Hay una
película de Woody Allen – El Dormilón – en la que el protagonista, tras
permanecer 200 años en estado de hibernación, se despierta en el año 2.174. A
partir de ese momento, es testigo directo de las enormes transformaciones que
se han producido en la vida de los seres humanos y que afecta a la libertad, a
la alimentación y al sexo, por supuesto, sumiendo al protagonista en un estado
de asombro permanente.
Pues
debo confesar que desde el pasado 21-D tengo la impresión de haber sido
abducido por una nave extraterrestre y que cuando me han devuelto a
Benalmádena, han cambiado demasiadas cosas, sobre todo en lo relativo a la
política y al sentido común, si es que alguna vez ambos conceptos pudieron ir
juntos en la misma frase.
Yo
recuerdo que antes de ser abducido, la gente clamaba por un cambio y sobre
todo, por un cambio de actitud. Lo que parecía que llenaba de ilusión, era que
los políticos que nos representan dialogaran más entre ellos. Incluso, en no
pocas ocasiones, alguien levantó la voz y llegó a sugerir un gobierno de unidad
nacional.
Pues
bien, el 20-D los deseos se vieron cumplidos y los españoles – no soporto
utilizar el término “el pueblo” – en su infinita sabiduría, decidieron repartir
los escaños de tal forma, que ningún partido podía formar gobierno en
solitario. A tenor de esos resultados y teniendo muy presente que PODEMOS es un
partido de corte marxista, del que por cierto, se sospecha que se financia a
través de potencias extranjeras, parece evidente – menos a sus seguidores, claro
– que era el partido a descartar. Los otros, estaban descartados por su número
de escaños y sus principios.
Usando
la lógica más elemental y los principios que impulsan a los distintos partidos con
representación parlamentaria, por exclusión, la solución más razonable y que
respondía a los deseos de los votantes, parecía que era el gobierno de
concentración entre
PP-PSOE-C’s.
PP,
porque era el partido que había ganado las elecciones, claramente.
PSOE,
porque a pesar de haber obtenido el peor resultado de su historia, representa a
una buena parte de la sociedad en España.
C’s,
porque siendo una fuerza emergente, representa una posición política de centro
progresista.
Entre
los tres, suman 17 millones de votos y 250 escaños. Se podrá calificar de
muchas maneras esta unión, pero no creo que a nadie se le ocurra hacerlo como
una extravagancia.
Las 3
fuerzas, mantienen muchos puntos en común sobre aspectos básicos que
constituyen la columna vertebral de los principios que defendemos: unidad
territorial, respeto a la Constitución, lucha contra el terrorismo, posición
con nuestros aliados europeos, etc. Por tanto, de ahí podría salir un gobierno
sólido, estable y con capacidad para acometer con solvencia y perdurabilidad
los cambios que se acordaran entre todos, entre ellos el de la Constitución,
que para algunos parece ser uno de los principales problemas a resolver, cuando
no es cierto.
Pues
bien, eso parece que sería lo lógico, pero como he dicho antes, tal vez lo
lógico y la política no debieran ir nunca juntos en la misma frase.
Desde
el 21-D, Pedro Sánchez, el mismo que ha obtenido los peores resultados del PSOE
en su historia - y para más INRI, estando en la oposición -, se ha envuelto en la
capa de Carlomagno y se ha auto erigido en el Pepito Grillo de la clase política
europea.
Que un
político insulte a otro en directo y en televisión, ya dice muy poco de sus
habilidades como interlocutor. Que se niegue a sentarse a hablar con el PP, que
es el partido que ha ganado las elecciones, no sólo contribuye a reforzar esa
imagen autoritaria que apunta, sino que somete a todos los españoles y al país, a un estrés innecesario que además,
no nos conviene de cara al exterior. Si a esa intransigente y altanera postura –
“¿qué parte del NO es la que no ha entendido, señor Rajoy”? – se une el hecho
de su viaje a Portugal, para ver si se podía aplicar aquí la misma fórmula que
han elegido nuestros vecinos para desalojar del gobierno al cabo de una semana,
al partido que había ganado, pues el perfil del candidato, parece ahora más
claro.
La
postura de Pedro Sánchez es clara. A sabiendas de la necesidad de sus votos
para la gran coalición – propuesta por el partido que ha ganado las elecciones
- , al negarse a hablar con el PP, no sólo traiciona a los votantes; pone el
palito en la rueda de la bicicleta del PP, y por ende, de todos los españoles;
es que de esa forma, poniendo la zancadilla, automáticamente da un paso al
frente e intenta ser él el Presidente, ninguneando al PP. Para ello, debe
cagarse en todo lo que ha venido diciendo desde hace años: “Yo jamás pactaré
con populismos” o “No quiero ser Presidente a cualquier precio”, son sólo dos
de las frases que ha repetido sin cesar. Y sin embargo, todos hemos sido
testigo de cómo se ha sentado a hablar y a pactar con quienes quieren destruir
nuestro modelo de convivencia, de libertades, se niegan a condenar al gobierno
fascista de Venezuela y de sus otros amigos, y se muestran muy comprensivos con
los asesinos de ETA, hasta el punto de calificarles de “movimiento político”. Eso,
es lo suficientemente preocupante ya de por sí, pero lo que a mí me resulta
incomprensible de todo punto, desde que fui abducido por los extraterrestres,
es la negativa a hablar con el PP.
Y si
tenía pensado no pactar ni transigir con PODEMOS, ¿para qué carajo se sienta y
se hace la foto?
El
pacto que han firmado ayer el PSOE y C’s, no es más que una foto. Para
modificar la Constitución española se necesita 2/3 de los votos de la Cámara,
que no alcanzan con los escaños de esas formaciones. Una amplia mayoría que sin
embargo, sí proporciona el pacto PP/PSOE/C’s con 250 escaños. Y no creo que
esperen que el PP, después de ser ninguneado y ofendido, se vaya a sumar a dicho pacto, claro.
Y
ahora, Pedro Sánchez, qué pretende con su referéndum interno en el PSOE: ¿unas
elecciones generales alternativas? ¿Obtener el apoyo que no le dieron los suyos
el 20-D? ¿Coger fuerza para el puesto de Secretario General que tanto le
discuten internamente?
Pero,
¿es la Constitución el problema? Pues no, evidentemente. El problema es el
paro. El problema es frenar las aspiraciones independentistas de catalanes,
vascos, gallegos y hasta es posible que se sumen al carro, los de la República
Independiente de Tomelloso.
Estoy
por llamar a los de la nave y pedirles que me lleven de nuevo hasta que todo
esto termine.
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