viernes, junio 28, 2024

Los abuelos.

Abuelo es un término que, dependiendo de las circunstancias y de la entonación, puede resultar hasta insultante. Al menos en cuanto a su intención se refiere. Sin embargo, eso no fue siempre así. A lo largo de la historia, siempre se ha respetado y hasta venerado a las personas de edad.

Hace poco, por razones que no viene al caso, hablaba con una chica hondureña de veinticuatro años que, lógicamente, me trataba de usted. Acostumbrado al tuteo desde hace décadas, le dije que, por favor, me apease el tratamiento, que me hacía más mayor de lo que soy consciente. Y ella, me respondió: “Es que mi mamá, desde que éramos chicos, a mis hermanos y a mí, nos enseñó que había que respetar a las personas mayores, llamarles de usted hasta que ellos te dieran permiso para cambiar el trato. Que había que saludar en la calle cuando te cruzabas con una persona conocida. Y pobre de nosotros si no lo hacíamos así”. Ese es el gran salto educacional y no tanto generacional, que nos separa, como muy bien decía hace no mucho el gran Pérez Reverte en un artículo.

Decía al comienzo que, a lo largo de la historia, muchas han sido las culturas en las que se ha venerado a los ancianos. En nuestros días, China y Japón, representan bien a las claras, parte de esas sociedades en las que los ancianos disfrutan de ciertos privilegios y, sobre todo, de respeto.

En Japón, por ejemplo, se celebra el Keirō No Hi (Día del Respeto a los ancianos), una festividad muy importante en la que participa activamente la familia. Los ancianos japoneses son respetados como pilar de la sociedad.

En los anales de la historia, cuando apenas éramos sólo unos homínidos, la esperanza de vida no era demasiado alta. Las luchas tribales, los rigores del clima y sobre todo las enfermedades, no ayudaban demasiado a alargar la vida. Como consecuencia, las personas que alcanzaban una edad poco habitual, eran consideradas casi sobrenaturales.

En la antigua Grecia, el poder estaba en manos de los ancianos, que eran más ricos y que inculcaban a los jóvenes el respeto por los mayores. El mismo Platón pensaba que la virtud se adquiere con el conocimiento, al que se llegaba con una educación que daba sus frutos a partir de los 50 años.

En el Imperio Romano, todo el poder se concentraba en el Senado Romano, formado fundamentalmente por ancianos. Eran los encargados de la administración, de la justicia y de las relaciones diplomáticas. Los privilegios de los ancianos eran enormes y las clases más bajas de la sociedad los consideraban sabios y virtuosos.

La Edad Moderna y Contemporánea, trajo los mayores avances de la medicina: las vacunas y los antibióticos. Con ellos, se dio un giro radical a la esperanza de vida, produciendo un significativo salto demográfico. Al mismo tiempo, a finales del siglo XIX, comenzaron a aparecer las primeras corrientes filosóficas que rechazaban la idea de asociar vejez con enfermedad. Ese fue el origen de la Geriatría y la Gerontología.

Y así, dando un ligero salto, llegamos hasta nuestros días en los que los abuelos, abarrotan las residencias geriátricas, porque ya no hay familiares que puedan hacerse cargo de sus cuidados. Porque ahora, la mujer que, hasta finales del siglo XX, había permanecido en casa cuidando de todos – del marido, de los hijos y de los padres – se puso a trabajar en un poderoso salto hacia una supuesta libertad. Así es que ahora, los ancianos están mejor en las residencias. Y es allí donde, inermes, fallecen en masa víctimas de un virus asesino que alguien les ha contagiado.

Y si tienen la ventura de seguir siendo independientes y de mantener su casa, además de haber criado a sus hijos, ahora les toca criar a sus nietos, por la misma razón de que ambos padres, tienen que trabajar fuera de casa y no disponen de tiempo para poder compaginar todas las tareas.

Esos ancianos son los mismos que fueron a una guerra civil, consiguieron salvar el pellejo y se encontraron al final con un país en la Edad de Piedra, lo levantaron con sus manos, tuvieron hijos, consiguieron tener una casa, mandaron a sus hijos a la universidad cuando ellos mismos, muchos, habían dejado la escuela a los ocho, diez o doce años; consiguieron prosperar, comprarse un frigorífico y hasta un Seat 600. Y ahora, les pagamos con nuestro desprecio.

Yo no tuve la suerte de conocer a mis abuelos. Tan sólo tuve la oportunidad de conocer a mi abuela paterna, Josefina, una vasca nacida en Orio (Guipúzcoa) en 1891. Y su pérdida se produjo de una forma paulatina. Pero sí que me habría gustado tener trato con ellos.

Mi abuela nunca me contó nada de su vida. Y me habría gustado. Claro que yo era demasiado niño para meterme una sobredosis de realidad entre pecho y espalda. Se limitaba a jugar conmigo al tute y a enseñarme francés. Ella hablaba francés perfectamente y se empeñó en que yo lo aprendiera incluso antes de ir al colegio. Su empeño, tal vez, procediera de su convencimiento que, sabiendo más idiomas, había más posibilidades de sobrevivir o de vivir mejor. Porque, tal vez, - otro tal vez – fue eso lo que la dio de comer a partir de 1937, cuando se quedó viuda con cuatro hijos, en medio de una guerra civil y cuarenta y seis años. Curiosamente, cuarenta y seis años, sería la misma edad que tendría mi madre al enviudar, casi treinta años después.

Mi abuela me llevaba a los jardines de las Vistillas o a la explanada de la Almudena, al lado del Palacio Real. Yo iba con mi triciclo o con una pelota. Ella siempre llevaba un libro entre las manos, ya fuera de paseo o estuviera en su habitación. Con más de setenta años, intentaba aprender inglés a través de un programa de radio. Con un par. ¡De Orio!

De entre mis recuerdos de mi más lejana infancia, extraigo como si de una nebulosa se tratara, un viaje con mis padres y la abuela, en el Seat 600, a casa de los Marqueses de Comillas. Eran Marqueses de verdad, no como los de Galapagar. Imagino que mi abuela, debió desempeñar algún tipo de tarea similar a institutriz de sus hijos o algo así.

