miércoles, diciembre 20, 2017

La última vez que vi a Kate.

Poco a poco las personas iban entrando a la sala del hotel destinada a la reunión y lo hacían con suficiente antelación para no interrumpir después de que se hubiera iniciado. Todos vestían de manera formal, ellos con corbata - la inmensa mayoría- y ellas con indumentaria de trabajo, pues ese justamente era el espíritu que se pretendía imbuir en los asistentes: que se trataba de un entorno donde hacer negocio. A medida que entraban, iban ocupando los asientos libres, alrededor de las mesas, componiendo diversos grupos, entre aquellos que se conocían o que acudían con sus invitados o amigos.

El hotel estaba ubicado en la parte alta de la ciudad, en una zona tranquila, donde tenían su residencia habitual gente de un nivel socio económico medio-alto. A pesar de que a esas horas, - en torno a las 19.00h- , ya era de noche desde hacía mucho, por encima de los tejados de los chalets, se podía ver cómo rielaban las luces de la costa en el mar.

Además de las vistas que, sin duda, serían mucho más impactantes durante el día, otro de los atractivos de esa ubicación era que se podía encontrar aparcamiento sin dificultad.
La organización de esas reuniones, corría cargo de un grupo de alemanes, residentes todos ellos desde hacía años en la isla, y que mantenían lazos de amistad entre ellos, pero que, como era muy habitual, no hablaban casi nada de español.

El supuesto líder del grupo, era un cabeza buey con forma de salchicha aplastada y de aspecto algo brutote. Hans, que así se llamaba, nunca tomaba la palabra, al parecer porque no hablaba absolutamente nada de español. Su mujer, Doris, sin embargo y a pesar de su confesada timidez, hablaba bastante mejor. Ella era una mujer enormemente atractiva. Alta, de espléndida figura, de unos cuarenta años, su estatura se veía realzada por los vestidos ajustados que solía llevar, junto a unos tacones de vértigo, que la ascendían a la categoría de diosa inalcanzable. Muchos se preguntaban qué era lo que esa mujer, de auténtica bandera, había visto en aquel barrigudo y rechoncho hombre mudo. El hecho de que se comentase que Hans era muy inteligente y que era él quien había inventado ese negocio de marketing multinivel, nunca terminó de convencer a ninguno de los caballeros españoles por allí presentes y que revoloteaban como moscas alrededor de la miel, o sea, de la siempre sonriente y simpática Doris.

También estaba Eric. Cincuentón, soltero, con el pelo canoso y de buen aspecto, era un íntimo amigo del matrimonio y quien, además, tomaba más protagonismo en las reuniones porque era el que más dominaba el español.

Y finalmente estaba Katerina. Kate para los amigos. Íntima amiga de Doris, también entorno a los cuarenta, soltera, de estatura más “asequible” y con una larga melena que le llegaba a la cintura.

El objetivo de aquellas reuniones era básicamente, crear una estructura multinivel, para vender unos productos alemanes enfocados a la salud y el bienestar. Allí, todos estábamos porque algún amigo o conocido, nos había invitado a participar con la idea de ganar dinero. También era una forma muy agradable de socializar y de conocer a gente educada e inteligente, con los que se podía establecer diferentes lazos, desde los estrictamente comerciales hasta la amistad.

Al objeto de ir conjuntando mejor a los grupos y promover que las personas se fueran conociendo más, con frecuencia, después de las reuniones, se creaban de forma más o menos espontánea, charlas entre algunos de los participantes. De manera más distendida y mucho más desenfadada e informal, en dichas reuniones se abordaban desde temas relacionados con el negocio directamente, hasta asuntos de índole más personal. Claro que había una limitación y es que debido a la dificultad de los alemanes con el español, la conversación a partir de un momento dado, se producía en una especie de Esperanto o mezcla entre español estilo Toro Sentado e inglés, lo cual, era un factor de selección de miembros participantes. A veces, esas reuniones terminaban - o continuaban- alrededor de una mesa, cenando cualquier cosa en el hotel y ampliando con ello, el círculo de amistades y de contactos.

Así, semana tras semana, durante los últimos dos meses, todos los miércoles a eso de las 19.00, habíamos establecido la costumbre de reunirnos en el mismo lugar. Para algunos, sólo el simple hecho de ver a Doris y a su amiga Kate, ya compensaba el esfuerzo del desplazamiento. Y así, poco a poco, también pude ir tratando a Kate.

Sólo había un pequeño inconveniente: los miércoles, eran días de Champions, por antonomasia, aunque la mayoría de las veces, eran compatibles ambas actividades.

La relación con Kate, a fuerza de la costumbre, se fue haciendo más cercana. El idioma no era ningún problema.

Uno de esos miércoles, la reunión se extendió algo más de lo habitual. Justo a la salida de la sala, había un televisor en el que estaban emitiendo un partido del R. Madrid. Mientras estaba de pie, ensimismado con Butragueño, Hugo Sánchez, Míchel y compañía, Kate se acercó a mí y comenzó a hablarme de no me acuerdo qué cosa. Yo, intentaba prestar atención a ese pedazo de bellezón, que me hablaba en inglés, con acento alemán, mientras por encima de su hombro, seguía muy atentamente las vicisitudes del partido. Mientras Kate no paraba de hablar, yo hacía como Gila cuando hablaba con “su mujer” por teléfono: “sí….sí…sí….sí…pues anda que tu……sí”. Y entonces, sucedió lo nunca visto. Fue algo sorprendente, inesperado. Algo fuera de lo común. Jamás hubiera imaginado que algo así podría suceder. Me afectó tanto, que instintivamente, apoyé mi frente en el hombro izquierdo de Kate mientras repetía una y otra vez: “no, no, no. No puede ser. Por Dios, no puede ser”. La pobre Kate, no hizo ningún movimiento como para desprenderse del cabezón que le machacaba el hombro, pero sin duda, estaba profundamente impactada por la escena. Su cara y su repentino silencio, así lo atestiguaban. Hasta que ya no pudo más y preguntó directamente:

  • ¿Estás bien? 
  • No, no, no. No puede ser, Kate. ¡No puede ser! - repetía yo al borde de la desesperación. 
  • ¿Pero qué ocurre? - preguntaba la pobre Kate que empezaba a preocuparse. 
  • QUE HUGO SÁNCHEZ HA FALLADO UN PENALTI! ¡UN PENALTI! ¡Hugo Sánchez ha fallado un penalti! En el minuto 85!!!, Kate.
Esa fue la última vez que vi a Kate.

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