Ya estamos en Navidad. Este año es Navidad hasta en El Corte Inglés, que llevaba unos
añitos de capa caída. Pero aún así, a pesar de que ahora tímidamente, empezamos
a mirar al horizonte con un poco más de optimismo, seguimos estando de mierda
hasta la barbilla. Antes estábamos hasta las cejas. Vamos mejorando.
El otro día, en un TD, se hablaba de cómo ha
evolucionado el tema de las comidas de empresa por Navidad. Ahora, se ha vuelto
a retomar esa costumbre que durante los años de plomo de la crisis, dejó
desiertos los restaurantes, bares y cafeterías, a la espera de que la marea los
volviera a arrojar a sus barras y a sentar a sus mesas. Ahora, lo que se lleva,
es que todos compartan mesa y mantel y todos van a escote, o sea, que el
condumio se apoquina entre todos a partes iguales. Antes, no era así.
Recuerdo cenas de Navidad de la empresa, en
la que no solamente íbamos todos los empleados sino que en la mayoría de los
casos, iban también nuestras parejas. Y por supuesto, todo pagado
religiosamente por la empresa. Hasta la barra libre de después de la cena. El
Meliá Castilla o el Florida Park, por ejemplo, pueden dar testimonio de la
asistencia de entre 500 y 700 personas y con espectáculo incluido. Juan
Tamariz, Mari Carmen y sus muñecos o el mete patas de Manolo Royo, nos deleitaron
en algunos casos y en otros, como el Royo, nos lo hicieron pasar sencillamente
mal.
Además de esa cena general, en muchos casos
se organizaban cenas de departamentos, en las que los colegas con los que
compartíamos las penas y alegrías cada día, decidíamos juntarnos y arrasar
Madrid. Esa, claro, corría a cargo de nuestro otrora bien surtido bolsillo.
Después, poco a poco, las empresas fueron
recortando gastos y durante años, las cenas simplemente desaparecieron del
panorama navideño, como también desaparecieron las cestas de Navidad a todos
los trabajadores, que eran tan fijas y seguras como el Concierto de Año Nuevo
en Viena.
Probablemente, todos esos cambios, unidos a
la propia crisis, al miedo por perder el puesto de trabajo y la nostalgia de
quien lo tuvo y lo perdió, hayan contribuido a generar un ambiente laboral
bastante más frio, más aséptico, más profesional, que el que por entonces había
en las empresas. Se respiraba un cierto aire de compadreo, de agradecimiento
incluso, de complicidad, entre los directivos de entonces y los currantes.
Luego, con el devenir de las nuevas circunstancias, llegaron las nuevas reglas
y con ellas, el distanciamiento entre
unos y otros. Distancia que además, se ha ido acrecentando entre los salarios y
las prebendas de los de arriba y las condiciones de semi esclavitud de los de abajo.
Aunque ahora me viene a la memoria que hace
ya mucho tiempo, trabajé en una empresa de cuyo nombre no quiero acordarme, que
ya por entonces había visionado el futuro y lo incorporó echando leches. En una
época en la que no se estilaba, el jefe invitó a toda la empresa a una comida por
Navidad en un restaurante de la carretera de Burgos, cercano al domicilio del
sujeto. La sorpresa fue cuando llegó la hora de pagar. El tipejo, pidió la
cuenta al camarero y cuando todos empezábamos a levantarnos para irnos, soltó: “tocamos
a tantas pesetas cada uno” (obsérvese el término pesetas) y fue cuando nos
volvimos a sentar, pensando en un primer momento que era una broma, por cierto,
de mal gusto. Después, tuvimos que cerrar la boca que se nos había quedado así
del asombro y al mismo tiempo que cerrábamos una, abríamos la cartera para
pagar la cuenta. Lo consideramos una
ordinariez. Claro que poco después, nos enteramos que había proveedores a los
que tampoco les pagaba y tal vez por eso, la empresa estaba en proceso de
venta, momento en el que un servidor aprovechó para salir huyendo.
¡Qué tiempos aquellos! Cuando las empresas
pagaban sueldos decentes, regalaban cestas de Navidad e invitaban a la cena de
la empresa.