Nunca tuvimos confidencias, ni me contó secretos, ni experiencias del pasado, ni siquiera los buenos recuerdos que pudiera tener. Sólo compartimos buenos momentos. Y antes de comenzar a conocerla como un adulto, a mi abuela la comencé a perder allá por 1970 cuando el Alzheimer, empezó a devorarla. Para entonces, su vida podría resumirse en: una guerra civil, fue testigo de cómo José Luís, un hijo suyo, casi muere en un accidente en un taller del ejército; más tarde, le vio partir, para no volver a verle nunca más, camino de Argentina; la muerte de su marido en 1937; la muerte de un hijo en 1965. Era como para quebrar la voluntad de cualquiera

Se le olvidó jugar al tute, el francés y quién era yo.

De su marido, mi abuelo, sólo sé que era hijo de Guardia Civil, que nació en Casalareina, (La Rioja), que trabajaba en el periódico ABC y que era diabético.

Mis abuelos por parte de madre eran de Murcia ambos. Él, Carlos, era químico de profesión. Viajó mucho por motivos de trabajo y dos de sus cinco hijos, nacieron, una en Camas y la pequeña en Cádiz, aunque tanto mi madre como mi tía, tenían de andaluzas lo mismo que yo de arzobispo de Sigüenza.

El bueno de mi abuelo Carlos tuvo la genial idea, allá por 1919, de apuntarse a una logia masónica en Tánger. Mi abuelito ya tenía edad suficiente como para saber, aunque fuese de oídas, que eso de la masonería, nunca ha estado bien visto. Desconozco bajo qué tipo de sustancias sicotrópicas decidió tamaña gilipollez, pero el caso es que veinte años después, comenzó a ser perseguido por toda España por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. De nada sirvió que alegara que aquello de Tánger fue una solemne estupidez, que nunca jamás volvió a saber nada de esa gente y que tanto él, como toda su familia, era gente honrada, militantes de Falange Española desde 1934 y asiduos asistentes a los mítines de José Antonio Primo de Rivera por toda Castilla La Mancha. 

Al final, tras declarar en un juzgado de Barcelona en 1952, le dejaron marchar, dado su más que delicado estado de salud – sufrió una apoplejía hacía años –. Finalmente, unos pocos meses después, en 1953, murió solo – como los de hoy en día en España - en el Asilo de Ancianos Desamparados de Vigo.

En el fondo tengo un poco de envidia de aquellos que han tenido la oportunidad de disfrutar de sus abuelos. Por algún misterioso motivo, existe una especial conexión entre esas dos generaciones. Algo que podemos constatar cada día, cuando a una persona mayor le preguntan qué es lo que echa más de menos con esto del virus y las medidas restrictivas y el 99% habla de sus nietos.

Yo sólo conocía a una de mis cuatro abuelos. Los demás, partieron antes de llegar yo a este mundo. Y encima, a la única que conocí, tampoco es que disfrutara demasiado.

Por eso creo que puedo imaginar, someramente, la sensación de frustración ante lo inevitable de aquellos que se han visto sorprendidos por el fallecimiento repentino de un ser querido, del que ni siquiera se han podido despedir y en ocasiones, ni acudir al entierro. Y esa frustración es posible que se torne complejo de culpa, dependiendo de la actitud y del comportamiento de las personas hacia sus mayores. No debemos olvidar que, a raíz de esta pandemia, aquellos abuelos que se han sentido olvidados, han desheredado a muchos de sus familiares, lo cual, dan testimonio de ello los notarios.

Creo que deberíamos de replantearnos las relaciones que tenemos con nuestros mayores. Tal vez, el sentimiento que más corroe a algunos de los que han perdido a sus abuelos, a sus ancianos, sea una sensación de arrepentimiento de no haber hecho algo más por ellos…si es que se tuvo la ocasión.

martes, junio 25, 2024

Desvanes y buhardillas


Hay términos que, por el simple hecho de usarlos, son evocadores por sí mismos. En cuanto los escuchamos o leemos, inmediatamente se conectan con algunos recuerdos, sensaciones, o incluso olores. Así sucede, por ejemplo, con desván, un término en desuso y con un cierto halo romántico.

Siempre que se usa ese vocablo está intrínsecamente unido a una serie de imágenes que pueden, o no, corresponderse con algunos recuerdos vividos, bien personalmente, bien en la ficción de algún libro. Hablar de un desván es recordar o imaginar una casa antigua, de un antiguo Madrid o de una antigua capital de provincia. Una casa en algún pueblo, de esas en las que, hasta hace poco, vivían los abuelos. Una casa de esas que ya sólo frecuentan los nietos nostálgicos, los que mantienen más viva en su memoria la imagen de sus mayores. Una casa de esas en las que se refugian los que en verano no pueden disfrutar de otras vacaciones mejores o las de aquellos que deciden huir definitivamente de la cruel gran urbe.

En esos desvanes de esas casas, en esos altillos, antaño se guardaban esas cosas que ya no se iban a usar. Cosas, enseres, vestidos, recuerdos al fin, de los que uno no quería desprenderse, bien por cariño, por apego, por seguridad o, simplemente, por dejadez.

Los retratos de los familiares antepasados, que ya no encajaban con la decoración, o que, por alguna razón, habían caído en desgracia, bien en la familia, bien en el pueblo. O que, por razones políticas, no convenía exhibir, so pena de ser estigmatizados, o fusilados al amanecer.

Los vestidos y los trajes que ya habían pasado de moda pero que de todas formas nadie se atrevía a deshacerse de ellos “por si acaso”; por un por si acaso que nunca llegó.

El desván era el lugar idóneo para esas fotos que no interesaba que estuvieran a la vista porque descubrían los secretos que se querían ocultar. Porque en el fondo, los desvanes, las buhardillas y los baúles, existían para eso, para guardar secretos. Entonces, en aquellos años, cuando las señoras vestían miriñaques, pamelas, guantes hasta los codos, o mandiles, alpargatas y el pelo recogido en un moño canoso, los secretos se guardaban en el desván, o en la buhardilla, pero, en cualquier caso, en un baúl. Aunque, como siempre ha habido clases, los hay que utilizaban una caja fuerte, cuando el común de los mortales usaba un sencillo pero robusto baúl.

