Hubo un tiempo en el que, a algún charlatán, con cara de cómico inglés y aspiraciones de visionario, se le ocurrió la feliz idea de intentar unir al agua y al aceite en una suerte de amalgama eterna e inquebrantable. A su ocurrencia la llamó “Alianza de Civilizaciones” y tenía como objetivo último ignorar todos los esfuerzos que durante siglos hicimos los cristianos y los musulmanes para quedarnos cada uno en su casa y Dios y Alá en la de los suyos. A dicho intento sólo se sumó un único país: Turquía, por obvias razones.
Tener un apartamento en alquiler
vacacional, aparte de un curro mortal y de mantenerte esclavizado y pendiente
del calendario, te proporciona una visión del ser humano algo más amplia, de
modo que vas conformando una especie de puzle con unos rasgos y características
comunes en función de su estatus socio económico y su país de origen. Este año,
por algún extraño sortilegio, toca recibir – uno tras otro – a turistas que
provienen de Oriente Medio: Emiratos Árabes, Kuwait, Qatar…No es la primera vez
que entre nuestros invitados figuran personas de aquella zona del planeta, pero
en estos días, hemos recibido una queja injusta: somos racistas.
El matrimonio con dos niños de
unos 10 años, llegó el domingo a eso de las 20.00 horas y se marcharon el
miércoles a las 08.00. Poco tiempo, aunque suficiente para crear inconvenientes.
El problema ha surgido porque, al
parecer, la señora pretendió bañarse en la piscina de la comunidad con burkini
y al llegar a la puerta de la piscina se encontró con un cartel que lo prohibía
expresamente. El gentil esposo, debió montar en cólera y en cuanto tuvo ocasión
al salir del apartamento tardó ná y menos en acusarnos de racistas ante la
plataforma con la que habían hecho la reserva. Eso originó un email por parte
de la plataforma, en unos términos muy duros, y muy injustos, en el que, en vez
de preguntar por lo sucedido, se limitaron a asumir como propios los falsos
argumentos del cliente y sentenciarnos, no sin antes amenazarnos con
expulsarnos de dicha plataforma y ser condenados al infierno de Alá, si es que
Alá tiene infierno.
Como todo el mundo sabe, o
debería saber, en España, está prohibido bañarse en una piscina pública con
camisetas, pantalones y cualquier otra vestimenta ajena a lo que es un traje de
baño, ya seas, musulmán, cristiano, de Tomelloso o del At. de Bilbao. Al
parecer los amantes del burkini, también desean exportar, además de petróleo y
gas, sus machistas costumbres a todos los países que visitan, sin tener en
cuenta que, por ejemplo, mi mujer no tendría permitido hacer top les en sus
playas, entrar en una mezquita con una camiseta con manga corta o minifalda e
incluso en algunos países, ir por la calle sola sin acompañante masculino de la
familia.
Por poner un ejemplo: una de esas
familias a las que hemos recibido en estos días (matrimonio con dos hijos,
chico y chica), el hombre al dar la mano a mi mujer para saludarles, él le dio
la muñeca. Sí, sí, la muñeca. El Corán prohíbe saludar a una mujer que no sea
de la familia. A mí me dio la mano. No le denunciamos a la policía, entendemos
y aceptamos sus extrañas costumbres. Pero una cosa es aceptar algunas costumbres,
aunque nos sean poco entendibles y otra que se nos acuse de ser racistas.
Mi mujer, como es lógico,
respondió a las acusaciones del individuo y de la plataforma vacacional,
argumentando el sentido de la prohibición, que nada tiene que ver con la
religión y sí con la higiene. Lo triste del caso es que la plataforma todavía
no ha publicado nuestra respuesta en la que explicamos el problema, con lo que
ahora mismo, sólo está disponible la versión sesgada del individuo, en la que,
entre otras cosas, aconseja que ningún musulmán que se quiera bañar con burkini
reserve en nuestra urbanización.
Me da igual cómo se bañen en su
país, pero esto es España.
Cada día estoy más contento de cómo
Las Cruzadas fijaron los territorios. Nosotros nos guiamos por el Sol, ellos
por la Luna. No podemos ser más diferentes.