Hace algunos años - no demasiados - en unos
análisis rutinarios de empresa, me di cuenta que por el ojo izquierdo veía
menos que un gato de escayola. Es un poco exagerado, pero lo cierto es que
tengo alguna dioptría. Curiosamente, es el mismo ojo que utilizaba en el
servicio militar para disparar el fusil y ahora comprendo por qué no daba una
en el blanco. Stevie Wonder, acertaría más que yo.
A partir de ese momento, descubrí un par de
cosas muy interesantes. La primera era el posible origen de mis dolores de
cabeza y la segunda, no por obvia menos importante, que si a la hora de leer me
colocaba unas gafas, la cosa variaba - y mucho - a mejor.
Así es que un día, ni corto ni perezoso,
aproveché una visita a una farmacia y me compré unas gafas súper chulas,
minúsculas, plegables sobre sí mismas, baratas y que cumplían perfectamente su
misión. Cada vez que me disponía a leer, sobre todo algún libro, las usaba y
todo iba de maravilla. Con el tiempo, he descubierto - como todos - que además
de para leer libros, también me iban muy bien para el ordenador, para escribir,
para las indicaciones de las medicinas, - que parece que las escriben para
conseguir algún record Guiness - y en general, para todo aquello que tuviera
letras y no fuera un cartel de propaganda de un circo.
El caso es que, esas gafitas tan estupendas,
tan pequeñas y tan baratas, se me cayeron al suelo un par de veces. Las
suficientes para que su delicadeza sufriera un percance fatal y se terminaran de
romper. Mala suerte. Sólo me habían durado unos 10 años.
Como la primera experiencia de comprar gafas
de lectura en una farmacia me resultó positiva, a primeros de este mes, fui
directamente a mi farmacia favorita y empecé a elegir una que se adaptara a mis
necesidades. Escogí un modelo que sin ser como el anterior, era el mejor de
entre los que disponía en ese momento. Pero pronto descubrí, que lo que me
había comprado, era una mierda.
En efecto. Al cabo de un par de días o tres,
descubro una pequeña rotura en la montura, en la base de uno de los cristales.
Como era mínima, intenté aplicar un súper pegamento y aunque no obtuve el
efecto que buscaba, al menos parecía que podía ir tirando. Total, por 14 euros,
no pretendía que la farmacia me proporcionara unas Ray Ban ni tampoco que me
devolviera la pasta.
El caso es que después de esa primera micro
rotura, se han producido varias más y en el mismo lado. Hombre, yo reconozco
que el tamaño de mi cabeza, sobrepasa la media nacional. No en balde, mis
ancestros llevaban la chapela enroscada. Pero de ahí a que por el mero hecho de
colocarme las gafas, éstas revienten, va un trecho.
Ahora las gafitas de la mierda están llenas
de tiras de esparadrapo que intentan sujetar lo imprescindible para poder
colocármelas y que se mantengan. Algo así como el gobierno Franquenstein del
Dr. Fraude, pero en gafas. Realmente parece que han sido pisoteadas por una
estampida de búfalos. Y no tienen un mes.
Afortunadamente, mi mujer ha podido encontrar
por internet el mismo modelo que tenía antes y me las va a regalar. Pero claro,
mientras vienen desde el otro lado del planeta, no me queda más remedio que
seguir con este esperpento de gafas, que me cuesta que se queden en su sitio,
con un montón de parches y con aspecto de haber sido robadas de un tirón.
¡Felíz Navidad!
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