Hace tiempo que acuñé una frase, que dice: “me encanta hacer planes para saber exactamente lo que NO va a pasar”.
Nuestro plan de vacaciones estaba diseñado al detalle, como el Día D: los itinerarios, tanto el de ida como el de vuelta, las visitas turísticas, las paradas obligadas. Todas las reservas confirmadas.
Dado que la distancia hasta
nuestro destino final sobrepasaba los mil kilómetros, era más prudente hacer un
alto en el camino y pernoctar en un lugar que ya conocimos el año pasado. Un
lugar de ensueño, un oasis de paz, de quietud; donde, mientras tomas una copa
de bienvenida de vino blanco en su jardín, no escuchas ningún sonido, ni
siquiera el de los pájaros, los grillos o las cigarras, que parece que han
decidido enmudecer para no perturbar el descanso. Un lugar en el cual, hasta el
tañer de la campana de la iglesia cercana, se realiza con tanto mimo, que
cuesta un poco escucharlo. Se diría que el campanero pide perdón con cada golpe
de tan suave que es. Un lugar que invita al recogimiento y a pasear por sus
extensos y bien cuidados jardines. O si lo deseas, también puedes disfrutar de
su piscina, de los vinos y quesos que producen en la finca y de la cerámica que
ofrecen a los huéspedes.
A la mañana siguiente la
tentación de la variedad del bufet del desayuno hacía difícil cualquier
elección, ya fuera dulce, salado o una mezcla de ambos. El servicio por parte
del personal, magnífico como siempre y encantadores. Tras el generoso desayuno
retomamos nuestro camino y nos dirigimos a nuestro destino a unos 400
kilómetros, en tierras gallegas.
La primera sorpresa al llegar al
hotel fue el parking. Estaba alejado de la entrada principal y no había espacio
para todos los coches. Eso te obliga a buscarte la vida por los alrededores y
acarrear con las maletas por jardines y aledaños hasta llegar a la Recepción.
Como medida más prudente, fuimos andando. Después, ya veríamos.
Eran las 14.30 y habíamos
cumplido nuestro objetivo de llegar a tiempo para la hora de la comida.
La segunda sorpresa fue comprobar
que la habitación no estaría disponible hasta las 15.00. En ese caso, lo que
procedía era ir al comedor.
La tercera sorpresa fue el
restaurante. En un hotel de 4 estrellas no me esperaba que todas las comidas
fueran estilo bufet. La impresión fue que había regresado a mis tiempos en el servicio
militar.
Después de comer subimos
inmediatamente a la habitación para ver si todo estaba en orden. Aunque el
cuarto de baño era de dimensiones reducidas y para entrar en la bañera
necesitabas la ayuda de un sherpa, todo parecía correcto; así que, regresamos
adonde habíamos aparcado el coche a recoger las maletas.
Con todo el trajín de ir y venir
cargados con las maletas, arrastrándolas como Robert De Niro arrastraba en la
película “La Misión”, estábamos sudando como en una sauna.
Una vez en la habitación y
mientras deshacíamos las maletas y organizábamos todo, empezamos a comprobar
que el aire acondicionado no enfriaba. Cuando terminamos de organizar la
habitación, bajamos a recepción a preguntar qué pasaba y allí se empezó a
formar el follón.
La señorita de recepción nos dijo
que el aire se había estropeado el sábado (en ese momento era lunes por la
tarde) y que estaban esperando a que los técnicos lo arreglaran. Hubo algunos
huéspedes que comentaron en un tono demasiado alto que eso era intolerable y lo
cierto es que, en realidad, se estaba mucho mejor en la calle que en la
habitación.
Al no funcionar el aire
acondicionado la alternativa era abrir la ventana para dormir frescos por la
noche. El problema era que justo al lado, había una torre de refrigeración que
hacía un ruido infernal. Alternativa descartada.
Fuimos a dar un paseo por el
pueblo, minúsculo hasta decir basta. Entramos en la iglesia. Estaba desierta,
pero eso no era obstáculo para que el campanero siguiera con su concierto.
Encontramos un bar a la sombra y
pedimos algo de beber. Tal vez, con algo de alcohol y un poco de tranquilidad
se nos fuera pasando el cabreo.
Durante todo el tiempo estuvieron
tañendo las campanas. Y lo malo es que parecía que sonaban a muerto. Y
efectivamente, algo más tarde, pasamos de nuevo por la iglesia y vimos cómo
había un coche fúnebre y un grupo de personas esperando a que introdujeran el
féretro en el templo.
Regresamos a la habitación y
finalmente comprobamos que allí íbamos a pasar una mala noche. Sin aire
acondicionado y con la ventana cerrada por obligación.
Bajamos al restaurante sin muchas
ganas de cenar. Había un numeroso grupo de personas esperando en la puerta a
que algunos de los que estaban cenando dentro, se levantaran y se fueran. Ante
semejante perspectiva y dado que el menú tampoco era como para tirar cohetes,
decidimos buscar un sitio donde tomar una tapa mientras disfrutábamos de una
noche fresca y agradable.
Comprobamos que los dos tugurios que
había más cerca del hotel estaban llenos. Al final, volvimos al mismo sitio
donde habíamos tomado la copa por la tarde. Se estaba de maravilla, lo cual,
parecía un contrasentido: era difícil de entender que estuvieras mejor en una
cafetería que en tu habitación de un hotel de 4 estrellas.
A la mañana siguiente bajamos a
desayunar y hablamos con recepción, otra vez, y nos informaron que estaban
esperando a que llegaran los técnicos para arreglar el problema. Les informamos
que nosotros habíamos contratado un hotel con todos sus servicios y que, en
esas circunstancias, cancelábamos nuestra estancia.
Conseguí averiguar el truco para
acercar el coche hasta la puerta del hotel. Metimos las maletas en el coche y
empezamos nuestro regreso a casa.
La primera decisión era si íbamos
a parar a mitad de camino, tal y como habíamos previsto en un principio, en
Ávila; pero el problema era que la reserva en Ávila era para el día 20 de
agosto. Llamamos y nos dijeron que no podían cambiar la fecha porque el parador
estaba completo. Una alternativa era intentar encontrar algo a modo de
improvisación, pero tal y como se nos habían dado las cosas, parecía algo
arriesgado intentar encontrar un hueco para una noche en un sitio desconocido. Opción
descartada. Tan sólo quedaba la más terrorífica: hacer todo el trayecto entero
y sin pernoctar. Más de 1.100 kms.
Para hacerlo más entretenido, le
llevamos la contraria al GPS, que nos enviaba por Portugal, tal y como hizo a
la ida. En esta ocasión decidimos que el camino más apropiado era
Orense-Zamora-Salamanca-Cáceres-Sevilla y a casa.
Lógicamente, recorrimos la A52 y
la A66. Hoy, 14/08/2025 ambas vías, junto con otras carreteras nacionales, han
estado cortadas varias horas debido a los graves incendios que asolan la región.
A nosotros, el GPS nos advertía el martes del riesgo de incendios, pero en vez
de fuego, lo que nos cayó del cielo fue un Diluvio, de tal calibre, que tuvimos
que refugiarnos debajo de un puente porque no sabíamos si lo que se estrellaba
contra el cristal eran gotas como elefantes o granizo.
Después de sortear amagos de
incendios, principio de inundaciones y tras unas 15 horas de viaje, conseguimos
llegar a casa sanos y salvos.
A veces, los planes no salen
bien.
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