Si alguna vez reflexionamos acerca de los inventos que este pueblo ha proporcionado a la humanidad, resulta tan sorprendente como incomprensible el escaso reconocimiento que se les ha hecho. La lista puede ser tan extensa como se desee, pero sólo mencionaré unos pocos que pueden servir de ejemplo: el papel, la imprenta, la pólvora, la brújula, la carretilla, el sismógrafo, las cometas, la porcelana o la pasta. No es necesario profundizar en el impacto que han tenido en nuestra civilización todos estos avances. Son una muestra inequívoca de su capacidad de inventiva, imaginación e inteligencia.
Pero a mí, personalmente, hay
algo que me deja perplejo de esta gente. Cada vez que entro en un chino a
comprar algo y no lo encuentro, le pregunto a la dependienta de turno, que
parece recién desembarcada en Barajas proveniente de Sin Xuan y con un español
rudimentario semejante al que ponen en las películas a Toro Sentado, tarda cero
coma milisegundos en decirme dónde está EXACTAMENTE lo que busco. No es que me
dé unas indicaciones genéricas de por dónde puede estar. Es que me indica con
variación de error CERO, dónde está. Da igual que le pidas un sobre para
envíos, unas fundas para CD’s, unas cerillas superlargas o una redecilla para
cocer los garbanzos del cocido. Tú se lo preguntas y en menos de un segundo te
lleva directamente al lugar donde está, que, por cierto, tú ya has pasado tres
veces por delante y no lo has visto.
Me pregunto qué truco deben usar
para tener almacenados en su cabeza los miles y miles de referencias de sus
productos y saber dónde están todos y cada uno de ellos. Son como super
ordenadores cuánticos, pero con piernas. Jamás los he visto dudar. Su capacidad
de entender el español resulta asombrosa porque ni siquiera tienes que
repetirle lo que buscas. Te mira atentamente, te escucha, y después, o te dice
con la precisión de un GPS dónde está, y si está lejos, hasta te acompaña. No
fallan jamás.
Y cuando vas a un restaurante
chino, igual. Te dan una carta que parece la tarjeta de un bingo, con 200
platos numerados. Tú te pasas diez minutos eligiendo lo que vas a pedir y al
final, te cuesta trabajo recordarlo. De repente, llega el camarero y le das
tres números: el 86, un 43 y un 27, y el tío va y te repite en voz alta:
“ternera con pimientos, pato laqueado y arroz de la casa” y se queda tan
tranquilo. A ti te ha costado diez minutos elegir y tienes que poner una señal
en la carta para acordarte y el tío accede a la base de datos de modo
inmediato.
¿A que son increíbles?