Luego, al introducirse en el baúl, se hacía por orden de prioridad a la hora de ocultarse a los ojos inquisidores. Al fondo de todo, en lo más recóndito del baúl, guardando un paralelismo freudiano con el lugar que ocupaban sus recuerdos, se colocaban las fotos, las cartas prohibidas. Cartas escritas por el único amor de su vida, que quedaron grabadas en el alma, y que, sin embargo, las circunstancias y el pragmatismo social, obligaron a contraer matrimonio con otra persona por intereses que nada tenían que ver con el amor. El amor, junto con las cartas, se quedaron en el baúl por siempre jamás. Guardadas allí, al abrigo de otras miradas, podrían ser releídas e incluso, si estaban perfumadas, tal vez guardaran algún retazo oloroso, por tenue que fuera, que volvería a despertar esos agradables recuerdos de la primera vez que fueron desveladas. El sentido del olfato, es el más poderoso a la hora de recordar vivencias.

Los documentos más comprometedores, aquellos que demostraban el abuso del poderoso sobre el débil, el auténtico propietario de las tierras en disputa, el verdadero heredero de los bienes, el hijo del que nunca se quiso ser responsable y de su madre, a la que se abandonó porque socialmente no interesaba. 

Las cartas de los amantes, que pretendían compensar con sus inflamadas palabras la tristeza de una vida falsa, mantenida por puro convencionalismo social.

En los baúles, de espacios amplios, de construcción robusta, en noble cuero y con refuerzos y remaches metálicos, algunos, incluso con llave, se guardaba la vida anterior, la que era secreta, la que no podía estar a la vista de todos, la que pertenecía en exclusiva al individuo, hombre o mujer; la que no podía ni debía ser compartida, ni siquiera con el cónyuge. El baúl era el último reducto de las almas compungidas. Allí quedaban encerrados para siempre los “te quiero” que nunca fueron pronunciados en voz alta, ni siquiera a las personas adecuadas; los “lo siento” que jamás se escucharon, los “perdóname” que hubieran aliviado la pesada carga del infractor.

Hoy en día las casas ya no tienen desvanes. Y si alguna tiene buhardilla, ya no tiene la misma finalidad que las antiguas. Ahora, las buhardillas, se acomodan como despacho profesional, como oficina alternativa o como espacio de ocio. Tampoco hay baúles.

Pero eso no quiere decir que no haya cosas que ocultar, sentimientos ocultos, fotos indiscretas, vestidos y ropa pasada de moda. Simplemente, se ha cambiado el lugar donde esconder lo que antes se escondía en los baúles. Ahora, el baúl ha sido sustituido por el sótano, un espacio mucho más amplio, que en la mayoría de los casos recibe el nombre mucho más apropiado de trastero. Porque es allí donde se almacenan todas las cosas que, o son directamente inservibles, - o sea, trastos – o se usan muy de tarde en tarde.

Hoy, en los trasteros, también se pueden guardar las fotos antiguas, son esas que era preciso revelar en una tienda y luego se colocaban con primor en un álbum, usando el DYMO para dejar constancia del lugar y la fecha. Pero poco a poco van perdiendo los colores originales, difuminándose, como si en algún momento del futuro, no fuera a quedar más que un papel en blanco.

Se guardan los juguetes de los niños que, al crecer, han quedado obsoletos, anacrónicos o rotos.

Las bicicletas que, por falta de tiempo, o de ganas, o de fuerzas, ya no se usan, pero que teniendo en cuenta lo que costaron, da remordimiento desprenderse de ellas.

La barbacoa, que sólo se usa un par de veces y en verano, porque desde la última vez que el vecino llamó a la policía, se te han quitado las ganas de invitar a tus amigos, al mismo tiempo que sientes unas ansias irrefrenables, de asesinar al cretino del vecino y después, asarlo a la parrilla.

Al no disponer de los desvanes y los baúles, se ha perdido ese romanticismo que llevaban anexo. Esos baúles, al abrirlos, desvelaban la vida secreta, olvidada, de los otros. Era como abrir la tumba de un faraón, descubrir sus tesoros, conocer lo que sintieron, a quién amaron, quién los amó, de qué eran propietarios. Y sentir ese olor, mezcla de extraños perfumes, que han perdurado en el tiempo, compartiendo la inmortalidad con la humedad y el abandono. Y con ello, nos han hurtado esa sempiterna ambición de voyeurs, de espías, de cotillas de la vida de los demás.

Hoy, las fotos secretas, los documentos comprometedores, se guardan en un pendrive, en un CD, en el móvil, en WhatsApp, o en la nube, con diferentes métodos de seguridad añadidos. Y los muy, muy secretos, en la caja de seguridad de un banco. Hoy, esas fotos, nunca pierden sus colores, pero han perdido cierto carácter. Y desde luego, esas fotos, no huelen como las que se aguardaban en los baúles.

Hoy, en contraposición al interés de nuestros antepasados por mantenerse casi anónimos, casi invisibles, existe una hiper exposición de la vida privada que se refleja en las redes sociales, en donde se comparte, con mayor o menor intensidad y detalle, las vicisitudes diarias de cada uno. Las vacaciones, los amigos, los amigovios, los amantes, los regalos, los viajes, las comidas, las parejas, los “estorbajos”.

Hoy, el Gran Hermano, es Google, que todo lo ve, todo lo sabe y nada se guarda…para los demás. Él es quien nos espía a todos, quien guarda toda la información y quien comparte la que le interesa con quien le interesa, cuando le interesa.

El desván, la buhardilla y el baúl, son de otra época; de una época en la que los condicionamientos sociales, donde la presión del “qué dirán”, atenazaba, esclavizaba, a los seres humanos, fundamentalmente, a la mujer, que siempre fue la parte más débil de la ecuación.

Ya no hay desvanes. Las buhardillas, ya no son lo que eran. Ya no se fabrican baúles como los de antes ni se usan para lo mismo que antes. Los baúles ya sólo los usan las compañías de teatro y se fabricaron en otro siglo. Hoy, los baúles sólo interesan para desvelar a cuánto asciende la herencia del abuelo, el valor de la casa del pueblo que se va a liquidar y repartir entre los carroñeros herederos y tal vez, algún secreto más o menos inconfesable.

