lunes, diciembre 25, 2017

La Navidad y mi toque personal

No recuerdo bien si fue en Nochebuena o en Fin de Año. Lo que sí recuerdo es la agradable sensación que desde el primer momento tuve de aquella cena.

El día amaneció gris, frío y enseguida comenzó a nevar. No de una forma muy copiosa, pero sí a un ritmo constante. Rápidamente, las calles empinadas del pueblo y los accesos principales por carretera, se convirtieron en una trampa mortal para todos los vehículos que no iban provistos de cadenas. Y la lista de coches abandonados en las inmediaciones del Monasterio de El Escorial, fue aumentando a medida que avanzaba el día, la nieve se iba acumulando y llegaban los incautos sin los medios necesarios para moverse en tales circunstancias.

Confieso que siempre me ha gustado la idea de mezclar Navidad y nieve, así es que excuso decir, lo encantado que estaba con esa combinación. Además, yo llevaba puestas las cadenas en el coche desde que había salido del garaje. Por lo tanto, estaba más que tranquilo.

Esa noche cenaríamos en casa de unos íntimos amigos, que vivían a escasos quinientos metros. A pesar de la cercanía, las circunstancias obligaban a trasladarse en coche y bien abrigaditos.

Al entrar en la casa, enseguida notamos el golpe de calor que venía de la chimenea encendida. Para aumentar la sensación de confort, de hogar, un villancico se escuchaba de fondo, casi imperceptiblemente. La casa - como siempre - estaba adornada primorosamente y no había un rincón en el que faltara el más nimio detalle. El árbol de navidad, se imponía en el salón, junto con otros adornos que colgaban aquí y allá, y también de las estanterías llenas de libros. El comedor en el que cenaríamos, estaba iluminado con velas, dando aún una mayor calidez e intimidad. De las ventanas, colgaban unos adornos metálicos en forma de arbolitos, típicos de Holanda. La mesa, con la mejor vajilla y cubertería que tenían Katja y Daniel, ensalzaba aún más el evento. Una cena sencilla, sin grandes alardes, excesos ni complicaciones, cuya única finalidad era compartirla con unos amigos.

Desde las ventanas del comedor, mientras cenábamos, se veía cómo la nevada constante, iba cubriendo el coche y los campos de un grueso manto blanco. Era una imagen mágica esa de estar calentito dentro de casa, con las velas encendidas, los cristales ligeramente empañados y ver caer la nieve, lentamente pero sin descanso, hasta formar una gruesa capa.

Luego, a eso de las 4 de la madrugada, nos despedimos de Katja y Daniel y nos dispusimos a regresar a casa. Al salir, se podía observar que la capa de nieve era bastante gruesa y que el número de vehículos abandonados en las inmediaciones, por la imposibilidad de continuar, había aumentado desde que llegamos. Yo estaba tranquilo. Tenía mis cadenas puestas.

En vista de que la calle principal estaba atestada de coches y de personas que intentaban salir de esa trampa en la que se había convertido El Escorial y la nieve, decidimos utilizar otro camino, menos conocido, menos transitado, más directo pero con el firme muy deteriorado.

Todo el que haya visitado alguna vez San Lorenzo de El Escorial, se habrá dado cuenta de que en ese pueblo, todas las calles son cuesta arriba. Algún avispado podría señalar que todo lo que es cuesta arriba, tiene una cuesta abajo, pero yo estoy convencido de que por arte de algún tipo de maldición demoníaca, allí no es así. Allí todo es cuesta arriba siempre.

Entre la inclinación de la calle que habíamos elegido para regresar a casa, la capa de nieve que cubría todo el pueblo y el mal estado del firme de esa calle en particular, el coche, a pesar de las cadenas, era incapaz de superar tantas dificultades y tuvimos que dar la vuelta. La alternativa, era un camino con un poco de rodeo, sin tanta inclinación, pero con el asfalto en mejor estado. El problema fue que cuando quisimos tomar la calle principal - cuesta arriba, por supuesto - el coche tampoco respondía. Me extrañó mucho y me bajé para comprobar si todo estaba bien. Y no. Todo no estaba bien.

