jueves, febrero 25, 2016

La República Independiente de Tomelloso.



Hay una película de Woody Allen – El Dormilón – en la que el protagonista, tras permanecer 200 años en estado de hibernación, se despierta en el año 2.174. A partir de ese momento, es testigo directo de las enormes transformaciones que se han producido en la vida de los seres humanos y que afecta a la libertad, a la alimentación y al sexo, por supuesto, sumiendo al protagonista en un estado de asombro permanente.

Pues debo confesar que desde el pasado 21-D tengo la impresión de haber sido abducido por una nave extraterrestre y que cuando me han devuelto a Benalmádena, han cambiado demasiadas cosas, sobre todo en lo relativo a la política y al sentido común, si es que alguna vez ambos conceptos pudieron ir juntos en la misma frase.

Yo recuerdo que antes de ser abducido, la gente clamaba por un cambio y sobre todo, por un cambio de actitud. Lo que parecía que llenaba de ilusión, era que los políticos que nos representan dialogaran más entre ellos. Incluso, en no pocas ocasiones, alguien levantó la voz y llegó a sugerir un gobierno de unidad nacional.

Pues bien, el 20-D los deseos se vieron cumplidos y los españoles – no soporto utilizar el término “el pueblo” – en su infinita sabiduría, decidieron repartir los escaños de tal forma, que ningún partido podía formar gobierno en solitario. A tenor de esos resultados y teniendo muy presente que PODEMOS es un partido de corte marxista, del que por cierto, se sospecha que se financia a través de potencias extranjeras, parece evidente – menos a sus seguidores, claro – que era el partido a descartar. Los otros, estaban descartados por su número de escaños y sus principios.

Usando la lógica más elemental y los principios que impulsan a los distintos partidos con representación parlamentaria, por exclusión, la solución más razonable y que respondía a los deseos de los votantes, parecía que era el gobierno de concentración entre 
PP-PSOE-C’s.

PP, porque era el partido que había ganado las elecciones, claramente.

PSOE, porque a pesar de haber obtenido el peor resultado de su historia, representa a una buena parte de la sociedad en España.

C’s, porque siendo una fuerza emergente, representa una posición política de centro progresista.

Entre los tres, suman 17 millones de votos y 250 escaños. Se podrá calificar de muchas maneras esta unión, pero no creo que a nadie se le ocurra hacerlo como una extravagancia.

Las 3 fuerzas, mantienen muchos puntos en común sobre aspectos básicos que constituyen la columna vertebral de los principios que defendemos: unidad territorial, respeto a la Constitución, lucha contra el terrorismo, posición con nuestros aliados europeos, etc. Por tanto, de ahí podría salir un gobierno sólido, estable y con capacidad para acometer con solvencia y perdurabilidad los cambios que se acordaran entre todos, entre ellos el de la Constitución, que para algunos parece ser uno de los principales problemas a resolver, cuando no es cierto.

Pues bien, eso parece que sería lo lógico, pero como he dicho antes, tal vez lo lógico y la política no debieran ir nunca juntos en la misma frase.

Desde el 21-D, Pedro Sánchez, el mismo que ha obtenido los peores resultados del PSOE en su historia - y para más INRI, estando en la oposición -, se ha envuelto en la capa de Carlomagno y se ha auto erigido en el Pepito Grillo de la clase política europea.

Que un político insulte a otro en directo y en televisión, ya dice muy poco de sus habilidades como interlocutor. Que se niegue a sentarse a hablar con el PP, que es el partido que ha ganado las elecciones, no sólo contribuye a reforzar esa imagen autoritaria que apunta, sino que somete a todos los españoles  y al país, a un estrés innecesario que además, no nos conviene de cara al exterior. Si a esa intransigente y altanera postura – “¿qué parte del NO es la que no ha entendido, señor Rajoy”? – se une el hecho de su viaje a Portugal, para ver si se podía aplicar aquí la misma fórmula que han elegido nuestros vecinos para desalojar del gobierno al cabo de una semana, al partido que había ganado, pues el perfil del candidato, parece ahora más claro.

La postura de Pedro Sánchez es clara. A sabiendas de la necesidad de sus votos para la gran coalición – propuesta por el partido que ha ganado las elecciones - , al negarse a hablar con el PP, no sólo traiciona a los votantes; pone el palito en la rueda de la bicicleta del PP, y por ende, de todos los españoles; es que de esa forma, poniendo la zancadilla, automáticamente da un paso al frente e intenta ser él el Presidente, ninguneando al PP. Para ello, debe cagarse en todo lo que ha venido diciendo desde hace años: “Yo jamás pactaré con populismos” o “No quiero ser Presidente a cualquier precio”, son sólo dos de las frases que ha repetido sin cesar. Y sin embargo, todos hemos sido testigo de cómo se ha sentado a hablar y a pactar con quienes quieren destruir nuestro modelo de convivencia, de libertades, se niegan a condenar al gobierno fascista de Venezuela y de sus otros amigos, y se muestran muy comprensivos con los asesinos de ETA, hasta el punto de calificarles de “movimiento político”. Eso, es lo suficientemente preocupante ya de por sí, pero lo que a mí me resulta incomprensible de todo punto, desde que fui abducido por los extraterrestres, es la negativa a hablar con el PP.

Y si tenía pensado no pactar ni transigir con PODEMOS, ¿para qué carajo se sienta y se hace la foto?

El pacto que han firmado ayer el PSOE y C’s, no es más que una foto. Para modificar la Constitución española se necesita 2/3 de los votos de la Cámara, que no alcanzan con los escaños de esas formaciones. Una amplia mayoría que sin embargo, sí proporciona el pacto PP/PSOE/C’s con 250 escaños. Y no creo que esperen que el PP, después de ser ninguneado y ofendido,  se vaya a sumar a dicho pacto, claro.

Y ahora, Pedro Sánchez, qué pretende con su referéndum interno en el PSOE: ¿unas elecciones generales alternativas? ¿Obtener el apoyo que no le dieron los suyos el 20-D? ¿Coger fuerza para el puesto de Secretario General que tanto le discuten internamente?

Pero, ¿es la Constitución el problema? Pues no, evidentemente. El problema es el paro. El problema es frenar las aspiraciones independentistas de catalanes, vascos, gallegos y hasta es posible que se sumen al carro, los de la República Independiente de Tomelloso.

Estoy por llamar a los de la nave y pedirles que me lleven de nuevo hasta que todo esto termine.


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