Las buhardillas se han sustituído por el sótano, en el garaje.

viernes, junio 21, 2024

La ventana.

Las ventanas del salón y los dormitorios eran exteriores. No así las de la cocina, el baño y el estudio, que daban al patio de luces interior, en el que las amas de casa, habían trenzado un complejo entramado de cuerdas que viajaban de unas ventanas a las de la vecina de enfrente, para poder tender a secar la colada.

La carpintería de las ventanas era de madera. Estaba ajada por los años, lo que, en invierno, se convertía en un auténtico cuchillo de aire frío, tan solo mitigado por un burlete alrededor del marco y por la calefacción central de carbón. Aun así, si te fijabas con atención, las noches de mucho viento podías ver cómo bailaban levemente los visillos.

En verano esa ventana se convertía en la única posibilidad de libertad que tenía a su alcance. Sin amigos y sin recursos económicos para poder salir de su casa para ir al cine, a una piscina o tomar un refresco, esa ventana representaba su único horizonte.

Justo al otro lado de la calle que corría por debajo - cortada al tráfico -, le saludaba un solar abandonado. En ese espacio ahora vacío, hubo una vez una casa muy antigua, tan antigua, que las vigas de su estructura eran de madera. Con el paso de los años esa estructura estaba a punto de colapsar y hubo que derruir el edificio antes de que cayera y enterrase a sus vecinos. El método que se utilizó para ello fue el clásico de pico y pala.

Recordaba cómo en su día, a través de los cristales de esa misma ventana, pudo ver a un obrero subido en lo alto del muro de la fachada principal, a una altura de unos 6 u 8 metros, tal vez más, clavando su pico en la pared, una y otra vez, con la misma precisión con la que trabaja un aizcolari, sólo que, en este caso, si el obrero calculaba mal el equilibrio, daba un traspié o sucedía cualquier imprevisto, el hombre caería al vacío y moriría o sufriría daños irrecuperables. Además, el sitio en donde hincaba con fuerza su pico, estaba a unos palmos por debajo de sus propios pies, por lo que, tenía que manejar con extremo cuidado la herramienta no fuera a darle tan fuerte que, al hincar el pico, se desmembrara el trozo de muro que le sustentaba y le arrastrara en la caída. Era tan evidente el riesgo de accidente que no comprendió cómo era posible que alguien pudiera trabajar en esas condiciones.

El aire estaba inundado por el piar de docenas de pájaros que, realizando mil escorzos y piruetas imposibles, se afanaban en conseguir el sustento para ellos y su prole, cazando al vuelo cuantas moscas y mosquitos eran capaces. Parecía que estuvieran allí como parte de un espectáculo con el que divertirlo a él.

Mientras observaba la vida pasar lentamente por su ventana, pensó que aquello era toda una alegoría de su propia vida. El edificio en el que vivía estaba enclavado entre dos calles, la que daba a la fachada principal y la posterior, en la que él estaba, y ambas estaban cerradas al tráfico, con lo que el bloque se podría decir que era una isla.

Él pensaba que vivir en un edificio “aislado” y flanqueado por dos calles muertas, era lo más parecido a Alcatraz. Al menos la sensación de agobio, de cierta claustrofobia, de confinamiento, se hacía cada vez más intensa. Tardó mucho en percatarse que tal vez esa sensación claustrofóbica no se debiera a la ubicación de la casa.

Siempre pensó que esos pájaros que revoloteaban justo frente a su ventana, tenían la enorme suerte de ser libres, de volar a su antojo, de regresar a su nido y salir a conocer mundo. De volar por donde les apeteciera. Les envidiaba. Como envidiaba a los que, bajo su ventana, jugaban al fútbol en la calzada, compartiendo a duras penas ese espacio con las autoescuelas que lo usaban para sus prácticas. Ambas partes, los futbolistas y las autoescuelas, reclamaban para sí el derecho excluyente de utilizar la vía pública para sus fines.

Dos piedras bastaban para marcar los límites de las porterías. Estaba prohibido tirar fuerte, no había fuera de juego y no se podían hacer paredes contra el muro aislado del edificio derruido. Y por supuesto, se aplicaba a rajatabla la ley de la botella: el que la pierde, va a por ella.

Después de permanecer parado allí, durante horas, el día se iba terminando. El Sol se acostaba. Los pájaros se recogían. La oscuridad se iba adueñando de esa calle tan muerta como su vida; una calle tan sólo iluminada por un par de faroles que en su día fueron de gas. En las zonas donde su luz no alcanzaba, algunas parejas intentaban encontrar un espacio de intimidad.

La ventana no se cerraba por la noche. Se necesitaba abierta para la entrada de aire fresco. Pero la noche hacía que el espectáculo de la ventana, se terminara. Hasta el día siguiente y el siguiente, cuando se repetiría de forma monótona y cansina el baile de los pájaros, el de los deportistas y el de las autoescuelas.

Y tal vez esa sensación claustrofóbica no se debiera a la ubicación de la casa.

sábado, junio 15, 2024

El golpe de estado que estamos viviendo.

A lo largo de la historia nos hemos ido acostumbrando a que la toma del poder por parte de unos, debía producirse, casi inexorablemente, de forma violenta, sangrienta, a veces, atroz, y en no pocas ocasiones, mediante una guerra.

Las razones por las cuales se desencadena los conflictos, son tan variadas como útiles a la causa. Un crimen de estado sirvió como excusa a la primera guerra mundial. Un falso ataque a las fuerzas nazis, para invadir Polonia. La explosión de un buque norteamericano en el puerto de La Habana, sirvió en este caso para declarar la guerra a España. A los norteamericanos les pareció una buena idea repetir la excusa y volvieron a utilizarla en el golfo de TonKin. Et voilá: ya tenemos la guerra de Vietnam. Y así podría ir repasando hechos históricos hasta dormir al personal.