Después del estrés al que habíamos sometido al coche, intentando ascender por la otra calle que nos llevaba en línea recta a casa, una de las cadenas - la delantera derecha - se había partido. Así es que, en esas condiciones, era imposible ni siquiera intentarlo. Mi coche, debería ser uno más entre los muchos que se estaban quedando abandonados en espera del deshielo, de alguna grúa o de unas buenas cadenas que les sacaran de allí.

Puestos a elegir lugar para el aparcamiento provisional, elegí subirme a lo que en su día era una zona verde, que ahora era una gran superficie blanca y a escasos metros de la entrada de la casa de mis amigos.

Amigos, a los que no me quedó más remedio que llamar, explicándoles la situación. Al cabo de 5 minutos, aparecieron ambos y comprobaron por sí mismos el pequeño caos que se había organizado en la zona, debido a la intensidad de la nevada y a la imprevisión de muchos.

      -        Puedes meter el coche en el garaje - dijo Dani. Tengo sitio de sobra y así no está al aire libre.
      -        Ya, pero es que, ¿has visto cómo está la entrada al garaje, Dani?

La entrada al garaje, era una cuesta abajo, bastante pronunciada y llena de nieve hasta arriba, que terminaba en un muro frontal, a cada lado del cual, se extendían dos amplios pasillos con las consiguientes plazas de aparcamiento para los habitantes de los chalets adosados.

     -        ¿Pretendes que me lance por esa rampa, contra el muro, con una de las cadenas rotas, con 20 cms de nieve y probablemente con hielo por debajo? - pregunté preocupado.
    -        Bueno, no pasa nada. Tú te tiras contra la pared y antes de estrellarte das un volantazo a la izquierda - dijo como si tal cosa el cachondo de Dani.

Evidentemente, todos estallamos en una sonora carcajada, incluido el propio Dani que era consciente de la barbaridad que había sugerido.
     -        Bueno. Esperadme aquí, que enseguida os llevo - dijo a continuación mientras se dirigía a coger su coche.
     -        Pero Dani, no te molestes. Vamos andando, que tampoco es tanto. Estamos casi en línea recta. ¿Cómo vas a sacar el coche ahora, a las 4 de la mañana?
      -        Que no, que no. Que es un momento.

Y así lo hizo el bueno de Daniel. A esas horas de la madrugada se atrevió a sacar su coche de la caverna del garaje donde descansaba guarnecido. Yo tenía serias dudas de que fuese capaz de superar la pendiente de salida del garaje, pero la verdad es que no tuvo ninguna dificultad.

      -        ¿Y si te lo roban? - preguntó preocupado Dani.
      -        Pues como no lleven consigo unas cadenas, ya me contarás cómo van a poder circular.

Y en dos minutos, nos dejó en casa.

Lo peor de todo, no fue cómo terminó esa noche que comenzó siendo mágica para terminar convirtiéndose en otra anécdota más a añadir. Lo peor fue que el coche debió quedarse ahí en medio de ninguna parte, junto con todos los demás, en espera de que el primer día laborable, hubiera algún establecimiento en el que se pudieran adquirir otras cadenas de las dimensiones adecuadas.

Nada puede ser totalmente perfecto...si está Carlitos por en medio.

miércoles, diciembre 20, 2017

La última vez que vi a Kate.

Poco a poco las personas iban entrando a la sala del hotel destinada a la reunión y lo hacían con suficiente antelación para no interrumpir después de que se hubiera iniciado. Todos vestían de manera formal, ellos con corbata - la inmensa mayoría- y ellas con indumentaria de trabajo, pues ese justamente era el espíritu que se pretendía imbuir en los asistentes: que se trataba de un entorno donde hacer negocio. A medida que entraban, iban ocupando los asientos libres, alrededor de las mesas, componiendo diversos grupos, entre aquellos que se conocían o que acudían con sus invitados o amigos.

