martes, febrero 13, 2018

El Banco de Santander y la madre que los parió

Hoy le toca el as de bastos a mis "amigos" del Santander.

Vaya por delante que no tengo cuenta en ese maldito banco y que si voy a sus sucursales, es porque no me queda más remedio, ya que como tengo que tener alguna cuenta en alguna parte, pues tengo una en Openbank. 

Son pocas las ocasiones en las que me veo en la necesidad de acudir a una sucursal del BS, pero es que sólo de pensar en ello, me sale un sarpullido.

Para empezar, sólo dispongo de dos alternativas. Una de ellas, está a 5 kilómetros de mi casa y en una zona, donde o aparcas - si puedes- en zona azul o si no puedes porque no hay sitio, lo metes en un parking subterráneo, a precio de amarre en Puerto Banús.

Lo que es consustancial en cualquier sucursal, es la interminable fila de pacientes ciudadanos, haciendo cola frente a la única caja abierta al público.

Ya de entrada, ver que la cola llega casi a la puerta de la calle, es como para desanimarse. Tal vez lo hagan como medida disuasoria.

Luego, te colocas y te armas de paciencia, que es una de las muchas cualidades de las que no he sido bendecido. Mientras esperas,  compruebas por enésima vez, que de las dos ventanillas habilitadas para caja, sólo hay operativa una. Y que además, el cajero de turno, se ve, se nota, se intuye, que no va a morir de un infarto por exceso de carga de trabajo. Debe tener horchata de chufa en las venas.

Por si el ritmo de atender al público no fuera exasperantemente lento, en esta sucursal en concreto, se da con demasiada frecuencia que los propietarios de las docenas y docenas de PYMES que hay por la zona, se ven en la obligación de realizar sus tareas en caja, rellenando formularios, haciendo entrega de dinero en efectivo, recogiendo cambio y cuantas operaciones te llegues a imaginar. Si tienes la suerte de que sólo tienes a uno de estos individuos, te puedes dar con un canto en los dientes de esperar más de 20 minutos, sólo por un caso. Si en la cola hay más de uno de este perfil, la tentación del asesinato con la eximente de enajenación mental transitoria, pasa por tu cabeza.

De vez en cuando, a algún lumbreras de la sucursal, de esos que tienen 3 títulos universitarios y 2 másters, decide abrir la otra ventanilla. Pero sólo la abren para los clientes del Santander. Bueno, algo es algo, pero insuficiente.

Después de esperar media hora o tal vez más, te llega el turno. Por fin has llegado a la caja. 

- Buenos días. Quería hacer un ingreso en efectivo en esta cuenta de Openbank.
- Los ingresos debe hacerlos a través del cajero automático - responde el maldito cajero, parapetado detrás del cristal blindado.
- Ya, pero es que, tengo billetes y monedas. Y hasta donde yo sé, los cajeros automáticos todavía no admiten monedas, verdad? - le espetas con cara de asesino en potencia.  
- En ese caso, yo le admito las monedas pero el ingreso en billetes debe hacerlo usando el cajero automático - es la respuesta del cabeza cuadrada.

Y yo me pregunto: ¿Para qué coño está el cajero, si no es para trabajar de cajero? ¿Le cuesta mucho esfuerzo hacer el ingreso en monedas y también en billetes? ¿Acaso no se le paga para eso?

Vale. Con gran arrepentimiento de no haber saltado la barrera blindada de cristal y haber hecho un estropicio con su cuerpo, te encaminas hacia el cajero automático situado en el interior de la propia sucursal. Fuera hay otro cajero, pero está colocado de tal forma que con la luz solar no ves tres en un burro.

Como no podía ser de otra forma, hay que volver a ponerse en la cola correspondiente, que por cierto, se confunde con los que están en la cola para acudir al cajero que se ha declarado en huelga de monedas caídas. Eso parece el metro en día de Champions.

Finalmente, llegas a la máquina infernal, que empieza a darte instrucciones. Y si tardas en responder o no entiendes, existe un plazo de tiempo, a partir del cual, la máquina infernal, desconecta y debes empezar nuevamente.

En resumen: poco hacían los bancos por ti, aparte de sacarte la pasta, cobrarte comisiones, venderte productos fraudulentos y robarte. Eso sí, todo ello, legalmente. 

Hasta ahora al menos, te atendían (mal) en la ventanilla de caja. Pero el Banco de Santander ha ido un poco más allá y ahora ha definido un nuevo tipo de relación con los clientes. Ahora ha convertido la sucursal en un supermercado en el que cada uno, se lo monta a su gusto.  

¿A que son encantadores?

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