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jueves, junio 08, 2023

Paternidades tardías.

Desde hace algunas semanas la prensa del corazón – y la que no es del corazón también – nos viene sorprendiendo con noticias, cuanto menos, llamativas. Primero fue nuestra inefable Ana Obregón, que no puede dejar pasar una portada de verano sin su presencia, ya sea en bikini o con su hija-nieta. El asunto en sí mismo da como para un estudio psiquiátrico en profundidad, pero de momento me voy a quedar ahí, sin entrar en laberintos.

Más tarde supimos que Al Pacino y Robert De Niro, ambos octogenarios, iban a ser padres nuevamente.

Continuando dentro del panorama español, el juez estrella Santiago Pedraz, que acapara tantas portadas en los telediarios de la sección de tribunales como de las de la prensa rosa, ha anunciado que, a sus 64 años, va a ser padre de nuevo. Y ayer mismo, otro ilustre conocido hispano, éste del mundo del fútbol, Fernando Hierro, va a tener otro bebé a sus 55 años.

Yo entiendo lo del divorcio, como no puede ser de otra manera. Puedo llegar a entender que, a una persona de edad madura, ya sea hombre o mujer, le apetezca establecer una relación sentimental con otra más joven. Ejemplo de esas uniones hay docenas: Demi Moore con 46 años se casó con  Ashton Kutcher (26); Madonna (59) y Kevin Sampaio. Ella es 27 años mayor, etc.

A lo largo del tiempo el tema de la diferencia de edad ha ido evolucionando. En un principio y hasta hace no mucho, se había aceptado que el hombre debía ser mayor que la mujer. Incluso en ciertos entornos y circunstancias, cuanta mayor fuera la diferencia, mejor. Esa podría ser al menos la ideología de tiempos pretéritos – los de nuestros padre y abuelos y los ancestros – en la que la mujer pasaba de depender del padre a hacerlo de un señor y, por tanto, se presumía que un señor con más años podría proporcionar la estabilidad económica a la novia.

El caso contrario, el que una mujer fuera mayor que su marido, hasta no hace mucho tiempo no estaba socialmente muy bien visto. Se percibía a la mujer como una especie de viciosa, de asaltacunas, todo lo contrario de si era el hombre el que tomaba a una nueva pareja mucho más joven que él. Sólo el hecho de que algunos artistas de Hollywood fueran mostrando con la espontaneidad americana que esa diferencia de edad no debía ser objeto de crítica, sólo así, se fue aceptando poco a poco esa nueva forma de entender las relaciones de pareja. Unas relaciones que cambiaron drásticamente cuando la mujer se hizo independiente por tener su propio empleo y, por tanto, su independencia económica.

Una vez admitida socialmente que la diferencia de edad entre los cónyuges puede ser más o menos grande y que da igual quién es el mayor, ya sea el hombre o la mujer, quedaría por establecer una ventana de aceptación de lo que se entiende por una diferencia “normal” en la pareja. Lo que, en cualquier caso, rompe todos los esquemas mentales, es que una persona que sobrepasa los ochenta años, vaya a convertirse en padre. Y especifico PADRE, porque es evidente que la Naturaleza nunca deja de trabajar, y a las hembras de cualquier especie, incluida la humana, les retira la posibilidad de engendrar por la vía natural, lo que en términos puramente biológicos les impide ser MADRES. Otra cosa, son los laboratorios y los experimentos.

En estos casos donde la diferencia de edad es abismal, más que poner el foco en el protagonista (De Niro o Pacino), prefiero centrarme en ellas. ¿Qué impulsa a una joven de apenas treinta años a establecer una relación sentimental con un octogenario? ¿Es amor? ¿Es sólo interés, notoriedad, seguridad, estabilidad?

¿Y a ellos? ¿La reafirmación de su virilidad? ¿Reafirmar su capacidad de conquista? ¿Quién se va a levantar por la noche cuando llore el bebé? ¿Quién va a cuidarlo cuando estén trabajando en una película o en el teatro? ¿La esposa o la niñera?

¿Y alguien se ha planteado cómo puede afectar a esos niños el hecho de venir al mundo con un padre que en algún caso ni siquiera existe (Ana Obregón), y en otros desaparecerá mucho antes de lo que debiera? ¿Qué será de ellos, de su formación, de su estructura sentimental y afectiva? ¿Recibirán todo el cariño y la atención que requieren? Y no me refiero a la parte económica, me refiero a la parte emocional.

Actualmente, la ciencia ha hecho posible, avances que podrían calificarse de milagrosos, pero en casi todos ellos, hay un componente ético, moral, social, que no podemos ignorar.

Estos avances pueden permitir modificaciones genéticas que revierten enfermedades, que permiten la elección de sexo en un embarazo y que, en definitiva, nos convierten en dioses con poder de dar y quitar vida. Inseminaciones artificiales, vientres de alquiler, congelación de esperma y de óvulos. Todo ello, empleado de manera “apropiada” proporciona felicidad a personas que de otra forma no podrían satisfacer su deseo de ser padres. Pero al mismo tiempo la sociedad también debería prestar atención a ciertas situaciones que, aun siendo perfectamente legales, entrañan un cierto riesgo para la parte más débil de esta ecuación: el bebé.

De igual modo que el bebé puede ser asesinado legalmente mediante un aborto, - que debe cumplir ciertos requisitos-, también debería de estudiarse qué consecuencias tendría para él su propio nacimiento. Este aspecto sí se tiene en cuenta en aquellos nichos sociales en los que la economía es de mera subsistencia. A los pobres se les aconseja no procrear más dado que su descendencia no va a ser convenientemente atendida, pero no se utiliza el mismo rasero con los ricos, como si la capacidad económica fuera el principal dato a tener en cuenta. Habría que aplicar los mismos criterios que se aplican en los procesos de adopción, donde se estudian todos los aspectos – económicos, sociales, familiares, etc. – que influyen en el desarrollo del menor.

Sin duda alguna, la ciencia es capaz de avanzar y proporcionar soluciones a problemas que la naturaleza ha decidido dar por cerrado, pero al mismo tiempo, el derecho, tanto nacional como internacional, debería intervenir y contemplar ciertos aspectos inherentes a la seguridad del menor. De otra forma, sólo los ricos podrán ser totalmente libres de procrear tanto como quieran.