El hotel estaba ubicado en la parte alta de la ciudad, en una zona tranquila, donde tenían su residencia habitual gente de un nivel socio económico medio-alto. A pesar de que a esas horas, - en torno a las 19.00h- , ya era de noche desde hacía mucho, por encima de los tejados de los chalets, se podía ver cómo rielaban las luces de la costa en el mar.

Además de las vistas que, sin duda, serían mucho más impactantes durante el día, otro de los atractivos de esa ubicación era que se podía encontrar aparcamiento sin dificultad.
La organización de esas reuniones, corría cargo de un grupo de alemanes, residentes todos ellos desde hacía años en la isla, y que mantenían lazos de amistad entre ellos, pero que, como era muy habitual, no hablaban casi nada de español.

El supuesto líder del grupo, era un cabeza buey con forma de salchicha aplastada y de aspecto algo brutote. Hans, que así se llamaba, nunca tomaba la palabra, al parecer porque no hablaba absolutamente nada de español. Su mujer, Doris, sin embargo y a pesar de su confesada timidez, hablaba bastante mejor. Ella era una mujer enormemente atractiva. Alta, de espléndida figura, de unos cuarenta años, su estatura se veía realzada por los vestidos ajustados que solía llevar, junto a unos tacones de vértigo, que la ascendían a la categoría de diosa inalcanzable. Muchos se preguntaban qué era lo que esa mujer, de auténtica bandera, había visto en aquel barrigudo y rechoncho hombre mudo. El hecho de que se comentase que Hans era muy inteligente y que era él quien había inventado ese negocio de marketing multinivel, nunca terminó de convencer a ninguno de los caballeros españoles por allí presentes y que revoloteaban como moscas alrededor de la miel, o sea, de la siempre sonriente y simpática Doris.

También estaba Eric. Cincuentón, soltero, con el pelo canoso y de buen aspecto, era un íntimo amigo del matrimonio y quien, además, tomaba más protagonismo en las reuniones porque era el que más dominaba el español.

Y finalmente estaba Katerina. Kate para los amigos. Íntima amiga de Doris, también entorno a los cuarenta, soltera, de estatura más “asequible” y con una larga melena que le llegaba a la cintura.

El objetivo de aquellas reuniones era básicamente, crear una estructura multinivel, para vender unos productos alemanes enfocados a la salud y el bienestar. Allí, todos estábamos porque algún amigo o conocido, nos había invitado a participar con la idea de ganar dinero. También era una forma muy agradable de socializar y de conocer a gente educada e inteligente, con los que se podía establecer diferentes lazos, desde los estrictamente comerciales hasta la amistad.

Al objeto de ir conjuntando mejor a los grupos y promover que las personas se fueran conociendo más, con frecuencia, después de las reuniones, se creaban de forma más o menos espontánea, charlas entre algunos de los participantes. De manera más distendida y mucho más desenfadada e informal, en dichas reuniones se abordaban desde temas relacionados con el negocio directamente, hasta asuntos de índole más personal. Claro que había una limitación y es que debido a la dificultad de los alemanes con el español, la conversación a partir de un momento dado, se producía en una especie de Esperanto o mezcla entre español estilo Toro Sentado e inglés, lo cual, era un factor de selección de miembros participantes. A veces, esas reuniones terminaban - o continuaban- alrededor de una mesa, cenando cualquier cosa en el hotel y ampliando con ello, el círculo de amistades y de contactos.

Así, semana tras semana, durante los últimos dos meses, todos los miércoles a eso de las 19.00, habíamos establecido la costumbre de reunirnos en el mismo lugar. Para algunos, sólo el simple hecho de ver a Doris y a su amiga Kate, ya compensaba el esfuerzo del desplazamiento. Y así, poco a poco, también pude ir tratando a Kate.

Sólo había un pequeño inconveniente: los miércoles, eran días de Champions, por antonomasia, aunque la mayoría de las veces, eran compatibles ambas actividades.