Una vez que el golpe de estado tiene éxito, lógicamente se imponen otras normas, otras leyes, y como decía Woody Allen, «para demostrar que se llevan los calzoncillos de color verde militar, habrá que llevarlos por fuera del pantalón». Después vienen los ajustes de cuentas de cuentas entre vecinos, ganadores, vencidos y demás. O sea, lo de siempre.

En el golpe de estado que dio origen a la guerra civil española, se produjo un hecho que mientras buceaba en busca de la información, me sorprendió. Reproduzco parte del texto contenido en el libro “Tras las huellas de una sombra”:

 

El 22 de diciembre de 1938, el día antes de que diera comienzo la ofensiva final de los franquistas en Cataluña, Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro del Interior, anunció el nombramiento de una comisión especial.

Presidida por Ildefonso Bellón, presidente del Tribunal Supremo de los franquistas, sus veintidós miembros, entre los que se incluían quince ex diputados a Cortes y diez ex ministros, reflejaban la diversidad de la derecha española en la Guerra Civil.

La Falange estaba representada por un «camisa vieja», Rafael Garcerán; el ejército, por un capitán de su cuerpo jurídico, José Luis Palau; y los carlistas, por su portavoz de educación primaria durante la República, Romualdo de Toledo y Robles. No se olvidó a los monárquicos alfonsinos: Antonio Goicoechea, exlíder de Renovación Española, también había sido nombrado miembro de aquella comisión. Algunos provenían de la CEDA: era el caso de Rafael Aizpún Santafé, quien había sido protagonista de uno de los tres nombramientos ministeriales que provocaron la insurrección socialista de octubre de 1934. Otros, como Eduardo Aunós, habían ejercido cargos de responsabilidad en los años veinte bajo la dictadura de Primo de Rivera. No obstante, la figura más distinguida de la Comisión Bellón era, sin duda, la de Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones. Tres veces primer ministro durante el sistema constitucional liberal abolido por Primo de Rivera en 1923, Romanones se había vuelto un apasionado partidario de Franco durante la Guerra Civil. ([1])

La tarea que el cuñadísimo encargó a la Comisión, en su opinión, no era ni difícil ni compleja. Se trataba, simplemente de “demostrar plenamente” la ilegitimidad de los poderes actuantes en la República española el 18 de julio de 1936». Dicho de otro modo, lo que se esperaba de ella era que probara que quien se había sublevado en julio de 1936 había sido el gobierno republicano elegido democráticamente, y no el ejército de Franco.

Serrano Suñer, estaba tan convencido del resultado de los trabajos de la Comisión, que les dio un plazo inferior a 6 semanas para presentar sus conclusiones. Aunque la presentación formal se realizó ligeramente más tarde de lo previsto (15 de febrero de 1939), las conclusiones no defraudaron a su promotor. Como no podía ser de otra manera.

Lo que se afirmaba en aquel informe era que la actuación de los golpistas, no podía ser calificada jamás de rebeldía, ya que el gobierno de la República era sustancial y fundamentalmente, ilegítimo.

Para llegar a esta conclusión, continuaba el informe, se llegó a cuestionar la legitimidad de la República como consecuencia de las elecciones de 1931, en las que los monárquicos vencieron en las urnas, asegurando que el Frente Popular, habría falseado los resultados de las elecciones. Según este informe, de no haberse producido esta manipulación, la derecha habría ganado por unos 400.000 votos de diferencia.

A lo largo de sus cien páginas, el resto de “argumentos” intentaban demostrar que el gobierno republicano era esencialmente criminal y por tanto la intervención del ejército, sólo podía ser contemplada como redentora. Y como redentores, por tanto, tenían una capacidad omnímoda sobre la vida…y la muerte.”

Según se desprende de esta iniciativa, se pretendía dar una pátina de legalidad a un golpe, que, en realidad, fue motivado por un cúmulo de decisiones extremistas, acciones criminales y en general, el intento de establecer en España un régimen comunista como se hizo en Rusia unos 20 años atrás. Pero lo más importante fue la intención de “legalizar” el golpe, aunque hubiera razones más que suficientes para haberlo dado. Es decir, la clave de todo lo demás, era la Justicia. En esa Justicia se basarían las acciones que vendrían más tarde.

 

Eduardo González Calleja, afirma en su obra “EN LAS TINIEBLAS DE BRÜMARIO”:

 

“Algunos estudiosos han advertido que la verdadera esencia política del golpe de Estado no está en su naturaleza intrínsecamente violenta.

Brichet admitió que, en la mayor parte de los casos, los golpes acostumbran a ser actos de fuerza, pero que en otras circunstancias no han precisado del empleo de la coacción física, sino de dosis adecuadas de decisión política, tal como la entendía Cari Schmitt: como generación de nuevas normas jurídicas impuestas por la determinación soberana del gobernante, por encima del Derecho natural y positivo. En ese sentido, lo que caracterizaría al golpe de Estado no es su naturaleza violenta, sino su carácter ilegal, de transgresión del ordenamiento jurídico-político tanto en los medios utilizados como en los fines perseguidos, sean éstos el establecimiento de un régimen dictatorial o un cambio en el equilibrio constitucional de los poderes del Estado.

Kelsen opinaba que un golpe de Estado era una acción radicalmente ilegal, ya que al romper la Constitución invalidaba todas las leyes existentes”

Más adelante, afirma:

“Un golpe de Estado no implica siempre la conquista del poder establecido, sino que puede, simplemente, apuntar a una redistribución o reforzamiento de papeles en el seno de un gobierno dividido (caso de los conflictos entre la Jefatura del Estado, del Gabinete o del Ejército en muchos regímenes pretorianos del tercer mundo) o a reordenar las relaciones entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, como fue el caso de la «celada parlamentaria» de Bonaparte el 18 Brumario del año VIII (9-10 de noviembre de 1799).”

 

Después de leer estas líneas tan interesantes, me ha parecido identificar ciertas actitudes y decisiones que encajan con esa idea de golpe de estado moderno, donde la violencia física no es necesaria…de momento. Cada vez estoy más convencido de que, ahora mismo y desde hace años, los españoles estamos siendo objeto de un golpe de estado llevado a cabo metódica, silenciosamente y desde dentro del sistema democrático.

