Aunque era pleno invierno, eso no
representaba un obstáculo para acudir a la playa cada día, e incluso, darse un
vigorizante baño en sus poco cálidas aguas. Algo que llamaba - y mucho- la atención de los pocos que como ella,
frecuentaban la arena y paseaban por la orilla del mar.
Su nadar no era ni demasiado lento ni rápido,
pero su magnífica técnica, le permitía avanzar muchos metros en cada brazada,
sin apenas esfuerzo. Luego, después del baño, Penny, simplemente disfrutaba de
la ligera brisa y de los templados rayos de sol, mientras el resto de transeúntes
se estremecía sólo de verla.
Después, un largo paseo al borde del mar, le
proporcionaría esa agradable sensación de bienestar, y de haber contribuido a mantenerse
en forma, disfrutar de la naturaleza y de un clima envidiable. No en vano,
Penny, provenía de un país donde a esas alturas del invierno, ya tenían una
importante cantidad de nieve en su jardín y las temperaturas a duras penas,
subían por encima de los cero grados. Se sentía una privilegiada. Y lo era.
Simpática y cariñosa, siempre ofrecía su
mejor versión a las personas que se cruzaban con ella y la miraban, asombrados
de su osadía. Incluso se acercaban los perros para olisquearla con curiosidad,
posiblemente tan asombrados como todos los demás. Pero ella no se molestaba. Al
contrario. Siempre dedicaba un gesto amable a todo el que se la acercaba.
Más tarde, se subía al coche y emprendería
camino de casa, donde al llegar, la esperaba su tercera ración de pienso del
día y un merecido descanso al lado de la calefacción y encima de la manta
especial que tenía para su uso exclusivo. Con cojín a modo de almohada,
incluido.
Penny, de raza Labrador, era una perra con
suerte. Sus amos la trataban con mimo. Y ella les devolvía ese cariño.
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