La relación con Kate, a fuerza de la costumbre, se fue haciendo más cercana. El idioma no era ningún problema.

Uno de esos miércoles, la reunión se extendió algo más de lo habitual. Justo a la salida de la sala, había un televisor en el que estaban emitiendo un partido del R. Madrid. Mientras estaba de pie, ensimismado con Butragueño, Hugo Sánchez, Míchel y compañía, Kate se acercó a mí y comenzó a hablarme de no me acuerdo qué cosa. Yo, intentaba prestar atención a ese pedazo de bellezón, que me hablaba en inglés, con acento alemán, mientras por encima de su hombro, seguía muy atentamente las vicisitudes del partido. Mientras Kate no paraba de hablar, yo hacía como Gila cuando hablaba con “su mujer” por teléfono: “sí….sí…sí….sí…pues anda que tu……sí”. Y entonces, sucedió lo nunca visto. Fue algo sorprendente, inesperado. Algo fuera de lo común. Jamás hubiera imaginado que algo así podría suceder. Me afectó tanto, que instintivamente, apoyé mi frente en el hombro izquierdo de Kate mientras repetía una y otra vez: “no, no, no. No puede ser. Por Dios, no puede ser”. La pobre Kate, no hizo ningún movimiento como para desprenderse del cabezón que le machacaba el hombro, pero sin duda, estaba profundamente impactada por la escena. Su cara y su repentino silencio, así lo atestiguaban. Hasta que ya no pudo más y preguntó directamente:

  • ¿Estás bien? 
  • No, no, no. No puede ser, Kate. ¡No puede ser! - repetía yo al borde de la desesperación. 
  • ¿Pero qué ocurre? - preguntaba la pobre Kate que empezaba a preocuparse. 
  • QUE HUGO SÁNCHEZ HA FALLADO UN PENALTI! ¡UN PENALTI! ¡Hugo Sánchez ha fallado un penalti! En el minuto 85!!!, Kate.
Esa fue la última vez que vi a Kate.

lunes, diciembre 18, 2017

Porqué prefiero AMAZON a ENVIALIA.

De un tiempo a esta parte he notado cómo algunas empresas dedicadas al transporte de mercancías tratan a sus clientes, peor que a los paquetes que transportan. Me estoy refiriendo en concreto a la empresa ENVIALIA, una de las muchas franquicias que operan en este sector.

Éstos, antaño conocidos como meros “mensajeros”, se han convertido por algún extraño sortilegio, en una especie de tiranozuelos, castigadores últimos de sus propios clientes a los que, en vez de atender como se merecen y aunque sólo sea por haber abonado un dinero, penalizan y obligan a estar al capricho de sus propios intereses.

El viernes pasado, un servidor, estaba esperando la llegada de un paquete proveniente de Galicia. Esperaba que, como ya había sucedido en otras ocasiones, si llegaba el transportista a casa - del que no tenía la certeza absoluta que llegara el mismo viernes - y yo no estaba, me llamara por teléfono para ver cómo proceder. Al menos, cuando contraté sus servicios me obligaron a rellenar ese dato y supongo que tendrá algún sentido. Es más, otros transportistas como ASM o MRW, lo han hecho y lo hemos solucionado en 30 segundos. Los de ENVIALIA, parece que han optado por la solución difícil.

El mismo viernes por la tarde, cuando intento conocer el estado del envío mediante el seguimiento, me entero de que al parecer, el transportista había llamado pero no había nadie en casa y había decidido tramitar la situación como una incidencia y así, dar carpetazo al asunto. En algún caso el transportista ha llamado después, y se ha vuelto a pasar para dejar el paquete. Eso es servicio y atención al cliente.

