Lamentablemente, todo ha terminado como intuíamos que iba a hacerlo. Las tragedias en el mar no suelen terminar como las comedias románticas, que siempre terminan bien. El mar es implacable y sólo en muy contadas ocasiones, la historia termina con un final feliz. No ha sido éste el caso.
De todas formas, a media que
pasaban las horas y los días y se nos iban dando detalles a cuenta gotas, cada
una de esas novedades representaba un nivel de asombro mayor que el anterior. Desde
luego no soy ningún Jacques Cousteau, pero tampoco creo que sea
imprescindible para aplicar un mínimo de sentido común.
Lo primero que llama la atención
es que esa especie de submarino, se manejara con un mando de un juguete. Por
muy seguro que haya demostrado ser el mando a lo largo de su dilatada
existencia, la imagen de manejar una nave que es capaz de sumergirse a miles de
metros bajo el mar con algo así, es como para pensárselo. Podrían haber imitado
a la nave del capitán Nemo y eligieron imitar a la Play Station. Eso puede dar
una idea del concepto que impulsó a los creadores de diseñar un juguete caro. Y
caro les salió, a fe mía.
Otro de los datos inauditos es
que eso a lo que llamamos nave, sólo podía abrirse desde el exterior. O lo que
es lo mismo, no sé a quién le puede seducir la idea de meterse en una lata de
sardinas de modo voluntario.
Hace muchos años estuve en un
submarino turístico en Mallorca. No descendimos más que unas pocas decenas de
metros y el espacio en el interior, era más que suficiente para la docena de
personas que estábamos allí. Además, por los portillos, podíamos ver a los
buzos dando de comer a los peces que acudían como las palomas de un parque a
las migas de pan. Fue una sensación relajada, placentera y en modo alguno
claustrofóbica.
No me cabe en la cabeza que
alguien se preste a un viaje a miles de metros de profundidad, metiéndose en
una nave que no tiene escotilla manejable desde el interior. No puedo imaginar
la sensación de ir apretados como sardinas en un espacio tan reducido, mientras
compruebas que el motor no funciona, que te vas a pique y que no funciona la
radio. Al final, la lata de sardinas se convirtió, fatalmente, en su propio ataúd,
un espacio que – al igual que el submarino - sólo se abre por fuera.
También me llama la atención la
aparente inexistencia de unos motores auxiliares, al menos para que, en caso de
emergencia, puedan poner al submarino en la superficie y pueda ser rescatado.
Tampoco se les ocurrió incluir alguna especie de baliza, como la que llevan los
aviones, que en caso de accidente señala su posición. Y ni que decir tiene, que,
para casos de emergencia, hubiera sido muy conveniente incluir unos flotadores
gigantes, como esos que se utilizan para extraer del fondo del mar los
hallazgos y tesoros valiosos, o los que se utilizaban para mantener a flote las
naves espaciales cuando amerizaban en su regreso.
En fin, que hasta ahora todo
parece indicar que la única obsesión de los ingenieros era bajar, y que lo de
subir, al parecer, no era prioritario. Algo así a los atentados del 11-S en EE.
UU, cuando los pilotos suicidas que se adueñaron de los aviones, habían
recibido clases y sólo mostraron interés en cómo despegar y pilotar, pero no en
cómo aterrizar. ¡Terrible!
La soberbia humana y la codicia,
fueron las herramientas de las que se valió el destino para mandar al fondo del
mar al barco que fue calificado como insumergible, el Titanic. El capitán del
barco y el propietario de la naviera, desoyeron las noticias de que la ruta que
seguían, estaba repleta de icebergs.
En el caso del mini submarino,
los dueños de la empresa hicieron caso omiso de los múltiples consejos que les
dieron los ingenieros, acerca de los riesgos de seguridad. Debieron pensar que
a razón de 200.000 USD el viaje por persona, lo de los riesgos era secundario.
El General Custer desoyó el consejo de no atacar a los indios y esperar a los
refuerzos.
Así es que, el barco
insumergible, se hundió; el submarino, no pudo reflotar; y Custer, ya sabemos
cómo terminó.
La soberbia los ha matado a
ellos. Lo triste es que también ha habido muertes colaterales.