a los que no quiero olvidar. Si eres un masoca y te apetece descubrir si uno de esos es el tuyo, no tienes más que llamarme al teléfono de siempre. Si ves que no te saludo por tu nombre, es que la he cagado.

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