Llegados a este punto me planteo algunas cuestiones de pura lógica. La primera es que si hay otras empresas de mensajería que SÍ llaman, incluso para advertir de la llegada, porqué no hacen lo mismo los de ENVIALIA. Pues la respuesta me la ha dado esta misma mañana un responsable de la empresa al afirmar por email: “El servicio es estándar, por lo que no incluye llamadas previa recogida/entrega, lo lamento mucho.”

En el hipotético caso de que hubiera llamado el viernes, habría cabido la alternativa de dejar los paquetes - que son dos - en casa de algún vecino. O incluso, de haber esperado 5 minutos y de llegarme yo mismo a recogerlos en persona. Por el contrario, “el servicio estándar” de ENVIALIA, consiste en NO ENTREGAR el paquete, con lo que se obligan a re-introducirlo en un segundo proceso de entrega para el siguiente día laborable, que por supuesto, no es sábado ni domingo. Eso, para cualquier mente medianamente desarrollada, supone un mayor coste de producción, pues obliga a reprocesar todo de nuevo, cuando la llamada puede ahorrar todo eso.

Como ejemplo de auténtico servicio al cliente, cabe reseñar en este punto, que a casa han llegado los de Amazon en domingo. Luego, alguno se preguntará dónde está el éxito de algunas empresas y la desaparición de otras.

Dado que el viernes ya no era posible recibir el paquete y que el “sabat”, es tan sagrado para ENVIALIA como para los israelitas, no me quedaba otra que intentar contactar hoy lunes.

Como no tenía la más mínima esperanza de que nadie de la agencia contactara conmigo, habida cuenta de su ineficacia y falta de profesionalidad, me he adelantado.

Eran poco más de las 09.00 de la mañana, cuando he conseguido hablar con alguien que, dicho sea de paso, no me ha servido absolutamente para nada. No tenía ni idea del tema que le estaba hablando. No me ha podido dar una hora aproximada de entrega y lo único que ha hecho, ha sido descargarse el muerto y darme el móvil del conductor del camión para que contactara con él.

A las 09.15 de la mañana, llamo al transportista y le pongo en antecedentes. Por el ruido de fondo que se escucha al otro lado del teléfono, parece claro que está en un lugar público, como una cafetería o así. Me dice que recuerda algo de lo que le cuento, pero que todavía no ha pasado por el almacén (¡¡09.15 de la mañana!!) y que por tanto, no sabe cuánto tiene que repartir ni cuándo va a poder pasar por aquí. Le pregunto si fuera tan amable de llamarme más tarde para darme alguna indicación, siquiera aproximada, de la hora y me miente diciendo que “sí”.

Al cabo de un par de horas y dado que me encontraba en la misma situación de desatención, intento contactar nuevamente con la oficina con la que había hablado al principio, pero ya no atienden el teléfono. Hago lo propio con el transportista y obtengo el mismo resultado. Y más tarde recibo un email, en respuesta al que envié el sábado pasado, en el que se me informa de lo que se entiende por “envío estándar” en ENVIALIA. Eso sí, con ese espíritu servicial que caracteriza a esta gran empresa, el remitente, - que se guarda muy mucho de poner su apellido o un teléfono de contacto-, con el fin de ayudar al máximo, especifica lo siguiente: “Le confirmo que el envío se encuentra hoy en reparto para ser entregado antes de las 20:00h. Lo que sin duda, es de suma utilidad.

Es decir: te quedas en casa todo el día, esperando a que llegue el transportista, como si fuera tu novio. Que lo hará - lo de llegar - cuando le salga de sus santísimos cojopios. Y más te vale que en el momento en el que llame al telefonillo, no estés en el baño, porque si así fuera, sería muy aconsejable que dejaras lo que tuvieres entre manos y te abalanzases como un poseso a atender a su excelencia, el Ingeniero de Logística Móvil, no fuera que tu tardanza en responder fuera motivo de considerar que el segundo intento de entrega, había resultado igualmente fallido, con las consecuencias que ello conllevaría.


