lunes, diciembre 24, 2018

Elige bien las gafas.


Hace algunos años - no demasiados - en unos análisis rutinarios de empresa, me di cuenta que por el ojo izquierdo veía menos que un gato de escayola. Es un poco exagerado, pero lo cierto es que tengo alguna dioptría. Curiosamente, es el mismo ojo que utilizaba en el servicio militar para disparar el fusil y ahora comprendo por qué no daba una en el blanco. Stevie Wonder, acertaría más que yo.

A partir de ese momento, descubrí un par de cosas muy interesantes. La primera era el posible origen de mis dolores de cabeza y la segunda, no por obvia menos importante, que si a la hora de leer me colocaba unas gafas, la cosa variaba - y mucho - a mejor.

Así es que un día, ni corto ni perezoso, aproveché una visita a una farmacia y me compré unas gafas súper chulas, minúsculas, plegables sobre sí mismas, baratas y que cumplían perfectamente su misión. Cada vez que me disponía a leer, sobre todo algún libro, las usaba y todo iba de maravilla. Con el tiempo, he descubierto - como todos - que además de para leer libros, también me iban muy bien para el ordenador, para escribir, para las indicaciones de las medicinas, - que parece que las escriben para conseguir algún record Guiness - y en general, para todo aquello que tuviera letras y no fuera un cartel de propaganda de un circo.

El caso es que, esas gafitas tan estupendas, tan pequeñas y tan baratas, se me cayeron al suelo un par de veces. Las suficientes para que su delicadeza sufriera un percance fatal y se terminaran de romper. Mala suerte. Sólo me habían durado unos 10 años.

Como la primera experiencia de comprar gafas de lectura en una farmacia me resultó positiva, a primeros de este mes, fui directamente a mi farmacia favorita y empecé a elegir una que se adaptara a mis necesidades. Escogí un modelo que sin ser como el anterior, era el mejor de entre los que disponía en ese momento. Pero pronto descubrí, que lo que me había comprado, era una mierda.

En efecto. Al cabo de un par de días o tres, descubro una pequeña rotura en la montura, en la base de uno de los cristales. Como era mínima, intenté aplicar un súper pegamento y aunque no obtuve el efecto que buscaba, al menos parecía que podía ir tirando. Total, por 14 euros, no pretendía que la farmacia me proporcionara unas Ray Ban ni tampoco que me devolviera la pasta. 

El caso es que después de esa primera micro rotura, se han producido varias más y en el mismo lado. Hombre, yo reconozco que el tamaño de mi cabeza, sobrepasa la media nacional. No en balde, mis ancestros llevaban la chapela enroscada. Pero de ahí a que por el mero hecho de colocarme las gafas, éstas revienten, va un trecho.



Ahora las gafitas de la mierda están llenas de tiras de esparadrapo que intentan sujetar lo imprescindible para poder colocármelas y que se mantengan. Algo así como el gobierno Franquenstein del Dr. Fraude, pero en gafas. Realmente parece que han sido pisoteadas por una estampida de búfalos. Y no tienen un mes.

Afortunadamente, mi mujer ha podido encontrar por internet el mismo modelo que tenía antes y me las va a regalar. Pero claro, mientras vienen desde el otro lado del planeta, no me queda más remedio que seguir con este esperpento de gafas, que me cuesta que se queden en su sitio, con un montón de parches y con aspecto de haber sido robadas de un tirón.

¡Felíz Navidad!

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