jueves, marzo 19, 2020

Un viaje infernal


El grupo de amigos lo componían dos parejas (hetero) y sus respectivos hijos: una chica y un chico. Al subirse al coche todos ellos, en Madrid, el objetivo era acercarse a un pueblo de la costa gallega, de la provincia de La Coruña, a disfrutar de un largo puente. O sea que tenían por delante unas cuantas horas que tratarían de hacer amenas, sobre todo para los niños. No tenían pensado batir ningún récord de velocidad y por eso se habían planteado el viaje como algo relajante, para disfrutar de la conversación, de la música y del paisaje.

De repente, justo cuando acababan de dejar atrás Puerta Hierro y enfilaban por la A-6 camino de A Coruña, la niña de sus amigos, que era tartaja, preguntó:
 -  -Ffffffff……….fffffffff……….fal…………..fal….falta....mmmm………mmmmmm…….mu………………mucho?

En ese momento, al conductor del vehículo, - el único que disponía del permiso de conducir de todo el grupo - se le dispararon todas las alarmas disponibles en su cerebro. Un detalle que nadie le había advertido, era la dificultad de la niña de sus amigos para articular una frase entera sin engancharse, lo cual, no era en sí algo a tener en cuenta…salvo que, al mismo tiempo, - y ahí radicaba el verdadero problema- lo conjugues con un nivel de impaciencia rayando en la obsesión. El pobre hombre, no sólo iba a tener que conducir todo el camino, todo el tiempo, sino que acababa de descubrir que, además, lo que en un principio parecía que iba a ser un plácido viaje, estaba destinado a convertirse en una pesadilla que pondría a prueba su ya demostrada paciencia tibetana.

La niña, además del defecto en el habla, debía sumar alguno que otro relacionado con el tiempo, porque cuando pasaban por Aravaca, apenas unos minutos después, volvió a interesarse:

-Ffffffff……….fffffffff……….fal….fal……….falta….mmmmmmm………mmmmmm…….mu………………mucho?

Ahí fue cuando el conductor, decidió poner en práctica sus conocimientos de relajación mental, de abstracción del entorno y de autosugestión contra el dolor, a fin de poder controlarse y evitar parar el coche en una gasolinera y hacer como que se olvidaba de la niña, algo que, - tal vez – también agradecerían sus propios padres. 


De momento, lo que en un principio se había considerado como un largo paseo hasta su destino en la costa gallega, se convirtió por mor de las circunstancias, en una carrera al más puro estilo Canon Ball. Al tiempo que intentaba controlar sus impulsos asesinos para con la impaciente niña, que desde el asiento trasero amenazaba su paz interior, debía prestar la máxima atención a la carretera, porque había decidido que, probablemente, iba a batir el récord de velocidad en el trayecto Madrid-Cedeira. 

A velocidad normal, existían grandes probabilidades de que, o bien la niña sería inmolada, o bien la amistad con sus progenitores se vería definitivamente afectada. Cualquiera de ambas alternativas, era igual de desagradable. Por tanto, sólo cabía una medida paliativa, como era la de apretar el acelerador y derrapar en las curvas.

A pesar de eso y de parar las menos veces posibles para no alargar el viaje más de lo estrictamente necesario, el viaje fue un suplicio chino, porque la susodicha, volvía a preguntar cada 5 minutos, si faltaba mucho. Y todavía quedaban los días de estancia en el pueblo.

Algo debieron ver los padres de la criatura; algún gesto casi imperceptible debieron vislumbrar cuando llegó la hora del regreso, porque se buscaron una excusa para permanecer en el lugar más tiempo, visitar a unos supuestos parientes y así evitar tener que regresar en el coche y hacerles sufrir de nuevo a sus amigos, un viaje de vuelta como el que les había traído. Ellos tomarían el tren de regreso a Madrid, otro día.

A pesar de los años transcurridos desde entonces, y aunque la susodicha sea ya una adulta, en estos días de confinamiento obligado y sine die, no me la imagino soportando estoicamente el enclaustramiento por el coronavirus. Que Nuestro Señor asista y proteja a quien esté cerca de ella.

Amén.

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