Da igual si tú tenía planes que hacer fuera de casa hoy. Los aplazas en función de las necesidades del Ingeniero de Logística. A ver si te has creído que por pagar sus servicios, vas a disfrutar de algún tipo de privilegio. ¡Hasta ahí podíamos llegar! 

jueves, diciembre 14, 2017

La conjura bancaria.

Luego diréis que lo que me pasa, es que les tengo inquina. Pero es que son una panda de inútiles que no hay por dónde cogerlos. Me refiero en esta ocasión a los de Open Bank. Otra vez, los de Open Bank.

Resulta que te venden la idea de una tarjeta prepago, como si se tratara del bálsamo de fierabrás, que todo lo cura. Que si es más seguro para el ecommerce. Que si es gratis. Que si es virtual. Tú vas y aunque viene de un banco - y por tanto, hay que desconfiar - comienzas a usarla. La usas una primera vez y todo va bien. Te animas y vas a por la segunda. Y todo va sobre ruedas. Y de repente, te ves metido en la vorágine de compras de Navidad y empiezas a usar la tarjeta prepago, como si no hubiera un mañana; como si fuera una pelota de tenis, en un partido entre FNAC y Amazon. Y un día cualquiera, pongamos por ejemplo, ayer, intentas comprar un libro de un amigo al que también le va esto  de escribir. Y como además, el libro cuesta 0,99€, pues nada, allá que vas todo ufano con tu tarjeta prepago.

Las primeras 65 veces que la compra no te funciona, piensas que tal vez estás haciendo algo mal, a pesar de considerar que has adquirido un dominio de profesional de las compras online. Ya has verificado - sólo por asegurarte de ello - que en la tarjeta hay saldo más que suficiente. Y cuando no se te ocurren más motivos que justifiquen que no puedes hacer la compra, llamas a Amazon. Mejor dicho, te conectas a un chat en donde una amable señorita, y después de un tiempo más que prudencial de espera, te informa que el pago está siendo rechazado por el banco, pero que al ser un rechazo genérico, no da datos suficientes para saber de qué se trata. Y que te pongas en contacto con tu banco.  Y les llamas, convencido de que tiene que ser un error. Una tontería. Una nadería.

Después de que te tienen al teléfono 10 minutos mirando tu problema - al parecer no era tan pocas cosa el tema - tú tienes que colgar porque te tienes que ir. Al fin y al cabo, lo vas a volver a intentar al día siguiente y seguro que el problema se ha solucionado sólo, que es algo muy frecuente en este apasionante mundo de la informática y la tecnología.

Y al día siguiente, o sea, hoy, al primer intento obtienes el mismo resultado que ayer. O sea, que ya van por 66 los intentos fallidos de comprar el dichoso libro. Que además, ya se ha convertido en un reto.

Entonces, llamas de nuevo a Open Bank. Y la señorita que te atiende te empieza a poner sobre la pista de lo que está pasando.

