Hace años, el signo inequívoco de que ya era
Navidad, era el encendido de la espectacular decoración que El Corte Inglés
hacía en su centro de Madrid, el de la Puerta del Sol. Entonces, sólo había uno.
Sólo entonces, se podía hablar de que estábamos en período navideño. Se había
dado el pistoletazo de salida a esa especie de frenesí incontenible que invadía
a todos, de comprar y gastar más de lo habitual, que solía ser cero.
Todas las ciudades se inundaban de luz, de
adornos, de ilusión. Los escaparates de las tiendas, se engalanaban con sus más
vistosos y llamativos ornamentos. La gente, hasta parecía feliz. Todos se
deseaban paz, amor y felicidad.
Eran tiempos de envío de Christmas por correo
ordinario – el único que había- de visitas a casa - y a horas desacostumbradas
- del cartero, del barrendero, del sereno – porque entonces todavía había
serenos – del portero de la finca, en pedigüeña procesión en demanda de un
extinto aguinaldo – uséase: propina, que diría el inefable portero de “La Gran
Familia”. Los pobres, pidiendo a los pobres. Y claro, como te llamaban a la
puerta y te lo pedían a la cara, a ver quién era el valiente que le negaba a tu
propio portero – entonces no había conserjes – una propina, por mucho que el
trabajo extra de bajarte la basura al portal, ya estuviera remunerado.
Eran tiempos de castañas asadas, de belenes y
de Reyes Magos. De árboles de Navidad comprados en la Plaza Mayor y puestos
encima de la baca del Seat 600 para llevarlos a casa, cuando aún se podía
llevar el 600 a la Plaza Mayor, antes de que se prohibiera en 50 kms a la
redonda la circulación por sus aledaños bajo amenaza de ser objetivo de un
misil lanzado por un “guripa” municipal.
De adornos sacados de la misma bolsa de
siempre, en la que año tras año, se constataban las roturas de las bolas, tan
quebradizas como brillantes.
Lo de Papá Nöel, fue otro invento de El Corte
Inglés, una invasión más de nuestras costumbres patrias, por parte de esos
países protestantes del centro y norte de Europa. De una Europa, en la que
España, no estaba…ni se la esperaba.
Eran tiempos de una televisión en blanco y
negro. Y cuando digo una, quiero decir literalmente una, porque no había más.
Eso sí, con el UHF, como signo de modernidad más absoluto.
Todavía existían las tiendas de barrio - las
de ultramarinos y las tiendas de juguetes - aunque poco a poco, se iban
imponiendo los grandes almacenes (Galerías, SEPU, El Corte Inglés…).
Se bebía sidra. El cava no se conocía y el champán
era para los potentados. El turrón era del duro. Pero duro de cojones! Tanto,
que había que partirlo con un martillo y un cuchillo y luego echarle valor para
metértelo en la boca y masticarlo. Las cenas eran en familia. Todos. Como no
había divorcios, las dos familias de los matrimonios, se juntaban en una sola
casa, generalmente la más grande. Así no había problemas de “este año toca
Nochebuena con mi madre y los niños con los abuelos del primer matrimonio”.
Eran tiempos de villancicos, de pandereta, de
matasuegras. De largas cartas enviadas por mi tío emigrante, desde Caracas, que
como tantos otros – entonces como ahora – estaban fuera de España, pero España
no estaba fuera de ellos. Luego, con el transcurrir de los años, las cartas se
volvieron cintas magnetofónicas – no se había inventado todavía el casette – y
además incluían villancicos Venezolanos, que nada tenían que ver con los
tradicionales nuestros de toda la vida.
Eran tiempos en donde se escribía la Carta a
los RRMM y hacías colas larguísimas en el centro de Madrid para dársela a los
pajes de SSMM. Y ya entonces tenías que pensar el elegir bien lo que ibas a
pedir, a sabiendas de que no te lo iban a traer todo. Entonces, no eran
necesarios psicólogos ni pedagogos, aconsejando en TV no dar todo lo que
pidieran los niños. Bastaba con ser humildes o simplemente pobres. Aunque, eso
sí, mi tío Joaquín, el de Caracas, me
enviaba unos juguetes espectaculares que aquí no se veían. El Mecano, era el
juguete estrella.