 

EL GOLPE DE ESTADO DE PEDRO SÁNCHEZ.

 

El golpe de estado de Pedro Sánchez, comenzó a gestarse en el mismo instante en el que firmó el acuerdo de gobierno con Pablo Iglesias. Éste, es el auténtico diseñador del golpe de estado desde dentro, porque, tanto él como el resto de secuaces, ya tenían experiencia de cómo hacerlo en un país democrático como Venezuela.

La asunción a la presidencia del gobierno mediante la figura de la moción de censura contra Rajoy, demostró que nuestra Constitución puede que adolezca de algunas debilidades. Que un individuo que no es diputado, es decir, no tiene escaño porque no se ha presentado a unas elecciones, sea capaz de auparse al puesto de presidente del Gobierno de España, deberíamos hacérnoslo mirar.

Desde el primer momento, Pedro Sánchez tenía clara su hoja de ruta: destruir el espíritu del 78; destruir la Constitución por la puerta de atrás; eliminar la monarquía a toda costa. Destruir la España que consagra la Constitución y ceder a todas y cada una de las exigencias de los independentistas vascos y catalanes.

Para realizar esta inmensa tarea de traición debe reunirse de una serie de juristas con fines aviesos. Colonizar los puestos clave de la cúpula judicial, con el fin de obtener el visto bueno a cualquier decisión que salga del Congreso, o bien de la Moncloa, o de Waterloo.

Pedro Sánchez sólo reconoce un poder bajo el cual se someten todos los demás, incluyendo el poder judicial y ese poder es el Congreso. Eso, hablando en plata es una dictadura, sobre todo si además, en las elecciones a las que se llama a los ciudadanos, se van haciendo trampitas, se compran votos con sobornos (Ceuta, Melilla, Almería…).

Para asegurarse que el poder judicial no será un obstáculo, también hay que colonizar los puestos clave colocando a lacayos obedientes que, al igual que los gerifaltes nazis, sólo tienen que obedecer las órdenes de su Führer. Así, del mismo modo que en la posguerra española se realizaron los juicios sumarísimos militares, y no por ello eran legales, ahora “la sedición” no es un delito, y todo se reviste de una apariencia de legalidad. Y lo mismo con la malversación, siempre que los ladrones sean catalanes, o del PSOE, pero no se aplica a los del PP.

Y todo este complejo golpe judicial está sostenido por gentuza como el ex juez Baltasar Garzón, expulsado de la carrera judicial por prevaricación. Su pareja sentimental, Dolores Delgado, o su sucesor García Ortiz, además de Pablo Iglesias y sus acólitos, que maniobran en la sombra.

Las amenazas a jueces, fiscales, periodistas; la filtración de datos sensibles de ciudadanos individuales con el único fin de dañar su imagen; la burda implicación en sendos actos de corrupción, tanto de su mujer como de su hermano, conforman una larga lista de impunidad, que sin embargo no se aplica a otros individuos como, por ejemplo, a Iñaki Urdangarín.

Al menos, de momento, lo único que nos diferencia de la Rusia de Putin, (otro corrupto insaciable) es que no se dedican a tirar por las ventanas a los jueces o a los periodistas díscolos, ni aparecen colgados de la lámpara en sus casas.

Dado que veo complicado vencer en las urnas (posiblemente manipuladas) a todos los tarados que siguen al líder camino del abismo, mi única esperanza es que Israel saque la información que atesora Marruecos. Sólo así podríamos salvarnos de la deriva por la que nos lleva este degenerado que flexiona su cabeza ante los reyes árabes, pero a Felipe le recibe con las manos en los bolsillos.


[1] Julius Ruiz (La justicia de Franco)

lunes, junio 03, 2024

Por qué decir "Copa de Europa" es decir Real Madrid.

 


CAPITULO 1.  

LA GESTACION. 

 

Si a cualquier aficionado al fútbol se le preguntara si conoce qué es el Balón de Oro, es imposible que nadie con ese perfil respondiera con un “no”; todo el mundo, incluso muchos de los que no siguen este deporte, sabe o ha oído hablar alguna vez de este premio.  Sin embargo, estoy totalmente seguro que nadie, ni siquiera los muy aficionados, conocen el nombre de la persona que lo inventó. 

Sucede algo parecido con la Champions: todo aficionado al fútbol la sigue como quien sigue a su religión.  Incluso algunos, los más mayores, sabemos que antes  de  la  Champions hubo otra competición predecesora que se llamó la Copa de Europa.  

Y a pesar de ser tan extendidos y conocidos, - la Champions y el Balón de Oro -, muy  pocas personas sabrán que ambos los inventó la misma persona: Gabriel Hanot. Y lo  que resulta difícil de comprender es la escasa información de la que se dispone sobre  este personaje que cambió la historia del fútbol, el deporte de masas con mayor impacto  económico y mediático del mundo.  

Gabriel Hanot, nació en 1889, en Arras, una pequeña localidad al noroeste de Francia,  muy cerca de Lens y de la frontera con Bélgica. Como no podía ser de otra forma, Mon.  Hanot, era un apasionado del fútbol y según los escasos datos disponibles, llegó a jugar  con la Selección Nacional Francesa en una docena de ocasiones, hasta la llegada de la I  Guerra Mundial. Posteriormente, un accidente de aviación, alejó al profesional de los  campos de fútbol y legó para la historia, al periodista en el que se convirtió. Se le  considera, además, uno de los impulsores de la creación del campeonato nacional de  liga francés, allá por 1932.  

Hanot  conjuntamente  con  su  colega  del  diario  L’Equipe Jacques Ferran, son los artífices de dar  forma a una idea que surgió como un reto: la Copa  de Europa. 

Sin menoscabo de su más que relevante aportación al nacimiento de la que más tarde se  ha convertido en la competición más importante de Europa a nivel de clubes, hay que  resaltar el papel preponderante e imprescindible que jugó el diario deportivo L’Equipe. 

La historia del periódico L’Equipe, merecería por sí sola toda una novela o una película  dedicada a ella. Tan llena de vicisitudes, tan repleta de historias, tan vinculada a la  propia historia de Francia y sobre todo, tan vinculada al deporte, son elementos más que  suficientes para dedicarle un capítulo aparte. 