   - Es que usted, señor, tiene un saldo negativo y por eso no le deja hacer la operación.
   - Perdone usted, pero tengo la pantalla del ordenador enfrente de mí y estoy viendo claramente, cómo me dice que el saldo es positivo y por bastante más de lo necesario para comprar algo por 0,99€.
   - No, es que eso está mal. Es que el saldo que le aparece ahí, en realidad debería tener el signo menos por delante. Está en negativo.
    - Pero vamos a ver: si yo estoy viendo todos los movimientos y es matemáticamente imposible que el resultado sea negativo. ¿No los ve usted?
   -  Es que después de consultar con el responsable de Pagos, - porque yo misma no tengo autorización para verlo - me dice que hay una retención por importe de 42€. Y parece ser que es de FNAC.
   -  Oiga, que yo ya tengo en casa todo lo que FNAC me tenía que dar y todo está cobrado.
   - Ya, pero según parece ellos establecen una retención por las compras. Esa retención tiene una vigencia de 20 días y hasta que no transcurra ese período de tiempo, no se levanta la retención.
     - Pero si ya han cobrado las compras.     
    - Ya, pero usted dispone de un período de 20 días para devolver o cancelar. Hable con ellos a ver qué le dicen.
Y entonces, vas y consigues un teléfono de tención al cliente de FNAC, que no sea un 902 - que tampoco es fácil - y llamas.  Y le cuentas la película a la señorita de la FNAC.
   - Pues por nuestra parte, no tenemos nada retenido. Lo que teníamos que cobrar, ya está cobrado y no hay retenciones.
   - Pues es que mi banco me ha dicho que ustedes tienen retenidos 42€.
   - Pues no. No tenemos nada de eso. Vuelva a hablar con su banco.
Ahora, la pelota del partido de tenis, vuelve a estar en el campo de Open Bank. Y vuelves a llamarles y como la señorita es diferente de la vez anterior, le cuentas tu vida en verso, para que le sea más llevadero.
   - Espere unos minutos, por favor. Voy a consultar el problema. No se retire.
Después de unos 20 minutos escuchando una versión de una canción de Wet Wet Wet,  que al principio te agrada, pero que al final acabas odiando, vuelve la señorita con la respuesta final al problema.
  - Perdone la espera. Pero es que hemos detectado varios problemas.
   - A ver dígame.
   - El primero es que el saldo que aparece en su posición global de la tarjeta prepago y el que ve usted cuando entra a ver los detalles, no es el mismo.
   - Ya. Eso también me he dado cuenta, pero ahora mismo no es mi prioridad 1.
    - El segundo error, es que el saldo que ve usted en la pantalla de detalles de la tarjeta, aunque lo ve como positivo, en realidad está en negativo.
     - Pero eso no es posible, mientras 2 más 2, sigan siendo 4.
    - Es que hay un tercer error. Resulta que hay una retención de 42€.
    - Sí. Su compañera esta mañana dijo que era de FNAC, aunque no sé de qué.
    - No, señor. Es de Amazon. Los de Amazon, tienen establecido realizar una retención por el importe total de la compra que vaya a hacer, con el fin de asegurarse la existencia de fondos. Además, retienen un euro. La retención por el 100% de la compra, tiene una vigencia de 20 días, con lo cual, hasta transcurrido ese tiempo, no se levantará la retención y por tanto, no se estabilizará el saldo de su tarjeta.
    - A ver si lo he entendido. Intento usar un medio de pago, cuya información, según me está contando usted, ¿no tiene nada que ver con la realidad? Porque vamos a ver, lo menos que puedo esperar es ver entre los detalles de mi tarjeta de prepago, algo que me indique que existe una cantidad retenida y por parte de quién está retenida. Es decir, si utilizo un medio de pago, no creo que sea mucho pedir, conocer lo antes posible, cuál es el saldo real de mi tarjeta o de mi cuenta. Y sin embargo, me encuentro con que ustedes me dan un saldo de la tarjeta en la pantalla de la posición global. Un saldo diferente en la pantalla de los detalles y además, ninguno de los dos es real, pues el que aparece, tiene el signo cambiado y por tanto, está en negativo. Y las retenciones que son las que podrían cuadrar los números, no aparecen ¿Me puede decir para qué me sirve a mí todo esto?
    - Le entiendo perfectamente señor. Es todo un error por nuestra parte y le pido disculpas por ello. Ya se lo he comunicado al responsable de pagos. Pero sobre todo, debe ingresar el importe que aparece en su pantalla, a fin de que no le cobren intereses por saldo negativo durante casi un mes en su tarjeta.
    - Así lo haré. Y por otra parte - añado - sería muy recomendable que le indicara a quien proceda que cuando el banco rechace un pago, al menos, el mensaje, tenga algún detalle que por lo menos oriente acerca de dónde puede estar el problema. Porque eso de decir “algo anda mal, más vale que lo arregle”, no ayuda mucho. Si en mi caso hubieran usado un mensaje del estilo de “fondos insuficientes, consulte con su banco”, me habría ahorrado hablar con FNAC y con Amazon.

No me digas que no es para colgarlos de las farolas?

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