Yo, la verdad, me contentaba con poco. El
uniforme del cabo Rusty, de la serie de TV “Rin Tin Tin” - el perro, ya lo
ponía mi tío que para eso vivía en la puerta de enfrente a la nuestra - o el
uniforme del Real Madrid, con el 9 de D. Alfredo Di Stéfano, que años después,
mi madre decidió de modo unilateral – muy de su estilo - hacer trapos para
fregar, simplemente porque decía que ya no lo usaba. Como si eso fuera una
razón suficiente! ¡La camiseta de D. Alfredo, por los suelos! ¡Abrase visto
semejante sacrilegio! Siempre me quedé con las ganas de tener un Scalextric.
Luego, unos años más tarde, empezamos a oír
hablar de una crisis con apellido: la crisis del petróleo y de pronto, ya no
había tantas luces en Madrid, ni tantas calles engalanadas. Era para ahorrar
energía, una palabra que no habíamos escuchado antes: energía. La ciudad, se
fue volviendo algo menos brillante, algo más gris, algo más triste, algo más
fría. Como ahora.
Después, las corrientes foráneas, poco a poco
se fueron imponiendo en nuestras costumbres y así, Papá Nöel, se fue haciendo
un hueco en el nicho de mercado de la Navidad, por encima de los Reyes Magos. Se
decía entonces, a modo de justificación, que de esa forma los niños tenían más
tiempo para jugar, porque con los RRMM, un par de días después, cuando aún no
te había dado tiempo a cansarte de los juguetes, tenías que volver al colegio,
después de las vacaciones.
El Corte Inglés, se fue quedando solo en el
sector de los grandes almacenes, convirtiéndose en una especie de monopolio con
su eslogan: “si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero”. Se engulló a
Galerías Preciados, y a SEPU y mucho más tarde a C&A y a todos los que
intentaron hacerle la competencia.
Descubrimos la verdadera identidad de SSMM
los Reyes Magos, como si de un primigenio Edward Snowden se tratara. Dejamos de
montar los belenes, de cantar villancicos, de recibir regalos desde Caracas, de
tocar la pandereta e incluso a algún gilipollas, se le pasó por su brillante
única neurona, dejar de celebrar la Navidad para no ofender a otras religiones.
Y ahora, además, aunque quisiera, no podría regalarme un Scalextric, porque la
empresa ha quebrado.
Empezamos a comprar árboles de navidad
biodegradables, artificiales y “made in Taiwan”. Las bolas, ya no brillan
tanto, pero por lo menos, no se rompen. Ahora son casi tan duras, como el
turrón de entonces. Ahora los turrones, son Light: sin azúcar, con sacarina, o
con sabor a cebolla confitada con aromas de nitrógeno, al estilo de Ferrán
Adriá. Ya no se bebe sidra. Ahora se bebe cava de Cuenca, porque estamos un
poquito hasta los pies de los que fabrican el cava de toda la vida. Las cenas,
se hacen cada año en un sitio diferente y cada uno por su lado, y todo se
complica más, con los divorcios, los hijos de tus parejas y ex parejas, los
emigrados y los abuelos, que cada día pintan menos y hace tiempo que dejaron de
intentar entender lo que pasa.
Hoy ya no se estilan los juguetes. Hoy lo que
se lleva es la PSP, el iPad, un iPhone con sonido estereofónico y sensorround,
con acceso a Internet a 200 gb y oh maravilla!, con el que puedes hablar como
si fuera un teléfono. Instrumentos todos ellos inventados para la comunicación
entre las personas y que por mor de no se sabe muy bien qué, es la causa
principal de incomunicación entre las mismas. Resulta demoledor ver a un grupo
de personas sentadas físicamente juntas y cada una embelesada con un artilugio
de esos y unos auriculares puestos, haciendo caso omiso de los seres que tiene
a su alrededor.
Las ciudades, ya no son tan bulliciosas -
probablemente porque los ciudadanos ya no están para alborotos o porque se
pasan el día “conectados” y en silencio – ni tan iluminadas. Ni los escaparates
son tan luminosos ni se muestran tan ornamentados. De hecho, más de la mitad,
se los ha llevado la última crisis por delante, junto con unos pocos miles de
puestos de trabajo.
De caracas ya no viene nada, excepto
discursos esperpénticos de un tarado con poder omnímodo, como Nerón. Casi igual
que de Barcelona.
Y hasta El Corte Inglés, atraviesa por
dificultades económicas. Ahora su eslogan ya no es “si no queda satisfecho, le
devolvemos su dinero”. Ahora lo han cambiado por “por favor, cómprame algo,
payo!”.
No. Esto ya no es lo que era.