Y sin embargo, los comienzos de L’Equipe, poco tienen que ver con el deporte. Más  bien, con un escándalo mayúsculo con un soldado francés, que polarizó a la sociedad  francesa de comienzos del siglo xx. El caso, pasó a la historia como “el Caso Dreyfus”. 

El soldado Alfred Dreyfus, además de sufrir en carne propia los horrores de la I Guerra  Mundial,  una  vez  firmado  el  armisticio,  fue  acusado  de  revelación  de  secretos  al  enemigo. A partir de ese punto, diversas organizaciones se ponen de su parte y otras le  acusan descaradamente.  

Por un lado, el periódico deportivo más importante de Francia por entonces, Le Vélo,  mezcló la cobertura de los deportes con comentarios políticos. Su editor, Pierre Giffard,  creía en la inocencia de Dreyfus y así lo decía. Se le opusieron los diseñadores de  automóviles Conde de Dion y los industriales Adolphe Clément y Édouard Michelin.  Debido a este enconamiento, los enemigos de Giffard, decidieron fundar una nueva  publicación, afín a sus intereses. Y con el objetivo de intentar hacer cuanto más daño  mejor,  llamaron  al  periódico  L’Auto  Vélo.  Como  es  lógico,  a  los  tres  días  de  su  aparición  en  las  calles,  un  juez  sentenció  que  el  nombre  mantenía  excesivas  concomitancias con el anterior, obligando por tanto, a eliminar esa referencia (Vélo) y  quedarse simplemente con L’Auto. La primera consecuencia de todo ello, fue que la circulación  del  periódico  se  vio  seriamente  afectada,  desplomándose  el  número  de  ejemplares vendidos. 

Fue entonces cuando un joven ciclista de 23 años y escritor de fútbol y rugby llamado  Géo Lefévre sugirió una carrera alrededor de Francia, mayor que la que cualquier  periódico pudiese ofrecer y de seis días de duración. Acababa de nacer el Tour de  France.  

Esa  idea  transformó  por  completo  la  historia  del  recién  nacido  diario,  llegando  a  publicar 500.000 copias diarias en 1923 y llegando al máximo de 850.000 en 1933. 

Pero en esta vida, no hay nada que perdure mucho y así, en 1940, a la muerte del editor  del periódico Henri Desgrange – un ciclista destacado de su tiempo -, el periódico pasó  a manos alemanas. Desde ese momento, los comentarios proclives a la ocupación nazi  se  fueron  adueñando  de  la  publicación  y  con  la  llegada  de  la  paz,  significó  su  desaparición. 

 

Nace L’Equipe.   

A la muerte de Desgrange, en 1940, Jacques Goddet - hijo del primer director financiero  de L'Auto', Victor Goddet- sustituyó al fallecido, como editor y organizador del Tour de  Francia, negándose a seguir publicando durante la guerra. Ello, le granjeó no pocos  inconvenientes con los alemanes. Goddet tuvo que acudir a la impresión clandestina de  periódicos y panfletos de la Resistencia en la sala de impresiones de L'Auto y le fue  permitido publicar un periódico sucesor nombrado L'Équipe. Este ocupó un local frente  a la vieja residencia de L'Auto, en una construcción que de hecho pertenecía también a  L'Auto;  además,  el  periódico  original  fue  incautado  por  el  estado.  Una  de  las  condiciones impuestas para su publicación por el estado fue que L'Équipe tenía que usar  papel blanco en vez de amarillo, el cual estaba muy relacionado a L'Auto. 

Sobre el año 1946, recién terminada la II Guerra Mundial, L’Equipe decide comprar el  periódico oficial de la Federación Francesa de Fútbol. Ha nacido la revista France  Football 


El reto. 

Unos años más tarde, en 1954, un artículo publicado en el Daily Mail británico, abre un  nuevo frente en el horizonte beligerante del diario francés. El rotativo inglés, haciendo  gala del carácter más representativo del Imperio Británico, proclama sin rubor, que el  Wolverhampton Wanders es "el mejor equipo del mundo", ya que acaba de imponerse  en sendos partidos amistosos al Honved de Budapest y al Spartak de Moscú.  

Sin duda alguna, en el más que generoso y parcial juicio del periódico inglés, subyacían  sentimientos políticos muy fuertes, toda vez que ambos equipos, pertenecían al llamado  “Telón de Acero”, que con tanto atino, había definido en su momento Sir Winston  Churchill.  

Pero  los  británicos,  no  contaban  con  que  allí,  cubriendo  la  información  de  esos  encuentros recordemos, amistosos se encontraba un periodista francés, redactor de  L’Equipe y que se llamaba Gabriel Hanot.  

Hanot aprovecha y declara: “Hay otros grandes clubes en Europa como el Real Madrid,  el Milán o el Benfica que podrían superar a los Wolves. Habría que organizar un  campeonato  a  nivel europeo  con  más  prestigio  que  la  Copa  Mitropa  (*).  Una  competición más original que la que existe para las selecciones nacionales. Es algo que  hay que hacer”. 

(*) Reseñar que la Copa Mitropa o Copa de Europa Central, fue la primera gran competición internacional oficial de  clubes, auspiciada por la FIFA, e idea del austríaco Hugo Meisl secretario general de la Federación Austríaca de  Fútbol y directivo de la FIFA, en la que participaron equipos de la Europa Central. 

La audaz propuesta de Hanot obtiene una gran acogida. Al día siguiente, L'Equipe  publica un editorial de Jacques de Ryswick, su jefe de internacional, aceptando el  desafío  de  organizar  una  cita  europea  a  nivel  de  clubes.  Hanot  se  reúne  con  sus  compañeros y comienza a diseñar el proyecto de una competición donde los campeones  de Liga de los respectivos países puedan disputarse la hegemonía del fútbol continental.  Aunque tildada de locura o tontería por muchos, la iniciativa de Hanot provoca el  entusiasmo  general.  Santiago  Bernabéu,  presidente  del  Real  Madrid,  intuye  que  la  medida puede significar una nueva era para el fútbol de clubes y, tras entrevistarse con  De Ryswick, apoya el empeño. No así el FC Barcelona, quien prefiere que continúe la Copa Latina, trofeo que ya ha ganado en dos ocasiones. Como siempre, el Barcelona  con visión de futuro. 

