Desde hace algunas semanas la prensa del corazón – y la que no es del corazón también – nos viene sorprendiendo con noticias, cuanto menos, llamativas. Primero fue nuestra inefable Ana Obregón, que no puede dejar pasar una portada de verano sin su presencia, ya sea en bikini o con su hija-nieta. El asunto en sí mismo da como para un estudio psiquiátrico en profundidad, pero de momento me voy a quedar ahí, sin entrar en laberintos.
Más tarde supimos que Al Pacino y
Robert De Niro, ambos octogenarios, iban a ser padres nuevamente.
Continuando dentro del panorama
español, el juez estrella Santiago Pedraz, que acapara tantas portadas en los
telediarios de la sección de tribunales como de las de la prensa rosa, ha
anunciado que, a sus 64 años, va a ser padre de nuevo. Y ayer mismo, otro
ilustre conocido hispano, éste del mundo del fútbol, Fernando Hierro, va a
tener otro bebé a sus 55 años.
Yo entiendo lo del divorcio, como
no puede ser de otra manera. Puedo llegar a entender que, a una persona de edad
madura, ya sea hombre o mujer, le apetezca establecer una relación sentimental con
otra más joven. Ejemplo de esas uniones hay docenas: Demi Moore con 46 años se
casó con Ashton Kutcher (26); Madonna (59) y Kevin Sampaio.
Ella es 27 años mayor, etc.
A lo largo del tiempo el tema de
la diferencia de edad ha ido evolucionando. En un principio y hasta hace no
mucho, se había aceptado que el hombre debía ser mayor que la mujer. Incluso en
ciertos entornos y circunstancias, cuanta mayor fuera la diferencia, mejor. Esa
podría ser al menos la ideología de tiempos pretéritos – los de nuestros padre
y abuelos y los ancestros – en la que la mujer pasaba de depender del padre a
hacerlo de un señor y, por tanto, se presumía que un señor con más años podría
proporcionar la estabilidad económica a la novia.
El caso contrario, el que una
mujer fuera mayor que su marido, hasta no hace mucho tiempo no estaba
socialmente muy bien visto. Se percibía a la mujer como una especie de viciosa,
de asaltacunas, todo lo contrario de si era el hombre el que tomaba a una nueva
pareja mucho más joven que él. Sólo el hecho de que algunos artistas de
Hollywood fueran mostrando con la espontaneidad americana que esa diferencia de
edad no debía ser objeto de crítica, sólo así, se fue aceptando poco a poco esa
nueva forma de entender las relaciones de pareja. Unas relaciones que cambiaron
drásticamente cuando la mujer se hizo independiente por tener su propio empleo y,
por tanto, su independencia económica.
Una vez admitida socialmente que
la diferencia de edad entre los cónyuges puede ser más o menos grande y que da
igual quién es el mayor, ya sea el hombre o la mujer, quedaría por establecer
una ventana de aceptación de lo que se entiende por una diferencia “normal” en
la pareja. Lo que, en cualquier caso, rompe todos los esquemas mentales, es que
una persona que sobrepasa los ochenta años, vaya a convertirse en padre. Y especifico
PADRE, porque es evidente que la Naturaleza nunca deja de trabajar, y a las
hembras de cualquier especie, incluida la humana, les retira la posibilidad de
engendrar por la vía natural, lo que en términos puramente biológicos les
impide ser MADRES. Otra cosa, son los laboratorios y los experimentos.
En estos casos donde la
diferencia de edad es abismal, más que poner el foco en el protagonista (De
Niro o Pacino), prefiero centrarme en ellas. ¿Qué impulsa a una joven de apenas
treinta años a establecer una relación sentimental con un octogenario? ¿Es
amor? ¿Es sólo interés, notoriedad, seguridad, estabilidad?
¿Y a ellos? ¿La reafirmación de
su virilidad? ¿Reafirmar su capacidad de conquista? ¿Quién se va a levantar por
la noche cuando llore el bebé? ¿Quién va a cuidarlo cuando estén trabajando en
una película o en el teatro? ¿La esposa o la niñera?
¿Y alguien se ha planteado cómo
puede afectar a esos niños el hecho de venir al mundo con un padre que en algún
caso ni siquiera existe (Ana Obregón), y en otros desaparecerá mucho antes de
lo que debiera? ¿Qué será de ellos, de su formación, de su estructura
sentimental y afectiva? ¿Recibirán todo el cariño y la atención que requieren?
Y no me refiero a la parte económica, me refiero a la parte emocional.
Actualmente, la ciencia ha hecho posible,
avances que podrían calificarse de milagrosos, pero en casi todos ellos, hay un
componente ético, moral, social, que no podemos ignorar.
Estos avances pueden permitir
modificaciones genéticas que revierten enfermedades, que permiten la elección
de sexo en un embarazo y que, en definitiva, nos convierten en dioses con poder
de dar y quitar vida. Inseminaciones artificiales, vientres de alquiler,
congelación de esperma y de óvulos. Todo ello, empleado de manera “apropiada”
proporciona felicidad a personas que de otra forma no podrían satisfacer su
deseo de ser padres. Pero al mismo tiempo la sociedad también debería prestar
atención a ciertas situaciones que, aun siendo perfectamente legales, entrañan
un cierto riesgo para la parte más débil de esta ecuación: el bebé.
De igual modo que el bebé puede
ser asesinado legalmente mediante un aborto, - que debe cumplir ciertos
requisitos-, también debería de estudiarse qué consecuencias tendría para él su
propio nacimiento. Este aspecto sí se tiene en cuenta en aquellos nichos
sociales en los que la economía es de mera subsistencia. A los pobres se les
aconseja no procrear más dado que su descendencia no va a ser convenientemente
atendida, pero no se utiliza el mismo rasero con los ricos, como si la
capacidad económica fuera el principal dato a tener en cuenta. Habría que
aplicar los mismos criterios que se aplican en los procesos de adopción, donde
se estudian todos los aspectos – económicos, sociales, familiares, etc. – que influyen
en el desarrollo del menor.
Sin duda alguna, la ciencia es capaz de avanzar y proporcionar soluciones a problemas que la naturaleza ha decidido dar por cerrado, pero al mismo tiempo, el derecho, tanto nacional como internacional, debería intervenir y contemplar ciertos aspectos inherentes a la seguridad del menor. De otra forma, sólo los ricos podrán ser totalmente libres de procrear tanto como quieran.