Una comisión, integrada por Gabriel Hanot, Ernest Bedrignan, Santiago Bernabéu y  Gustav Sebes, se reúne el 2 de abril de 1955 en el hotel Ambassador de París para dar  forma  definitiva  al  sueño,  recibiendo  innumerables  adhesiones  (excepto  la  del  Barcelona) por parte de los clubes europeos. Hanot, junto con su colega Jacques Ferrán,  plasma de manera escrita el proyecto: el reglamento de la Copa de Europa de Clubes  Campeones.  

Jacques Ferrán recuerda las verdaderas intenciones del diario  galo al idear el torneo: "Nuestro único objetivo era que se  jugara al fútbol más días, para poder vender más periódicos a  mediados de la semana". Además, contaban con el apoyo de  Eurovisión, la recién formada unión de televisiones, que vio  en  el  campeonato  un  producto  de  máximo  interés  para  retransmitir. 

D. Santiago Bernabéu, acude a esa reunión acompañado por una persona clave en los  designios del Real Madrid. Tal era su talento y su capacidad de gestión, que durante 25  años fue la mano derecha de D. Santiago, colaborando como Vicepresidente de la  entidad y siendo máximo responsable de la creación y posterior gestión de la sección de  baloncesto  del  Real  Madrid.  Raimundo  Saporta, cuya  vida  y  peripecias  también  merecen una mención aparte, acudió a esa reunión en calidad, sobre todo, de traductor. 


Raimundo Saporta, de origen judío sefardí, nació en la ciudad de Constantinopla (hoy Estambul) en  1926. Hijo de Jaime Saporta  Magriso,  nacido  en  Salónica  (entonces  Imperio 
Otomano, actual Grecia) el 27 de septiembre de 1887 y de  Simona    Nahmias,    nacida    en    Constantinopla    (Imperio Otomano. Actual Estambul, Turquía) el 8 de febrero de 1902.

Su padre, banquero de profesión, disponía de un pasaporte español, expedido como  consecuencia de un decreto de Miguel Primo de Rivera, por el que se concedía la  nacionalidad española a todos los que pudieran justificar su origen sefardí. 

Después de la crisis del 29, la familia decidió emigrar a Paris, donde el cabeza de  familia continuó con su profesión de banquero. Allí vivieron hasta el estallido de la II  Guerra Mundial. Ante la amenaza que suponía la invasión alemana y el origen judío de  la  familia,  decidieron  trasladar  su  residencia  a  Madrid  en  1941.  Los  trámites  de  emigración  los  realizaron a través  del  cónsul general,  Bernardo Rolland de Miota,  quien, para evitar problemas con las autoridades alemanas, decidió modificar el lugar de  nacimiento de Raimundo y por eso, en la documentación oficial a partir de aquel  momento, figura París.  

A pesar de todo, la llegada a Madrid supuso un duro golpe para la familia, ya que, al  poco  de  llegar,  un  tranvía  atropelló  mortalmente  a  su  padre.  Ello  obligó  al  joven  Raimundo a que, al terminar sus estudios en el Liceo Francés, tuviera que ponerse a  trabajar en una tienda de la Gran Vía madrileña. Tiempo después, sus facultades, le  permitieron trabajar en el Banco Exterior de España, donde permaneció ostentando altos  cargos ejecutivos hasta su jubilación. 

Pero volvamos al momento del nacimiento oficial de la nueva competición. 

El  21  de  mayo  de  1955,  el  máximo  organismo del  fútbol  internacional,  la  FIFA,  reconoce el nuevo torneo poniendo dos condiciones: que sea organizado bajo la tutela  de  la  UEFA  y  que  la palabra  Europa  quede  reservada  para  la competición  entre  selecciones nacionales (la Eurocopa, cuyo trofeo es casi idéntico). 

La UEFA, que se había fundado meses antes, tenía previsto instaurar una competición  similar, por eso, en un primer momento, mostró su oposición, aunque al final, ante la  presión de las principales federaciones, aprobó el reglamento elaborado por L'Equipe.  Cabe suponer que la UEFA no intervino al principio pensando que la idea, nacida fuera  de su seno, fracasaría, pero luego, cuando vio que el proyecto iba a cuajar, decidió  intervenir para tomar el control y explotar la competición. Otros como el Barcelona. 

 


La Copa de Campeones – como así se llamó en un principio - se jugaría por el sistema  de  eliminatorias  a  doble  partido,  entre  semana  para  no  interferir  las  Ligas  de  los  diferentes  países.  La  disputarían  los  campeones  de  las  Ligas  más  importantes  de  Europa, con la baja a última hora del Chelsea, pues la Federación inglesa no le concedió  permiso para participar en una competición que, en sus inicios, miró con indiferencia.  Tampoco acudieron los campeones de varios países del Este, por el problema de la  pausa invernal. 

Estaba previsto que la final se disputase cada año en el campo del equipo campeón, pero  el encadenamiento de títulos por el Real Madrid hizo que se variase el programa. Un  mítico once, comandado por Alfredo Di Stéfano, ganó las cinco primeras ediciones,  marcando un hito y provocando la admiración de toda Europa. Algunos clubes, caso del  Leeds  United  inglés,  cambiaron  el  color  de  su  uniforme  para  vestir  de  blanco  en  homenaje al "equipo que había reinventado el fútbol", como tituló L'Equipe en una de  sus ediciones. 

Y así es como nace una competición que con el transcurrir de los años, se ha convertido  en un fenómeno social, mediático, económico, global y además, deportivo. 

Nace a partir de unos periodistas, de un soldado acusado de traición, de un reto entre  británicos y franceses, de la voluntad y determinación de un periódico mítico como  L’Equipe, inspirador y motor de tantos eventos y premios relacionados con el deporte y  cómo no, de la visión comercial de unos directivos y de unos profesionales de la prensa  que vieron con años de anticipación, el negocio que hoy, todos podemos comprobar. 

 

 

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